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jueves, 1 de abril de 2010

y MARÍA MOLINER III

María Moliner tenía cincuentaiún años cuando comenzó a trabajar en su diccionario, y en alguna de las entrevistas que se pueden leer por ahí dice la aragonesa que, después de todo, ella era joven y fuerte. El librero tiene treinta y cinco tacos y cada vez que le hablo de la Moliner se echa un rato a descansar.

Pero imagínense a la buena señora sentada temprano a la mesa, antes de ir a trabajar al archivo de Hacienda, con su máquina de escribir y sus cuartillas para hacer fichas. Un par de atriles y un sinfín de palabras que tener en cuenta. Leía en los periódicos y en las novelas, buscaba palabras, estaba al tanto. Los últimos años especialmente duros, porque ya dirigía la Biblioteca de la Escuela de Ingenieros Industriales, donde aún hubo de polemizar con profesores y bibliotecarios a cuenta de la accesibilidad de los libros para los alumnos, que ella defendía al cien por cien.Ya he dicho, porque lo dicen otros que saben más que yo, también porque lo decía ella, que sabía más que estos otros, que no se trataba de hacer una norma sino de explicar el uso más y menos habitual que se hacía de las palabras, de encontrar las palabras que útiles para cada uso determinado. En ese sentido la curiosidad es que no incluyera las malsonantes: palabrotas. Y, bueno, no es que la cuestión jodiera el trabajo pero hay que decir que es, claramente, un defecto.

Tenía cincuentaiún años y estuvo diez enredada en su proyecto hasta que lo vio publicado. También por ahí he podido leer: "si no me muriera seguiría siempre, siempre, haciendo adiciones al diccionario". Y es precisamente en ese punto donde se encuentra el principal problema. Y es que, finalmente, la Moliner murió. Lo hizo el veintidós de enero de 1981, aunque desde el setenta y cinco sufría una arterioesclerosis cerebral que la mantenía alejada de todo lo que fue, de ella misma. En 1972 Rafael Lapesa y Pedro Laín Entralgo la habían propuesto para ingresar en la Academia, para ser la primera mujer académica, pero, finalmente, esto no se produjo. Murió su marido, Fenando Ramón, en el setenta y cuatro, al que llevaba dos años cuidando por culpa de su ceguera. La enfermedad le atacaría a ella entonces. La biografía de esta mujer es suficientemente interesante pero hay más.

TESTIMONIO FILIAL es la página que Fernando Ramón Moliner dedica a su madre y, sobre todo, a su memoria, al trabajo honesto y desmesurado, original que, posteriormente, en las siguientes ediciones del diccionario, no ha sido respetado según el propio Moliner. En vida de ella tan sólo salió a la luz la edición del sesenta y seis. A las posteriores, 1998 y 2007, Ramón Moliner las llama apócrifas. Aunque no puedo estar de acuerdo con todo lo que se critica en aquella página entiendo que es interesante consultarla, así como que el motivo principal de su denuncia (también judicial), que apela al irrespetuoso interés mercantilista de sus publicaciones, es de tener en cuenta, sobre todo porque no sería la primera vez que salieran a la luz publicaciones cuyo interés reside casi en exclusiva en los beneficios económicos que proporcionan.

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jueves, 18 de marzo de 2010

MARÍA MOLINER II

María Moliner nació en el zaragozano pueblo de Paniza, en 1900. Estudió Filosofía y Letras en Zaragoza y se puede decir que tuvo una infancia dura porque así es como dice su hijo Fernando que pasó. Confiesa en una entrevista que su abuelo abandonó a su familia cuando María tenía tan sólo doce años. Por eso ella, tan pequeña aún, tuvo que hacerse cargo de la madre y de los hermanos. Llevó dinero a casa dando clases particulares. De latín, de matemáticas y de historia.

Con veintidós años ingresa en el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. Comienza a trabajar en el archivo de Simancas, de fondo documental único y vastísimo. ¿Ven cuántas cosas para una mujer de la que se dice que hacía las fichas de su diccionario junto con las recetas de cocina? Buscamos lo exótico en casa, y en casa nos encontramos la única manera posible de que alguien sea capaz de escribir el diccionario más completo del uso del español.

Pero, en fin, todo hay que decirlo. María Moliner se fue de Simancas porque la ciudad le parecía aburrida (en general, los vallisoletanos más que sosos parecemos secos, y si no quieres nada no sé por qué me miras con esa cara de bobo, y, la verdad, gracia lo que se dice gracia no puedo decir que me haya hecho el chiste, qué quieres que te diga...) Y fue hasta Murcia, aunque para trabajar en el archivo de la delegación de Hacienda que, como se entenderá, poco o nada tenía que ver con las bibliotecas. A cambio conoce allí -en esa ciudad- a su marido, Fernando de Ramón, catedrático de Física, y, también allí, cría a sus murcianos.

Entre 1931 y 1936 tienen lugar algunos hechos importantes en la vida de la Moliner que, por otra parte, son dignos de mención. La familia vive ahora en Valencia, marido y mujer han pedido sendos traslados: ella trabaja ahora en el archivo de la delegación de Hacienda de la nueva ciudad. Y es entonces cuando comienza su relación con el Instituto Escuela y con el Instituto de Libre Enseñanza, a través de la Escuela Cossío, que fundan entre algunos matrimonios de la ciudad y en la que la labor de la Moliner es esencial: enseña literatura y gramática y, además, es vocal de la Junta Directiva, cumpliendo con parte necesaria en la administración del asunto, custodiando los principios fundamentales del laicismo que significara buena parte de la fundación. Además, participa en las Misiones Pedagógicas con la crecaión de bibliotecas rurales. A estas misiones volveré en otra entrada, a propósito de Alejandro Casona: lo que son las cosas, hay que ver.

Resulta desesperanzador reseñar vidas de las personas del siglo XX: casi siempre toca pasar por el año treinta y seis. La vida de María Moliner aún se reactivó. Potenció, desarrolló con mayor fuerza las bibliotecas populares o rurales que llevaban libros donde no se conocían. Comenzó a dirigir la biblioteca de la Universidad de Valencia y, sobre todo, se volcó en la Junta de Adquisición de Libros e Intercambio Internacional, donde se editaban libros en español que se daban a conocer al extranjero mediante el intercambio de autores. Aquella junta editó a Antonio Machado, por ejemplo, y se atrevió con el primerizo Miguel Hernández.

Cuando el fascismo entró en Valencia María Moliner quemó documentación de lo lindo. ¡Pero cómo no! Aquella mujer había trabajado en pro de la educación y, por tanto, de la República que la defendía (o, por lo menos, debía defenderla), un valor este de la educación que cualquier humanista pone a la cabeza de todos. A pesar de la desaparición de documentos comprometedores -reparen en la paradoja de una documentalista quemando archivos- algunos familiares sufrieron represalias. Y su marido la expulsión de la cátedra. Ella perdió dieciocho puestos en el escalafón profesional. Ya se sabe, estas cosas...

Desde 1946 viven en Madrid. María Moliner trabaja, de nuevo, en el archivo de Hacienda. Es en esos años cuando ya está barajando la posibilidad de redactar un diccionario del uso de la lengua española. Estudia inglés . En 1952 su hijo Fernando le regala el LEARNER´S DICTIONARY, que desde el principio tomará la Moliner como inspiración a su propósito.

En 1953 decide aislarse para hacer el diccionario. Es contratada en la biblioteca de la Escuela de Ingenieros de Madrid: trabaja en el diccionario cada mañana antes de ir a trabajar: "cada día teníamos que quitar sus cosas de la mesa para poder desayunar", afirma su hijo Fernando.


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lunes, 8 de marzo de 2010

MARÍA MOLINER I


María Moliner no fue, entre otras cosas, la primera mujer académica. Tampoco fue un ama de casa que escribiera sus entradas léxicas en las fichas dispuestas para las recetas de cocina, como dice el librero que le dijo no sé qué profesora de teoría del conocimiento. Y, en definitiva, hay muchas cosas que esta mujer no fue.

Sin embargo, María Moliner ha sido una de las lexicógrafas más importantes de España y, seguramente, una de las sensibilidades más respetuosas con su idioma. Su diccionario (orgánico y de uso) del español es una de las proezas más destacables de nuestro ámbito lingüístico y el empeño necesario para sacar adelante un proyecto tan ambicioso resulta difícilmente comprensible desde las caricaturizaciones que, a veces, simplifican de forma injusta la visión de una persona cultivada y de una trayectoria vinculada estrechamente a los libros y, más concretamente, a las bibliotecas. María Moliner empezó a redactar su diccionario en 1952 y no lo vio publicado hasta 1966. Y hay que tener en cuenta que fue pensado como proyecto de un par de años. Y es que, como se suele decir, el tiempo pasa que es una barbaridad.

Lo más original del Diccionario del Uso del Español es la intención con la que está hecho. No trata tan sólo de solventar los errores del de la Academia, si no que es mucho más ambicioso. Según palabras propias, que abundan por los sitios de la web, trató de crear: un instrumento para guiar en el uso del español tanto a los que lo tienen como idioma propio como a aquellos que lo aprenden y han llegado en el conocimiento de él a ese punto en el que el diccionario bilingüe puede y debe ser sustituido por un diccionario en el propio idioma que se aprende.

Ir de la idea a la palabra era premisa sin la que aquel proyecto no tenía sentido. De hecho ella quiso orientar su diccionario a las personas cuya relación con la lengua era estrecha, a profesionales, ya fueran lingüístas, escritores o periodistas, o algún etcétera que se me escape. Debía ser una herramienta especializada. No trataba de sustuir la norma del DRAE porque no pretendía redactar norma alguna. Recogía el uso que se hace del idioma, es decir, hacía hincapié en la condición que el español tiene de lengua viva, y lo hacía de forma especialmente rigurosa. Pero hay que tener en cuenta que hablar de la lengua, adentrarse en ella, abre infinitas posibilidades: epistemológicas, estéticas, humanas... Hay quien dijo que todo está en el lenguaje, hay quien aún lo dice.

El Diccionario De Uso del Español MARÍA MOLINER es una herramienta amplísima y un homenaje a la lengua. Sus entradas están redactadas de una manera más sencilla (y menos arcaica y hasta aburrida, habría que decir) que las de la RAE. Además, se complementan con sinónimos, verbos, adjetivos y preposiciones aplicables, explicaciones, ejemplos y posibilidades en general, componiendo un manual completo.

Las definiciones, además, sortean el tan criticado círculo vicioso en el que se cae en el DRAE, al utilizar sinónimos que nos llevan de un concepto a otro a base de saltos y como si de las ventanillas de atención al público de una multinacional se tratara: hable con pascual, le dice tal, y tal asegura que eso es cosa de marcial, y marcial a su vez pregunta, intrigado: ¿habló con pascual?: él es el que sabe estas cosas...

María Moliner incluyó extranjerismos y deshizo la che y la elle en la ordenación alfabética, así que pasaron a formar parte de las entradas incluidas en ce y en ele respectivamente, aportación vanguardista que adoptó la RAE alrededor de treinta años después. De hecho, recuerdo haber visto esto último por la tele y a la Moliner no la había visto ni en foto. Cuento un poco más el próximo día: algo de su biografía y cierta polémica que hay con las ediciones de la editorial Gredos. Hasta entonces.