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martes, 16 de agosto de 2011

Formas de volver a casa.

Autor, Alejandro Zambra.
Editorial, Anagrama, 2011.

168 páginas.
Pvp, 15 €.

Lo llevaba mirando de reojo desde hacía algunos días y me pareció ideal para tener algo que llevar a la boca durante un puente en el que no iba a tener tiempo para leer. Estas ciento sesenta y pico páginas  están a punto de conformar una novela. No sé si el chileno pretendía hacerlo. En mi no hay la sensación de haber leído una novela. Debo decir también que me siento especialmente influenciado por las reseñas y polémicas que están surgiendo últimamente en otros blogs. Trato de quitarme de encima esa influencia y de pensar por mi mismo. Me ha parecido leer el esqueleto de una novela o algunos de los pasajes fundamentales a partir de los cuales podría montarse una buena novela, pero no la novela.

En realidad no estoy seguro de si para Zambra se trataba de escribir una novela porque este libro -para que sea novela- ha de escribirlo el lector. No me parece mal, sinceramente. Podría ser una experiencia positiva y, de hecho, destacable. La prosa concisa en el aforismo o la sentencia poética apuntan hacia esa suerte de ensayo narrativo. Sin embargo me ha pasado que ese camino tampoco me ha llevado a un lugar interesante: en realidad sus sentencias son correctas, algunas bellas, pero no pueden justificar el libro, no son suficientemente buenas porque no guardan emoción ni se atisba en modo alguno. Sé que me está saliendo una crítica negativa. No pretendo signo de ningún tipo.

La emoción es fundamental en arte: ninguna obra de arte que no sea emocionante merece la pena, hay que rascar el alma al espectador, al lector, al oyente, hay que hacerle cosquillas, sorprenderlo y, en definitiva, emocionarlo (alegrarlo, disgustarlo, preocuparlo...). Qué hace falta en una novela para que sea emocionante: lo primero es buenos personajes, personajes profundos, psicológicamente complejos. De eso aquí no hay. Lo que hay es un juego metaliterario que deber ser muy interesante para poder salvar la obra y, en caso de ser salvada, al lector le quedará, si es que ha resultado suficientemente motivado, cerrar la novela, inventarla. Pero la emoción le corresponde ponerla al Zambra, uno no puede todo.

Algún problema concreto –se le puede decir tropezón- tiene respecto a la creación de personajes, empezando por el propio narrador cuando se narra de chico: en la página 40 (más o menos) el niño se queda mirando los pechos de Claudia pero estos aún no están. En la 44 ve la cera de los cirios escurrir como si fuera esperma (*). Estas dos visiones sólo se pueden hacer de una perspectiva adulta, la de escritor, pero se nos narra como si dichas visiones partieran del niño que fue. No he diagnosticado más problemas de este tipo salvo la poca hondura psicológica de todos los secundarios, figura novelística de la que tanto habla en las reflexiones que intercala.

El narrador trata de escribir una novela a partir de los recuerdos que de su infancia, en el contexto del terremoto de 1985, la dictadura pinochetista y la crianza con sus padres, forman parte de su vida presente, como adulto escritor, en las fechas próximas al gran terremoto de 2010, que se vivirá al final de libro. El libro se divide en cuatro partes que son, alternativamente, reflexiones sobre su vida y ensayos sobre la novela que está construyendo e, incluso, retazos de la misma. El lector asiste a sus preocupaciones como escritor, a su método y al terminar el libro dispondrá de materia prima de calidad suficiente a partir de la cual imaginar una novela, si quiere. En caso contrario aún le queda disfrutar sin más de una narrativa que es la mayor parte de las veces elegante aunque, sinceramente, nada destacable desde mi punto de vista. En cualquier caso quien abra las páginas de este libro debe saber que va a ser partícipe de un juego metaliterario, interesante, que, como en novela, sirve para expresar las preocupaciones del escritor. Se entiende que una de las mayores preocupaciones de este escritor es, precisamente, la de escribir narrativa, nos hace ver que le cuesta, que está lejos de escribir aquello que le gustaría leer pero, en todo caso, confiesa que escribe por necesidad una novela que, en realidad, el lector no lee. Lo que lee el lector es otra cosa, parte del proceso, parte de la historia y parte de su vida. Esto lo hace de forma correcta casi todo el tiempo, a veces titubeante, cuando deja que el tema sea arrastrado por la forma.

En realidad, una obrita entre otras que salen, entiendo que honesta, de un autor joven que tendrá que publicar algo de más calidad si aspira a hacerse con el hueco que le tienen reservado quienes le están bombo y platillo. La sensación final es que Zambra aún está ensayando su narrativa. Como curiosidad diré que lo que más me ha gustado es su poesía que intercala con narrativas cortas en la última parte del libro, la más reflexiva. Una última reflexión es que quizá el autor no le da al cuento o al relato corto la entidad que desde mi punto de vista merece, pues me da la impresión de que ha tratado de escribir una obra más compleja, camino de novela, a partir de su condición de poeta o aforista o relatista. No leeré de momento su narrativa anterior y sí su poesía y puede que los ensayos.

Es mejor no salir en ningún libro
Que las frases no quieran abrigarnos
Una vida sin música y sin letra
Y un cielo sin las nubes que hay ahora
No sabes si regresan o se van
Las nubes cuando cambian tantas veces
De forma y pareciera que seguimos
Habitando el lugar que abandonamos
Cuando no conocíamos los nombres de los árboles
Cuando no conocíamos los nombres de los pájaros
Cuando el miedo era miedo y no existía
El amor al miedo
Ni el miedo al miedo
Y el dolor era un libro interminable
Que alguna vez hojeamos por si acaso
Salían nuestros nombres al final.

Estos versos, que aparecen en el libro presente, han sido para mi, junto con otros, más emocionantes y han retratado mejor los sentimientos que mueven al personaje narrador, protagonista, de esta historia en la que, por lo demás, el dolor, la injusticia y el miedo son un trasfondo leve del que, como lector, no he entendido que el narrador necesitara exorcizarse, según se nos dice, escribiendo este libro.

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(*)Actualización del 19 de agosto.


Entre los comentarios de esta entrada aparece la aclaración de Enrique López, que nos explica que la palabra esperma tiene en Chile un uso para nombrar, precisamente, la cera deshecha de la vela. He preferido escribir esta nota en vez de corregir el texto para que los comentarios no perdieran sentido.