Juan Diego Barrera, 2010. 191 páginas. 7, 95 euros.
Estos zombies son la leche, de verdad. Y además de ser la leche existen desde hace mucho tiempo, y pensar en la posibilidad de haber convivido con ellos así como en la de estar conviviendo con alguno de ellos ahora me da un poquito de repelús.
En los primeros años de 1500 nació Lázaro de Tormes, pero resulta que, por lo leído durante estos últimos días, el tipo lleva danzando por el mundo desde entonces y aún a finales de 2009 andaba por ahí suelto.
En los primeros años de 1500 nació Lázaro de Tormes, pero resulta que, por lo leído durante estos últimos días, el tipo lleva danzando por el mundo desde entonces y aún a finales de 2009 andaba por ahí suelto.
Que no se equivoque nadie. Lázaro no es un tipo peligroso, como tampoco lo soy yo. Pero los hechos aquí narrados ponen (o más bien deberían poner) los pelos de punta. Se trata de la famosa (por macabra) cena de San Bartolomé, que sucede al mismo tiempo que el doctor Torres lee para sí, y sobre todo para el lector, la vida de nuestro Lázaro.
Bien. Es un libro de zombis y me lo he leído de cabo a rabo. ¿Que qué tal está? Bueno, debo decir que me ha parecido un rollo, pero también tengo que apuntar que no soy lector habitual de este tipo de novelas, con lo cual perfectamente podría estar siendo injusto. ¿Que si lo recomiendo?
Veamos. La historia parte de la necesidad de que el libro original, el que todos conocemos, sea un manuscrito real, autobiográfico. Es decir, se parte de una falacia superada hace siglos y en cuya superación se encuentra buena parte del valor de la obra: ficción refinada. Así que uno pierde pie leyendo esta revisión que entiendo, sobre todo, como cachonda. Porque la trama se lanza con Lazarillo en una librería de nuestro tiempo muy enfadado al comprobar que la historia que de él se cuenta es falsa. Pero hay que tener en cuenta que ningún lector contemporáneo de la obra considera esta como historia real, y así resulta difícil situarse, ponerse en la piel de nuestro inmortal Lazarillo. Queda la posibilidad de aceptar, eso sí, que si Peri Lope existe también lo hiciera Lazarillo y, entonces, la falacia puede pasar a considerarse como vuelta de tuerca y, ya asumida, asumir que la verisimilitud del argumento nos importa un pepino. Real.
El manejo de la lengua es tosco. Unas veces se encuentra uno con expresiones afortunadas que provienen, sin duda, del original (tanto cuando se copian directamente como cuando se inventan) y otras con lagunas expresivas del autor que claman al cielo, hasta el punto de sustituir la posibilidad de literatura por resúmenes del tipo: no podéis imaginar las cosas que tuve que hacer aquella noche. Y me pasa que, efectivamente, no me las puedo imaginar...
Pero bueno, aquí ya se sabe a qué vinimos: a ver una historia entretenida, a pasar el rato. Nadie debería llevarse las manos a la cabeza. Cierto es que los personajes históricos que se incluyen (Garcilaso de la Vega, Juana la Loca, Felipe Hermoso...) ni siquiera son personajes, a penas nombres. También es verdad que la historia es previsible todo el rato pero, oiga, ¿a usted qué es lo que le habían prometido? Pues nada, lectura de esa que llaman de evasión y que, finalmente, me ha dejado en el cuerpo la sensación que venía sospechando desde que empezara a leerlo: la de estar perdiendo el tiempo. ¿Será esto la evasión? Qué cachondo el Lazarillo.