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lunes, 30 de julio de 2012

En escena. La Celestina, de Atalaya T.N.T.

Hace ya unas cuantas horas que el séptimo festival de teatro clásico que se celebra en Olmedo ha finalizado. Es el mejor que recuerdo y, en general, se ha sido de la misma opinión que un servidor. Esta misma semana publicaré una entrada a modo de conclusión pero es que a día de hoy aún debo hacer un par de crónicas, o críticas o como las prefieran llamar.

No es que LA CELESTINA haya sido una de las grandes sorpresas de este año pues, en realidad, se esperaba mucho de esta obra. Lo impresionante es que Atalaya haya cumplido una vez más con las expectativas, verdaderamente altas.  Tan sólo a un par de contertulios no convenció, y gustó al resto -cuéntese hasta veinte, más o menos- de ellos, de nosotros. La compañía apostó una vez más por una propuesta plástica en la que los movimientos de los personajes se hicieron de una manera coreográfica, la iluminación tiñó de un sentido trágico lo que fue sobre todo comedia y la música de inquietantes coros ayudó a pronunciar la ambientación oscura que la luz daba a la escena más realista, la de La Celestina y sus mujeres, y a diferenciarla de la apolínea claridad de las escenas en la reja de la casa de Pleberio, padre de Melibea, entre ella y su patético enamorado Calixto.

Una gozada la verdad el tratamiento que el director dio a los jóvenes protagonistas. Desde este espacio agradecemos el pasito adelante que dio por ridiculizarlos -con su histrionismo nobiliario- casi hasta en la misma muerte de Calixto, en la que el criado hace no recuerdo qué comentario gracioso al comprobar que su amo ha muerto al caerse de la escalera, qué pobre. Esto potencia el lado cómico y, por tanto, más irreverente y del todo genial de este clásico que, personalmente, le saca mucha ventaja a EL QUIJOTE -no tengo título literario que defender y puedo decir estas cosas-, pues con ella he disfrutado siempre más.

También en esta versión es La Celestina personaje principal y, además, está interpretada de forma brillante. En ella se da el misterio y la ruindad, lo sexual como componente principal de un personaje cuyas miserias pone en evidencia las de cuantos la rodean, sean estos las mujeres de casa, los criados y, sobre todo, el propio Melibeo: Calixto, el que se dice enamorado hasta el punto de no importarle contratar los servicios de una vieja alcahueta con fama de bruja y de puta.

Una vez más Atalaya puso en escena una obra intensa y vibrante, ofreció al público un buen número de imágenes impactantes y bellas que no sólo no necesitaron escenografía fija sino que -además- se consiguieron gracias a la fina utilización de estructuras trapoziodales al modo de taburetes gigantes que se combinaban para crear los espacios de las distintas escenas o -dentro de ellas- escenificar acciones más concretas, de modo que sirvieron tanto para montar camas como rejas, patíbulos y armas, paredes o habitaciones y casas... posibilitando, además, mayor flexibilidad en la creación de imágenes más que sugerentes. 

A ello hay que añadir una sincronía notable en los cambios de escena y en las distintas figuraciones que quizá adolecieron de algún pequeño error que en otra obra hubiera pasado desapercibido pero que, paradójicamente, es centro de la atención del espectador que está viendo un espectáculo especialmente preciso en ese sentido. Así pues el elenco actoral no sólo desempeñó de manera notable sus perfiles psicológicos sino que, además, organizó la secuencia de escenas con l amaña y el criterio requeridos, camino del conocido desenlace, un tanto descafeinado por dos motivos principales desde mi punto de vista: uno es la desaparición de La Celestina de escena, inherente a la obra y contra lo que dificilmente puede hacerse algo; y la desafortunada utilización de audios, que resta peso a los pasajes correspondientes, como el soliloquio previo al suicidio de Melibea.

En cualquier caso obra notable en la que se nota la mano de su director Ricardo Iniesta, cuyas maneras conocíamos ya un poco por su espectacular RICARDO III, de hace dos años. Si bien La Celestina no ha llegado a tanto hay que reconocer que está en la misma línea y desde aquí recomendamos a quien esté barajando la posibilidad de verla que lo haga sin dudarlo: ya sabe que verá una divertida historia, estará además complementada con un  bonito espectáculo de interpretaciones, movimientos, luz y sonido precisos e inquietantes.

viernes, 13 de marzo de 2009

LA CELESTINA XII

Edición recomendada.

En un último intento por cerrar del todo el tema LA CELESTINA, y pasarlo ya a mi (mi de mía) selección, voy a hacer pública una de las ediciones que ahora están en catálogo, la que para mi es la mejor de cuantas hay en distribución, dados los comentarios que se hacen en el análisis. Es una pena, sin embargo, que no pueda recomendar la que más me gusta porque, por desgracia, no la encuentro. Y no estoy ciego y sé por dónde me ando. Pero no la encuentro.

La edición que más me gusta, la que he seguido, es la de María Eugenia Lacarra. La he tenido de las manos y la he sobado, yo creo que me ha dado algo de alergia porque tenía polvo y, desde luego, la pienso conservar en lo que pueda porque aquel libro que ediciones B editó con portada cinematográfica (mala película de Gerardo Vega) no aparece ya en el catálogo del Grupo Zeta y el seguimiento que por la red hemos hecho de la Lacarra no ha dado resultado. Si existe otra edición de LA CELESTINA analizado por ella es algo que desconozco y que, sin embargo, me gustaría saber. Así que aprovecho para instar a mis poco probables lectores que me echen una mano en este sentido. Si es que pueden. Si, por ejemplo, tú puedes pues hazlo, canalla.

Como a falta de pan buenas son tortas nos quedamos con la edición que Víctor de Lama introduce y anota para Edaf. No es tan completa como la otra, pero tiene la virtud de que, sin embargo, la conoce bien y le da el mismo aire, que es el aire que ha primado en la mayor parte de los comentarios que he hecho cuando estos no han sido del todo libres.



FICHA:


La Celestina.
Fernando de Rojas.
Original de 1499.

Editorial Edaf, 1979.
Introducción y glosario de Víctor de Lama.

Año 2003. ISBN: 84-7166-493-3
313 páginas. 6, 95 euros.




miércoles, 4 de febrero de 2009

LA CELESTINA XI


RESUMEN. LOS APARTES.

Pues nada, llegados a este punto hemos decido terminar con nuestro comentario de La Celestina. Lo vamos a hacer con este último artículo que aspira a ser una original introducción al texto y una retorcida sinopsis, construída con los apartes que carecterizan la obra, y por la cual se ha querido ver en elgunas ocasiones una obra de teatro donde, según la mayor parte de las opiniones, las mejor justificadas desde nuestro punto de vista, lo que hay es un texto para leer en público. Quizá sea este, de paso lo decimos, un ejercicio interesante, susceptible de realizar en algún taller para raritos. No vamos a comentar cada aparte ni a dar pistas innecesarias. Nos limitaremos a especificar cada auto en el que entramos y a ver qué sale. Son menos de diez minutos que esperamos sirvan para iniciarnos en esta gran obra.

Los apartes se han utilizado tradicionalmente en teatro, como segmentos de la obra en los que un personajes hablaba con la particularidad de que por lo menos alguno de los otros con los que compartía escena no oía y, a partir de los cuales se creaban complicidades y enredos, más o menos puntuales, en las tramas. En ocasiones, incluso, el único receptor del aparte de un personaje era el público. En este caso ese personaje podía equipararse con el de un narrador. Por supuesto, este recurso aún es importante en el teatro contemporáneo, aunque menos utilizado. En cualquier caso simpre que hay un aparte existe la posibilidad de que se nos esté explicando algún segmento de la trama que, de otra forma, quedaría escondido. Y es por ello que nos animamos a hacer este experimento, con la confianza de poder trazar la columna vertebral de la historia. Ahí van unos cuantos apartes de La Celestina, para que nadie pueda decir que no se nos ocurren cosas. Más raro sería que a las cosas se les ocurrieran tipos, ¿no?



Nota.- Pondremos en negrita el texto que es aparte, y en grueso normal el que lo acompaña y, en ocasiones, lo explica.


(AUTO I)

SEMP.- No me engaño yo, que loco está este mi amo.

CAL.- ¿Qué estás murmurando, Sempronio?
SEMP.- No digo nada.
CAL.- Di lo que dices, no temas.
SEMP.- Digo que ¿Cómo puede ser mayor el fuego que atormenta un vivo que el que quemó tal ciudad y tanta multitud de gente?
CAL.- ¿Cómo? Yo te lo diré. Mayor es la llama que dura ochenta años que la que en un día pasa, y mayor la que mata un ánima que la que quemó cien mil cuerpos. Como de la apariencia a la existencia, como de la sombra a lo real, tanta diferencia hay del fuego que dices al que me quema. Por cierto, si el de purgatorio es tal, más querría que mi espíritu fuese con los de los brutos animales, que por medio de aquél ir a la gloria de los santos.
SEMP.- Algo es lo que digo, a más ha de ir este hecho. No basta loco, sino hereje.
CAL.- ¿No te digo que hables alto cuando hablares? ¿Qué dices?
SEMP.- Digo que nunca Dios quisiera tal, que es especie de herejía lo que agora dijiste.
CAL.- ¿Por qué?
SEMP.- Porque lo que dices contradice la cristiana religión.
CAL.- ¿Qué a mí?
SEMP.- ¿Tú no eres cristiano?
CAL.- ¿Yo? Melibeo soy y a Melibea adoro y en Melibea creo y a Melibea amo.
SEMP.- Tú te lo dirás. Como Melibea es grande, no cabe en el corazón de mi amo, que por la boca la sale a borbollones. No es más menester; bien sé de qué pie coxqueas; yo te sanaré.
CAL.- Increíble cosa prometes.
SEMP.- Antes fácil. Que el comienzo de la salud es conocer la dolencia del enfermo.
CAL.- ¿Cuál consejo puede regir lo que en sí no tiene orden ni consejo?
SEMP.- ¡Ha, ha, ha! ¿Este es el fuego de Calisto, éstas son sus congojas? ¡Como si solamente el amor contra él asestara sus tiros! ¡O soberano, Dios, cuán altos son tus misterios, cuánta premia pusiste en el amor, que es necesaria turbación en el amante! Su límite pusiste por maravilla. Parece al amante que atrás queda. Todos pasan, todos rompen, pungidos y esgarrochados como ligeros toros, sin freno saltan por las barreras. Mandaste al hombre por la mujer dejar el padre y la madre. Agora no sólo aquello, mas a ti y a tu ley desamparan, como agora Calisto. Del cual no me maravillo, pues los sabios, los santos, los profetas por él te olvidaron.
CAL.- ¡Sempronio!
SEMP.- ¿Señor?
CAL.- No me dejes.
SEMP.- De otro temple está esta gaita.
CAL.- ¿Qué te parece de mi mal?
SEMP.- Que amas a Melibea.
CAL.- ¿Y no otra cosa?
SEMP.- Harto mal es tener la voluntad en un solo lugar cautiva.
CAL.- Poco sabes de firmeza.
SEMP.- La perseverancia en el mal no es constancia, más dureza o pertinacia la llaman en mi tierra. Vosotros los filósofos de Cupido llamalda como quisiérades.
CAL.- Torpe cosa es mentir el que enseña a otro, pues que tú te precias de loar a tu amiga Elicia.
SEMP.- Haz tú lo que bien digo y no lo que mal hago.
CAL.- ¿Qué me repruebas?
SEMP.-Que sometes la dignidad del hombre a la imperfección de la flaca mujer.
CAL.- ¿Mujer? ¡O grosero! ¡Dios, Dios!
SEMP.- ¿Y así lo crees? ¿O burlas?
CAL.- ¿Que burlo? Por Dios la creo, por Dios la confieso y no creo que hay otro soberano en el cielo, aunque entre nosotros mora.
SEMP.- ¡Ha, ha, ha! ¿Oístes que blasfemia? ¿Vistes qué ceguedad?
CAL.- ¿De qué te ríes?
SEMP.- Ríome, que no pensaba que había peor invención de pecado que en Sodoma.
CAL.- ¿Cómo?
SEMP.- Porque aquéllos procuraron abominable uso con los ángeles no conocidos y tú con el que confiesas ser dios.
CAL.- ¡Maldito seas! Que hecho me has reír, lo que no pensé ogaño.
SEMP.- Pues ¿qué? ¿Toda tu vida habías de llorar?
CAL.- Sí.
SEMP.- ¿Por qué?
CAL.- Porque amo a aquella ante quien tan indigno me hallo, que no la espero alcanzar.
SEMP.- ¡O pusilánimo, o hideputa! ¡Qué Nembrot, qué magno Alejandre; los cuales no sólo del señorío del mundo, mas del cielo se juzgaron ser dignos!



* * *


SEMP.-¡Qué mentiras y qué locuras dirá agora este cativo de mi amo!
CAL.- ¿Cómo es eso?
SEMP.- Dije que digas, que muy gran placer habré de lo oír. ¡Así te medre Dios, como me será agradable ese sermón!
CAL.- ¿Qué?
SEMP.- Que así medre Dios, como me será gracioso de oír.
CAL.- Pues porque hayas placer, yo lo figuraré por partes mucho más extenso.
SEMP.- ¡Duelos tenemos! Esto es tras lo que yo andaba. De pasarse habrá ya esta oportunidad.
CAL.- Comienzo por los cabellos. ¿Ves tú las madejas del oro delgado que hilan en Arabia? Más lindos son y no resplandecen menos; su longura hasta el postrero asiento de sus pies; después crinados y atados con la delgada cuerda, como ella se los pone, no ha más menester para convertir los hombres en piedras.
SEMP.- ¡Más en asnos!
CAL.- ¿Qué dices?
SEMP.- Dije que esos tales no serían cerdas de asno.
CAL.- ¡Ved qué torpe y qué comparación!
SEMP.- ¿Tú cuerdo?
CAL.- Los ojos verdes, rasgados; las pestañas luengas; las cejas delgadas y alzadas; la nariz mediana; la boca pequeña; los dientes menudos y blancos; los labios colorados y grosezuelos; el torno del rostro poco más luengo que redondo; el pecho alto; la redondez y forma de las pequeñas tetas, ¿quién te la podría figurar? Que se despereza el hombre cuando las mira. La tez lisa, lustrosa; el cuero suyo escurece la nieve; la color mezclada, cual ella la escogió para sí.
SEMP.- ¡En sus trece está este necio!


* * *



(Celestina y Sempronio. Y Calisto y Pármeno que llegan)

SEMP.- Celestina, ruinmente suena lo que Pármeno dice.
CEL.- Calla, que para la mi santiguada, do vino el asno verná el albarda. Déjame tú a Pármeno, que yo te le haré uno de nos, y de lo que hubiéremos, démosle parte: que los bienes, si no son comunicados, no son bienes. Ganemos todos. Partamos todos, holguemos todos. Yo te le traeré manos y benigno a picar el pan en el puño y seremos dos a dos y, como dicen, tres al mohino.

CAL.- ¡Sempronio!
SEMP.- ¿Señor?
CAL.- ¿Qué haces, llave de mi vida? Abre. ¡O Pármeno, ya la veo, sano soy, vivo soy! ¡Miras qué reverenda persona, qué acatamiento! Por la mayor parte, por la filosomía es conocida la virtud interior. ¡O vejez virtuosa! ¡O virtud envejecida! ¡O gloriosa esperanza de mi deseado fin! ¡O fin de mi deleitosa esperanza! ¡O salud de mi pasión, reparo de mi tormento, regeneración mía, vivificación de mi vida, resurrección de mi nuerte! Deseo llegar a ti, codicio besar esas manos llenas de remedio. Dende aquí adoro la tierra que huellas y en reverencia tuya la beso.
CEL.- Sempronio, ¡de aquéllas vivo yo! ¡Los huesos que yo roí, piensa este necio de tu amo de darme a comer! Pues ál le sueño. Al freír lo verá. Dile que cierre la boca y comience a abrir la bolsa: que de las obras dudo, cuánto más de las palabras. Jo que te estriego, asna coja. Más habías de madrugar.
PÁRM.- ¡Guay de orejas
, que tal oyen! Perdido es quien tras perdido anda. ¡O Calisto desaventurado, abatido, ciego! ¡Y en tierra está adorando a la más antigua puta tierra que fregaron sus espaldas en todos los burdeles! Deshecho es, vencido es, caído es. No es capaz de ninguna redención ni consejo ni esfuerzo.


* * *


(AUTO IV)

ALISA.- Hija Melibea, quédese esta mujer honrada contigo, que ya me parece que es tarde para ir a visitar a mi hermana, su mujer de Cremes, que desde ayer no la he visto, y también que viene su paje a llamarme, que se le arreció desde un rato acá el mal.
CELESTINA.- Por aquí anda el diablo aparejando oportunidad, arreciando el mal a la otra. ¡Ea, buen amigo, tener recio! Agora es mi tiempo o nunca. No la dejes, llévamelade aquí a quien digo!
ALI.- ¿Qué dices, amiga?
CEL.- Señora, que maldito sea el diablo y mi pecado, porque en tal tiempo hobo de crecer el mal de tu hermana, que no habrá para nuestro negocio oportunidad.



* * *


CELESTINA.- ¡En hora mala acá vine, si me falta mi conjuro! ¡Ea pues! Bien sé a quién digo. ¡Ce, hermano, que se va todo a perder!
MELIBEA.- ¿Aún hablas entre dientes delante de mí, para acrecentar mi enojo y doblar tu pena? ¿Querrías condenar mi honestidad por dar vida a un loco? (...) Pues yo te certifico que las albricias que de aquí saques no sean sino estorbarte de más ofender a Dios, dando fin a tus días. Respóndeme, traidora, ¿cómo osaste tanto hacer?
CEL.- Tu temor, señora, tiene ocupada mi desculpa. Mi inocencia me da osadía (...) Si pensara, señora, que tan de ligero habías de conjeturar de lo pasado nocibles sospechas, no bastara tu licencia para me dar osadía a hablar en cosa que a Calisto ni a otro hombre tocase.
MELIB.- ¡Jesú! No oiga yo mentar más ese loco, saltaparedes, fantasma de noche, luengo como cigüeña, figura de paramento malpintado; si no, aquí me caeré muerta. ¡Éste es el que el otro día me vido y comenzó a desvariar conmigo en razones, haciendo mucho del galán! (...) De los locos es estimar a todos los otros de su calidad. Y tú tórnate con su misma razón (...)
CEL.- ¡Más fuerte estaba Troya y aun otras más bravas he yo amansado! Ninguna tempestad mucho dura.
MELIB.- ¿Qué dices, enemiga? Habla, que te pueda oír. ¿Tienes desculpa alguna para satsiafcer mi enojo y excusar tu yerro y osadía?


* * *


LUCRECIA.- ¡Ya, ya, perdida es mi ama! ¡Secretamente quiere que venga Celestina! Fraude hay; ¡más le querrá dar que lo dicho!
MELIBEA.- ¿Qué dices, Lucrecia?
LUCR.- Señora, que baste lo dicho; que es tarde.
MELIB.- Pues, madre, no le des parte de lo que pasó a ese caballero, porque no me tenga por cruel o arrebatada o deshonesta.
LUCR.- No miento yo, que mal va este hecho.
CEL.- Mucho me maravillo, señora Melibea, de la duda que tienes de mi secreto. No temas que todo lo sé sufrir y encubrir. (...) Yo voy con tu cordón tan alegre, que se me figura que está diciéndole allá su corazón la merced que nos hiciste y que le tengo de hallar aliviado.
MELIB.- ¿Qué dices, madre, de agredecer?
CEL.- Más será menester y más harás y aunque no se te agradezca.


* * *


(AUTO VI)

SEMPRONIO.- ¡O lisonjera vieja! ¡O vieja llena de mal! ¡O codiciosa y avarienta garganta! También quiere a mí engañar como a mi amo por ser rica. ¡Pues mala medra tiene; no le arriendo la ganancia! Que quien con modo torpe sube en alto, más presto cae que sube. ¡O, qué mala cosa es de conocer el hombre! ¡Bien dicen que ninguna mercaduría ni animal es tan difícil! ¡Mala vieja, falsa es ésta! ¡El diablo me metió con ella! Más seguro me fuera huir de esta venenosa víbora que tomalla. Mía fue la culpa. Pero gané harto, que
por bien o mal no negará la promesa.
CELESTINA.- ¿Qué dices, Sempronio? ¿Con quién hablas? ¿Viénesme royendo las haldas? ¿Por qué no aguijas?
SEMP.- Lo que vengo diciendo, madre Celestina, es que no me maravillo que seas mudable, que sigas el camino de las mudas. Dicho me habías que diferías este negocio. Agora vas sin seso por decir a Calisto cuanto pasa.
CEL.- El propósito muda el cambio.


* * *


(AUTO VIII)

CALISTO.- En gran peligro me veo;
en mi muerte no hay tardanza,
Pues que me pide el deseo
Lo que me niega esperanza.
PÁRMENO.- Escucha, escucha, Sempronio. Trovando está nuestro amo.
SEMPRONIO.- ¡O hideputa, el trovador! El gran Antipater Sidoonio, el gran poeta Ovidio, los cuales de improviso se les veían las razones metrificadas a la boca. ¡Sí, sí, de esos es! ¡Trovará el diablo! Está devaneándo entre sueños.

CAL.- Corazón, bien se te emplea
Que penes y vivas triste,
Pues tan presto te venciste
Del amor de Melibea.
PÁRM.- ¿No digo yo que trova?
CAL.- ¿Quién habla en la sala? ¡Mozos!
PÁRM.- ¿Señor?
CAL.- ¿Es muy noche? ¿Es hora de acostar?
PÁRM.- ¡Mas ya es, señor, tarde para levantar!
CAL.- ¿Qué dices, loco? ¿Toda la noche es pasada?
PÁRM.- Y aun harta parte del día.
CAL.- Di, Sempronio, ¿miente este desvariado, que me hace creer que es de día?
SEMP.- Olvida, señor, un poco a Melibea y verás la claridad. Que con la mucha que en su gesto contemplas, no puede ver de encandelado, como perdiz con la calderuela.


* * *


(AUTO X)

MELIBEA.- ¡O, cómo me muero con tu dilatar! Di, por Dios, lo que quisieres, haz lo que supieres, que no podrá ser tu remedio tan áspero que iguale con mi pena y mi tormento (...)
LUCRECIA.- El seso tiene perdido mi señora. Gran mal es éste. Cautivádola ha esta hechicera.
CELESTINA.- Nunca me ha de faltar un diablo acá y acullá; escapóme Dios de Pármeno, topóme con Lucrecia.

MELI.- ¿Qué dices, amada maestra? ¿Qué te hablaba esa moza?
CEL.- No le oí nada. Pero diga lo que dijere, sabe que no hay cosa más contraria en las grandes curas delante de los animosos cirujanos que los flacos corazones (...) [presentes] (...) por donde se puede conocer claro que es muy necesario paea tu salud que no esté persona delante y así qye la debes mendar salir. Y tú, hija Lucrecia, perdona.
MELIB.- Salte fuera presto.
LUCR.- ¡Ya, ya; todo es perdido! Ya me salgo, señora.


* * *


(AUTO XI)

CALISTO.- (...) Madre mía, yo sé cierto que jamás igualará tu trabajo y mi liviano galardón. En lugar de manto y saya, porque no se dé parte a oficiales, toma esta cadenilla, ponla al cuello y procede en tu razón y mi alegría.
PÁRMENO.- ¿Cadenilla la llama? ¿No lo oyes, Sempronio? No estima el gasto. Pues yo te certifico no diese mi parte por medio marco de oro, por mal que la vieja lo reparta.
SEMPRONIO.- Oírte ha nuestro amo, ternemos en él que amansar y en ti sanar, según está hinchado de tu mucho murmurar. Por mi amor, hermano, que oigas y calles, que por eso te dio Dios dos oídos y una lengua sol
a.
PÁRM.- ¡Oirá el diablo! Está colgado de la boca de la vieja, sordo y mudo y ciego, hecho personaje sin son, que, auqnue le diésemos higas, diría que alzábamos las manos a Dios rogando por buen fin de sus amores.
SEMP.- Calla, oye, escucha bien a Celestina. En mi alma, todo lo merece y más que le diese. Mucho dice.

CELESTINA.- Señor Calisto, para tan flaca vieja como yo, de mucha franqueza usaste. Pero, como todo don o dádiva se juzgue grande o chica respecto del que lo da, no quiero traer a consecuencia mi poca merecer, ante quien sobra en cualidad y en cuantidad.


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(AUTO XIX)

MELIBEA.- (...) Y pues tú, señor, eres el dechado de cortesía y buena crianza, ¿cómo mandas a mi lengua hablar y no a tus manos que estén quedas? ¿Por qué no olvidas estas mañas? (...)
CALISTO.- Señora, el que quiere comer el ave, quita primero las plumas.
LUCRECIA.- Mala landre me mate si más los escucho. ¿Vida es ésta? ¡Que me esté yo deshaciendo de dentera y ella esquivándose porque la rueguen! Ya, ya apaciguadop es el ruido, no hobieron menester despartidores. Pero también me lo haría yo, si estos necios de sus criados me hablasen entre día; pero esperan quelos tengo de ir a buscar.
MELIB.- ¿Señor mío, quieres que mande a Lucrecia traer alguna colación?
CAL.- No hay otra colación para mí sino tener tu cuerpo y tu belleza en mi poder.


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sábado, 10 de enero de 2009

LA CELESTINA X

Fernando de Rojas
No podemos decir mucho del autor de nuestra obra. Sabemos dónde nació y más o menos cuándo: en La Puebla de Montalbán (y esto nos recuerda a LOS HABLADORES, de Cervantes, donde se nombra), y en la década de 1470. Respecto a esto lo mejor es que no se fíen de datos que lean u oigan pretendidamente definitivos, pues parece que no queda mucho donde investigar.

Cristiano de ascendencia conversa podría ser que esta condición influyera en el tono, pesimista, de LA CELESTINA, en el que no encontramos ni un sólo personaje capaz de mantener una postura medianamente ética ante una situación, una trama que se enreda sin solución camino de la fatalidad. Su padre pudo ser condenado por la Inquisición en el ochenta y ocho de entonces. Por judío, claro.

Pero sabemos de De rojas, sobre todo, que existió, lo que no es poco teniendo en cuenta las dudas que siempre ha suscitado la autoría de LA CELESTINA. Ya que se da la circunstancia de que en uno de los textos introductorios a la obra el autor explica en una carta a un amigo suyo, según él mismo titula, que LA COMEDIA DE CALIXTO Y MELIBEA es fruto de quince fructíferos días de vacaciones en los que terminó un manuscrito que encontró, del que él mismo ignora su artífice, y que correspondería al primero de los actos. Además la obra no está firmada de forma explícita. Lo hace por medio de unos versos acrósticos en los que se puede leer: El bachiller Fernando de Rojas acabó la comedia de Calysto y Melibea y fue nascido en la Puebla de Montalván. A partir de tanto misterio hay quien incluso ha puesto en duda la autoría de Fernando De rojas y, ya de paso, su misma existencia. El caso es que documentos que en el último siglo han aportado herederos dan a conocer algunos rasgos de la vida del autor. Entre ellos que estudió leyes en Salamanca, época durante la que debió escribirse LA CELESTINA, que estuvo casado con Leonor Álvarez, con la que tuvo hijos en Talavera y que fue alcalde de la misma. Sabemos que se trasladó de La Puebla a Talavera por un altercado con un vecino y que no pudo representar a su suegro, Álvaro de Montalbán, en un proceso inquisitorial por su condición de converso. Murió en abril de 1541 y fue enterrado con hábito franciscano en el Monasterio Madre de Dios, en la misma ciudad donde gozó de reputación honrosa: Talavera. Su testamento está fechado el tres de abril. El día ocho su mujer lleva a cabo el inventario de sus pertenencias, entre ellas, una gran biblioteca. Así pues, sabemos algunas cosas, pero son pocas.

De entre todos los datos que se nos ofrecen dos nos parecen especialmente interesantes. Uno es su condición de nuevo cristiano, de descendiente de judíos. La mayor parte de las pistas que los investigadores han dado al respecto apuntan, además, a que no era un converso convencido, algo que, sin embargo, no sólo parece imposible de probar sino que, además, se ha visto contradicho por el hecho de que eligiera ser enterrado en La Iglesia y con hábito franciscano. Aún así puede pensarse que esta decisión respondiera más a una manera de permanecer (él y, sobre todo sus descendientes) dentro de la comunidad más poderosa del país y, de hecho, la única con futuro porque, como todos saben, no pertenecer claramente a dicha comunidad suponía muchas veces el ajusticiamiento que, por lo general, era poco justo.

Y así pasa que podríamos, perfectamente, interpretar LA CELESTINA a partir de la paradoja que interiormente viviera el escritor Fernando de Rojas. Esta es que pertenecía por interés a una comunidad religiosa que no le convencía y que no apreciaba, menos aún, en sus costumbres cortesanas, típicas de las comedias humanísticas a las que supera por medio de la parodia y, digámoslo, la ridiculización. Porque piense el lector que nuestro autor empezó llamando a su obra comedia y, al poco, empezó a llamarla tragicomedia. Por qué. Nosotros no pensamos que sea por tener en cuenta la opinión de algunos amigos suyos, como confiesa en algún preámbulo. Nosotros creemos al primer De Rojas, el que decidió escribir una comedia. Si luego pasó a llamarla tragicomedia bien pudo ser por miedo a la Inquisición. Esto nos parece bastante razonable. Lo suficiente por lo menos. Y concluímos toda esta parrafada así: De Rojas no era cristiano convencido y, de hecho, La Celestina es una parodia de algunos de sus valores importantes, y una comedia.

Pero decíamos que, además del de ser converso, existía otro dato de su biografía que nos parece especialmente interesante. El problema es que es un dato que no todos toman por cierto. Su principal defensor es su principal especialista: Gilman. Según documentación de la Inquisición "el Bachiller Rojas que compuso a Celestina la vieja... fue hijo de Hernando de Rojas, condenado por judaizante año 88". Es decir, seguramente su padre fue quemado por judío, no queda claro si aún puro o ya convertido al cristianismo, pues se sabe que ciudadanos de ascendencia judía eran aún perseguidos por ello después de su conversión. El caso es que estamos ante un hecho que apoyaría radicalmente la tesis que defiende que el pesimismo de su obra está en su condición de converso obligado, más aún si se tiene en cuenta que debía defender unos principios religiosos y morales que habían asesinado a su padre cuando él era aún un jovenzuelo. Superar la tragedia asimilándola. Vemos LA CELESTINA como una respuesta sincera, el desmarque de una forma de vida que debía de parecerle falaz en muchos aspectos.

La vida de Fernando de Rojas ha sido un misterio para los lectores de los últimos cinco siglos y sigue siéndolo para los del veintiuno. Por de pronto hacemos hincapié en dos lecturas que no hemos consumado pero que tiene buena pinta: el primero es LA ESPAÑA DE FERNANDO DE ROJAS. Gilman. Taurus, 1978. El otro libro es uno que ahora tenemos de la mano: EL MANUSCRITO DE PIEDRA. Luis García Jambrina. Alfaguara, 2008. Por supuesto que los leeremos y aparecerán comentados en nuestro blog. Más adelante, por favor. Pueden, por supuesto, preguntarnos las cosas del mundo escribiendo a nuestro correo.

jueves, 8 de enero de 2009

LA CELESTINA IX

RESUMIENDO
¿Ves? Mientras más me dices y más inconvenientes me pones, más la quiero. No sé qué es.
[Primer auto]

Lo que nosotros vamos a decir es, a fin de cuentas, que LA CELESTINA es una de las obras más divertidas que hemos leído. Que no somos capaces de entrar en una tragedia que como tal no nos parece creíble a excepción de la que acaece a los personajes secundarios Sempronio, Pármeno y Celestina que entendemos se desenvuelven como saben hacer, seguramente con el agravante de verse sobrepasados en la calidad de los beneficios que rondan. Porque estos les volveran ciegos y subrayará su avaricia hasta la muerte. Destino. Tragedia.

Calisto confiesa a Sempronio a mitad del primer auto que hay muchos inconvenientes en el amor de Melibea. Afirma, sin embargo, que mientras más consciente es de ellos más enamorado está. Lo que se crea cuando Calisto decide utilizar los servicios de Celestina es una situación artificial hasta la imposibilidad, un planteamiento ridículo que sólo puede acabar en muertes.

Calisto es impulsivo, tanto que no es capaz de controlar su euforia de amor, y ni siquiera de mantener en el ámbito privado sus deseos. A Melibea le pasa lo mismo. Ambos están enfermitos. Melibea desde el mismo día en que el joven la visita en el huerto. A partir de ese punto nos importa ver las declaraciones públicas de Melibea que llaman a las formas como hipócritas y típicas del amor cortesano que, sin embargo, será pasado por alto en poco tiempo. En este sentido es especialmente fina la escena en la que Celestina viste de dolor de muelas el amor que Calisto debe curar y Melibea acepta ayudar para un buen fin que ella sabe perfectamente lo que significa. Es decir, joven y vieja hablan entre sí en clave para evitar la confesión de lo inconfesable: que Melibea acepta satisfacer los deseos sexuales del joven Calisto. Siglo XV.

Y Calisto muere ridículamente. Desvirgada y acalorada muere Melibea. Es para partirse. El domino de la lengua, la riqueza del lenguaje hacen el resto.

sábado, 3 de enero de 2009

LA CELESTINA VIII

MORIR
ELICIA.- ¿Cómo vienes tan tarde? No lo debes hacer, que eres vieja; tropezarás donde caigas y mueras. CELESTINA.- No temo eso, que de día me aviso por donde venga de noche. Que jamás me subo por poyo ni calzada, sino por medio de la calle. Porque como dicen: no da paso seguro quien corre por el muro y que aquel va más sano que anda por llano. Más quiero ensuciar mis zapatos con el lodo que ensangrentar las tocas y los cantos.


Cuando Celestina vuelve a casa después de parlar tendido con Melibea, quien la reclamó por medio de Lucrecia para que diere la vieja remedio a su mal que era estar enamorada de Calisto, cuando vuelve, decimos, Elicia le reprende por andar a oscuras por la calle. Pero Celestina responde que ella pone cuidado suficiente como para que no le pase nada, sin importarle su apariencia le importa, sobre todo, no descuidar su propio medio, que sabe adverso. Y es que no podría ser que le fuera favorable un contexto que la alcahueta trata de exprimir, sin embargo, en su favor. Lo que la vieja parece ignorar es que, como apunta EUGENIA LACARRA, ella misma es su más peligroso enemigo. En realidad a nosotros nos parece que este otro peligro y aquel, estrictamente externo, son, en realidad, el mismo. Esto porque, como venimos diciendo, ella se desenvuelve en un medio que crea por sí misma como máximo exponente de la ruindad humana. Celestina vive en un mundo que es submundo porque ella y otros como ella lo deforman y, así, mucho de lo que hay fuera está también en ella misma, es reflejo de ella. El caso es que, después de todo, en el decimo segundo acto, o auto, la vieja alcahueta muere asesinada. Exactamente como merece. Por puta.

Precisamente el día en que amanece después de mantener la pequeña conversación con Elicia que hemos utilizado para abrir esta columna, ese día que empieza Celestina sacará en su provecho, ya en casa de Calisto, una cadena como pago a las noticias que lleva de casa de Melibea: tan malita está la pobre que ha perdido la vergüenza. Tal y como suena. Porque la vergüenza era considerada virtud destacada entre las mozas nobles y cortesanas de la época, y esta Melibea nuestra está, sin embargo, tan acalorada que no puede ocultar su pasión, baja por mucho que se intente disfrazar de cosa alta. Se dice en estos casos que la necesidad aprieta. De hecho, está tan mal la pobre que ya Celestina ha logrado concertar un primer encuentro entre los enamorados, en el jardín de Melilbea y esa misma noche.

Allí acudirán Calisto y sus criados Sempronio y Pármeno. Será justo después de ese primer encuentro entre los enamorados cuando los sirvientes de Celestina, como ya han de saber los lectores, socios de la vieja, acudan a casa de esta a reclamar su parte del colgante con que Calisto pagara sus servicios. La codicia de ella, la avaricia de ellos y, por fin, la ruindad de todos acabarán con la vida de Celestina, la que de día se avisaba de cuanto de noche pudiera venir. A la mañana siguiente los criados asesinos, presos, serán ajusticiados públicamente. Tragedia total de unos personajes que, sin embargo, no nos producen lástima. Más bien todo lo contrario.

sábado, 13 de diciembre de 2008

LA CELESTINA VII

EL CONJURO.
Conjúrote, triste Plutón, señor de la profundidad infernal, emperador de la corte dañada, capitán soberbio de los condenados ángeles, señor de los sulfúreos fuegos que los hirvientes étnicos montes manan, gobernador y veedor de los tormentos y atormentadores de las pecadoras ánimas, regidor de las tres furias, Tesífone, Megera y Aleto, administrador de todas las cosas negras del reino de Estigie y Dite, con todas sus lagunas y sombras infernales y litigioso caos, mantenedor de las volantes arpías, con toda la otra compañía de espantables y pavorosas hidras. Yo, Celestina, tu más conocida cliéntula, te conjuro por la virtud y fuerza de estas bermejas letras, por la sangre de aquella nocturna ave con que están escritas, por la gravedad de aquestos nombres y signos que en este papel se contienen, por la áspera ponzoña de las víboras de que este aceite fue hecho, con el cual unto este hilado: vengas sin tardanza a obedecer mi voluntad y en ello te envuelvas y con ello estés sin un momento te partir, hasta que Melibea con aparejada oportunidad que haya lo compre y con ello de tal manera quede enredada, que cuanto más lo mirare, tanto más su corazón se ablande a conceder mi petición, y se le abras y lastimes del crudo y fuerte amor de Calisto, tanto que, despedida toda honestidad, se descubra a mi y galardone mis pasos y mi mensaje; y esto hecho, pide y demanda de mí a tu voluntad. Si no lo haces con presto movimiento, ternásme por capital enemiga; heriré con luz tus cárceles tristes y escuras; acusaré cruelmente tus continuas mentiras; apremiaré con mis ásperas palabras tu horrible nombre. Y otra vez y otra vez te conjuro; así confiando en mi mucho poder, me aparto para allá con mi hilado, donde creo te llevo ya envuelto. [La Celestina; final del tercer acto.]

Con este conjuro, serie de palabras mágicas, Celestina hará del hilado que moja en la poción medio necesario para el hechizo de Melibea. Partirá en el acto consecutivo a casa de Alisa, madre de la joven, a la que conocía por haber sido la vieja antigua vecina. Logrará entrar en la casa gracias a la irresponsable madre y, finalmente, convencer a Melibea para que compre su hilado mágico. Y todo sucederá exactamente como la alcahueta pronosticara a Sempronio muchas páginas antes: primero sería rechazada en su intento de persuasión y luego la joven cedería e, incluso, solicitaría sus servicios. Claro es que esto pretende ocurrir, sin embargo, por medio del engaño. El mal de Calixto es dolor de muelas, le dice. Quizá con una oración a Santa Apolonia de ella y su cordón pueda curar el enfermo. Pero fíjese el lector en que el dolor de muelas era eufemismo de enamoramiento desmedido, y el cordón prenda típica de doncellas, de vírgenes. Cuando Celestina pide el cordón a Melibea le está pidiendo su virginidad [Véase Eugenia Lacarra].

Una pregunta que nos interesa responder es qué influencia real tiene sobre los acontecimientos el conjuro. El conjuro vale la pena por sí mismo y su valor máximo está, desde nuestro punto de vista, en lo verdadero de su magia. Lo verdadero de su magia es el misterio que contiene, y es su forma también. Las ediciones de Francisco Rico insisten en la riqueza de lenguaje y nosotros creemos que el conjuro es un ejemplo claro. Léanlo y comprenderan su sentido absoluto independientemente de lo real que pueda considerarse. Es un texto oscuro y también intrigante que sirve, sobre todo, para caracterizar mejor a la vieja.

Pero Melibea no puede ser tan idiota como para no entender el doble sentido de las palabras de La Celestina. Y no parece posible que se deje engañar por la vieja. La vieja tiene labia y hace ver las cosas de otra manera, y conoce a las mozas y doncellas de la ciudad. Pero estamos convencidos de que no es preciso el hechizo para que Melibea acepte una propuesta que, aunque la vieja mantiene oculta con metáforas, le interesa más que a nadie: ser dueña de Calixto.

Y aún habrá pronosticado otras cosas. Sabe Celestina más por Celestina que por bruja: Coxquillosicas son todas, mas después que una vez consienten la silla en el envés del lomo, nunca querrían holgar. Que no se equivoca en nada lo dejara bien claro Melibea en próximos acontecimientos. Si cedió su cordón es porque ya pensaba que perderse en aquel amor carnal le podía traer alegrías.

¿El conjuro? El conjuro es para leerlo.

viernes, 5 de diciembre de 2008

LA CELESTINA VI

LA ALCAHUETA.
Estos señores de este tiempo más aman así que a los suyos. Y no yerran. Los suyos igualmente lo deben hacer. Perdidas son las mercedes, las magnificiencias, los actos nobles. Cada uno de éstos cautiva y mezquinamente procura su interés con los suyos. Pues aquéllos no deben menos hacer, como sean en facultades menores, sino vivir a su ley. [Auto primero, LA CELESTINA]

Bueno pues, después de todo, esta vieja puta alcahueta no es la primera en proponer sacar tajada de la enfermedad de Calixto: amor le dicen en la época. De hecho es el criado Sempronio quien plantea aprovecharse de la situación. Desde luego Celestina no dudará ni un segundo y, además, el mismo Sempronio sabe perfectamente que ese es el tipo de propuestas que puede hacer a la vieja. No de otras clases le interesan.

En el primer acto de la obra, éste del que tanto se discute su autoría, se presenta perfectamente al que a lo largo de las distintas ediciones se ha afianzado como personaje principal, hasta el punto de quedarse con el título de una obra que empezó llamándose COMEDIA DE CALIXTO Y MELIBEA, y se llamó posteriormente TRAGICOMEDIA DE CALIXTO Y MELIBEA. LA CELESTINA es el nombre por el que todos conocemos la obra y esto se debe a la fuerza de un personaje que en principio secundaba a los jóvenes enamorados.

En el anterior artículo dijimos que el criado Pármeno fue quien se resistió más a las tretas que alrededor de los deseos sexuales (sobre todo sexuales) de la joven pareja se estaban componiendo. El motivo principal de la desconfianza de Pármeno a cuanto se planteaba es, sin lugar a dudas, la desconfianza que la propia Celestina le provoca. Porque él la sirvió cuando era un crio y ella prácticamente le crió, así que lo que tenemos es una descripción estupenda de la vieja alcahueta. Y de primera mano, y carnes propias.

Pármeno señala que en su casa las sirvientas eran labranderas (pregunten si lo necesitan) que, además, robaban a las señoras de sus casas para pagar a la bruja. Que era ella conocida de todos porque todas las casas visitaba, que era grande su laboratorio de perfumes (falsos) y cosméticos (falsos) y afrodisíacos y otros productos propios de hechicería (falsa). Y asegura que vendió por virgen tres veces a una misma criada ante un mismo hombre. Pero, ay, amigo Pármeno, el propio criado sucumbirá al parlamento encantador de Celestina, al que promete oro y plata (más hacienda que el propio Calixto) y al que trata de sensibilizar con un discurso sobre la amistad que tiene que ver, directamente, con el criado Sempronio, que ya viene formando parte de un engaño que él mismo planteó, como decimos. Pármeno debe cuidar su amistad con Sempronio porque es éste un valor provechoso. Planteamiento bruto que no choca con el pragmatismo del que es clarísimo ejemplo las negritas que introducen esta columna.

Así, pues, Celestina queda presentada. Es para temblar, porque si es capaz de llevarse a su lado a quien sabe de sus artes, imagínense lo que puede hacer con un cazurro como Calixto.

martes, 25 de noviembre de 2008

La Celestina V

MALCRIADOS.

¿Qué te parece, Sempronio, cómo el necio de nuestro amo pensaba tomarme por broquel para el encuentro del primer peligro? ¿Qué sé yo quién está tras las puertas cerradas? (...) Manifiesto es que con vergüenza el uno del otro, por no ser odiosamente acusado de cobarde, esperáramos aquí la muerte con nuestro amo, no siendo más de él merecedor de ella? [LA CELESTINA, acto duodécimo]



Aquí tienen a uno de los principales secundarios: Pármeno. Está de cháchara con su amigo Sempronio, ambos acompañan a su amo, Calixto, que hace su primera visita a su amada Melibea. Están para atender a los peligros que pudieran surgir en la oscuridad de la noche y no están, como Calixto cree y ellos debieran, para proteger a su amo, pues tan sólo piensan en salvarse a sí mismos. ¿Que por qué son así estos criados?


La respuesta es que lo único que quieren es su parte del botín. Porque, como ya hemos dicho, todo el romance de la historia gira alrededor de un gran engaño en el que todos tratan de sacar tajada: Celestina principalmente, y los criados Pármeno y Sempronio de forma menos clara, pues ellos van a sufrir, a su vez, el engaño de la alcahueta.


Pármeno, que ya desde un principio se muestra en desacuerdo con la idea de su colega Sempronio de utilizar a Celestina como intermediaria, acaba por plegarse a los deseos de todos los demás porque la alcahueta le promete premio tangible, y más grande que la propia hacienda del amo Calixto. Todo a pesar de que es vieja (puta) conocida de él, a la que sirvió siendo pequeño y de la que puede explicar sus varias malas artes. Así que la realidad es que ambos criados serán, más bien, utilizados por Celestina, experimentada en este tipo de engaños. Lo que se produce es una lucha contenida entre los tres que se hace explícita cuando los criados van a pedir su parte del botín a Celestina que, avarienta, se niega a conceder, lo que le cuesta la vida. Lo que, al final, le cuesta la vida a los tres, pues Sempronio y Pármeno serán apresados y ejecutados por el asesinato de la alcahueta.

Así pues estamos ante unos criados que, al igual que su amo, no pueden ser más que parodia de aquellos que servían a verdaderos caballeros, de verdadero porte y que sentían el peso de la responsabilidad, del deber. Todo lo contrario de lo que nuestro personaje Calixto hace, como ya hemos explicado en otro artículo. Ellos ayudan a completar el tono paródico que tiene toda la obra. Y, así, cuando llegan por primera vez al huerto de Melibea no quieren saber nada de defender a su amo de peligro alguno, más bien tratan de acabar con el asunto cuanto antes y, desde luego, complicarse la vida lo menos posible. Ese el respeto que tienen a su señor, al que utilizan para reír, pues se burlan de él constantemente y, también, para ganar algunas monedas.

Pero hay más criados. Tristán y Sosia se convertirán en contrapunto de los dos criados muertos, cuando los sustituyan, hasta el punto de que se crea una clara contradicción en los pensamientos que expresan Melibea y Tristán al morir Calixto, ambos muy apenados pero parece que más sinceramente el criado, pues Melibea echa ya en falta no poder satisfacer en adelante su apetito sexual, por encima de otras consideraciones humanistas.

Lucrecia es criada de Melibea, y resulta, desde nuestro punto de vista, el personaje que logra mantener una perspectiva más crítica de cuanto acontece, pues en ningún momento acepta del todo la iniciativa de los enamorados.

Hemos elegido las palabras que en negritaencabezan esta columna porque, desde nuestro punto de vista, ilustran bien quiénes son los criados de esta obra y cuál es su aportación a la trama. Una vuelta más de tuerca que hace de LA CELESTINA un libro genial.

lunes, 24 de noviembre de 2008

La Celestina IV

MELIBEA O EL FALSO RECATO

¿Cómo no gocé más del gozo? [Decimonoveno acto de LA CELESTINA]

No menos hipócrita que Calisto se nos antoja Melibea. Que ya en el primer acto rechaza a quien promete ser su amante pero sólo lo hace después de coquetear con él y de darle falsas esperanzas. Recordemos que las féminas no tenían permitido según las reglas amorosas hacer públicos sus deseos. Como en el caso de Melibea estos deseos se convierten enseguida en actos directamente carnales mucho menos puede permitirse el lujo de hablar de ellos.

Cuando Celestina la visita de parte de Calisto Melibea no puede creer que el joven sea capaz de tal artimaña, aunque Celestina, que es mentirosa profesional, logrará convencerle de que, en realidad, no trata más que de aliviar en el hombre un mal de muelas que lo está torturando. Véase, entonces, el juego que se produce o, bien, podría estarse produciendo, porque no hemos encontrado ninguna referencia al asunto entre los especialistas.

Bien; puede que precisamente por no poder manifestarse en público sea que Melibea rechaza de primeras el negocio que Celestina le expone, y que no consiste más que en aceptar el amor que Calisto propone a través de ella, experimentada desvirgadora en la ciudad. Melibea no podría aceptar semejante propuesta porque ni puede hacer público su amor ni puede ceder, por otra parte, a las artes de una alcahueta. Y se muestra ofendida por la vieja.

Cuando Celestina le dice que, en realidad, tan sólo trata de curar la enfermedad de Calisto ella no duda en darle la cinta que le solicita como necesaria para el conjuro de Celestina. Pero fíjense que a Melibea le basta con que las intenciones claramente sexuales que pudieran esconderse en la solictud que está recibiendo quedaran ocultas. Así que la pregunta es si Celestina convence a Melibea o, más bien, es esta última la que se deja convencer a conveniencia porque, por si fuera poco, era habitual en la época llamar mal de muelas al enamoramiento, que a menudo era considerado como una enfermedad. De esta manera podría resumirse que todo es una acuerdo no explícito ni confeso que entre las dos mujeres hacen: una y otra simularan que tratan de curar a Calisto de su dolor de boca cuando ambas saben que lo que quieren curar es otra cosa.

Así que esta es la Melibea que nosotros vemos cuando leemos LA CELESTINA. Las palabras que, en negrita, encabezan este artículo aparecen justo después de caer Calisto de la escalera, torpemente. Siente pena por él, pero la mayor amargura viene provocada por la falta que, a partir de entonces, tendrá de forma fundamental: la de sexo. Y es que la pareja habrá entrado en una dinámica habitual de visitas del joven a la habitación de ella, de tal manera que Melibea llevará desvirgada un mes. Cuando Calisto muere, sin embargo, aún se recrimina no haber gozado más tan rico placer.

No obstante, hay que decir que el suicidio de la chica sí parece que deba verse desde un punto de vista trágico e, incluso, podría decirse que cortesano. Porque la muerte propia, el hecho de llevar a cabo uno su propia muerte no puede ser más que trágico, aunque las razones que nos lleven a ello sean ridículas o cómicas. Cuando Melibea decide tirarse desde lo alto de la torre, además, lo hace con la intención principal de matar también su vergüenza, que es la de una doncella desvirgada. El destino del que no puede huir es, de esta manera, trágico, y decimos que cortés en el sentido de que ya que quedará invalidada para vivir este tipo de amor en el futuro preferirá morir.

Se ha dicho muchas veces que Mellibea es un personaje contradictorio y nosotros no hemos sido capaces de desmentir esta afirmación, porque metidos en harina nos hemos encontrado con un personaje complejo, ya desde el primer acto, cuando deja a Calisto que siga con su cortejo y le da esperanzas para luego castigarle, cuando se muestra ambigua con Celestina como hemos explicado y, finalmente, cuando decide suicidarse. Pero es precisamente gracias a estas contradicciones como encontramos la personalidad fundamental de Melibea: ella trata de mantener las apariencias. Así que el gozo sexual y la visión que de ella exige el amor cortesano son las dos máximas que moldean a Melibea. La segunda, si embargo, le lleva tan lejos que le obliga a quitarse la vida.

martes, 9 de septiembre de 2008

La Celestina III

LAMENTOS QUE HACEN GRACIA


¡Ay, ay, noble mujer! Nuestro gozo en el pozo. Nuestro bien todo es perdido (...) ves allí a la que tú pariste y yo engendré hecha pedazos. [Vigésimo primer acto de la tragicomedia LA CELESTINA]


En fin, que puesto a ridiculizar a cada uno de sus personajes Rojas no perdona ni aquel al que algunos han señalado como voz propia del autor: la de Pleberio, padre de Melibea, que comienza el último de los actos de la obra con la patética queja "Nuestro gozo en un pozo" (y su hija acaba de suicidarse), impropia del lenguaje cortesano y aún más del culto o del literario al que tanto recurren los personajes de la obra y del que suelta inacabable retahíla nuestro Pleberio en lo que de monólogo sigue, triste, sí, pero también estúpido. Un personaje estereotipado a la contra que es paradigma de cuantos gustan de hacer las cosas como no son. Imposible, por tanto, ser voz del autor. Pleberio es un necio y le pasan cosas de necios.


Esto que a nosotros nos parece clarísima parodia de los personajes cortesanos Maite Cabello lo explica como enfrentamiento entre dichos personajes y sus arquetipos. Pero no ha de entenderse como enfrentamiento positivo en el sentido de superación, porque Rojas no se traiciona en ningún momento y mantiene hasta el final esa finalidad prometida que es desaconsejar a sus lectores, decir como no han de hacerse las cosas, en lo que al amor respecta, claro. Así que se trata de un enfrentamiento negativo y que deja muy mal a los personajes de la obra.

A la pregunta que cabría hacerse sobre si la literatura cortesana (véase CÁRCEL DE AMOR) es parodiada para criticarla o, más bien, idealizada como ejemplo a seguir muy en contra de lo que sucede en la obra que se nos presenta, excesiva sobre todo desde el punto de vista sexual, a esta pregunta no sabemos responder, aunque vemos con claridad meridiana que Rojas se recrea en el comportamiento desaconsejable de Calixto y Melibea, y vemos también que seguramente pudo engañar a la justicia inquisitorial pero no a los que nos hemos podido permitir el lujo de leer la obra con tanta distancia: Rojas debió de pasarselo pipa escribiendo LA CELESTINA, profundizando en los vicios de sus personas.

Nosotros disfrutamos mucho cuando leemos sus pasajes, su humor acidísimo que nos permite esbozar una sonrisa cuando Melibea está a punto de tirarse desde lo alto de la torre como hacían las doncellas amantes, pero ya sin ser doncella esta, desvirgada por el personaje más idiota de toda la obra. Y, así las cosas, los lamentos de Pleberio no entristecen, no pueden entristecer a ningún lector.

Lo que sí consiguen los lamentos de Pleberio es explicar hasta donde ha llegado la insensatez de los enamorados. Porque ni los héroes, ni los hijos de los héroes, ni los amantes, ni los vivos ni los muertos a los que Pleberio nombra en su retahíla han caído tan bajo en sus vicios como los protagonistas de LA CELESTINA. Y, desde luego, ninguno de los padres a los que se hace referencia en el monólogo han sido tan descuidados y soberbios como para no darse cuenta de lo que acontecía a sus hijos. Es decir, la amarga queja de Pleberio consigue, como es deber según debió de imponerse el propio Rojas, hacernos ver lo disparatado de la trama.

miércoles, 20 de agosto de 2008

La Celestina II

LOS SESOS DE CALIXTO POR EL SUELO

¡O mi señor y mi bien muerto! ¡O mi señor [y nuestra honra], despeñado! ¡O triste muerte [y] sin confesión! Coge, Sosia, esos sesos de esos cantos, júntalos con la cabeza del desdichado amo nuestro. ¡O día de aciago! ¡O arrebatado fin! (Acto decimonono de LA CELESTINA, tomado de EDICIONES B, a cargo de Mª Eugenia Lacarra)

En fin, este pequeño parlamento del criado Tristán representa uno de los pasajes más trágicos de esta obra que una y otra vez es considerada oficialmente como la más importante de la literatura española (en su calidad literaria) después de EL QUIJOTE. Calixto acaba de caerse de la escala con la que, a lo largo de un mes, ha estado visitando a su amada Melibea, a la que ya tenía desvirgada desde el primero de los días en que, con otros criados, aún vivos, hiciera su primera excursión. Consentida por la contraria, claro, dispuesta a dejar de ser dama. Cuando nosotros llegamos a este sesudo punto de la obra, Calixto muerto, no podemos reprimir una sincera sonrisa maliciosa que viene a decir que al protagonista le pasa lo que se merece. ¿Que por qué? Vamos viéndolo.

Desde el principio de la obra Calixto se nos presenta como el centro de las burlas de todos los personajes (Dorothy S. Severin, CÁTEDRA) fundamentalmente porque es parodia del amante cortesano. Es parodia porque todo lo hace al revés: no tiene paciencia, es directo en las formas, tan poco discreto que utiliza a una alcahueta como mediadora y, desde luego, más que amor romántico lo que busca es sexo. ¿Que por qué? A ver.

Calixto está salido como el pico de una plancha. No lo decimos de broma, es sólo por llamar la atención del lector. A nosotros no nos preocupa eso. Es decir, no nos parece mal que el pobre ande algo apurado. Sin embargo, el personaje sí nos cae decididamente mal, porque es un hipócrita. Lo es porque disfraza su verdadera pasión (simples ganas) de complejo amor cortesano, un amor del que no puede salir ileso porque no sabe cómo ejercerlo. Por eso es objeto de las burlas de prácticamente todos los personajes, especialmente de su criado Sempronio y de Celestina. Ahora bien, para que su descripción (grosso modo, por favor) sea completa no se le puede negar a nuestro Calixto la posibilidad de cierto punto trágico. Nos explicamos.

La posibilidad radica en que, efectivamente, el pobre Calixto pudiera verse obligado a actuar del modo en que lo hace. Es trágico en ese sentido, porque un destino fatal nos parece no poder amar con plena libertad a quien se desea cuando, además, se es correspondido. Así, Rojas estaría también denunciando un proceder social que debía ya verse como pasado de moda incluso en la literatura. No obstante, ni siquiera de este modo quedaría del todo justificadas las formas de Calixto, ya que parece contradictorio querer adecuarse a las señoriales reglas cortesanas del amor y desvirgar a la dulce dama a las primeras de cambio. ¿O no?

Así pues, Calixto es fundamentalmente un personaje cómico, tanto que incluso cuando se mata nos produce risa. Se trata de un humor no exento de cierto acidillo porque, al fin y al cabo, alegrarse uno cuando el héroe palma parece un poquito duro. Pero, oiga, esto lo leían a primeros del dieciséis, y lo leyeron en el diecisiete y, en fin, se estuvo leyendo bien hasta que metio mano la científica crítica especializada del siglo XX y la mangó mejor. Porque convirtió una comedia en una tragedia y se quedó tan ancha.

Pero bueno, nosotros, humildes libreros, nos hemos servido también de la crítica especializada, con la salvedad de que nuestra primera relectura tras los tiempos de instituto ha sido con una edición de Mª Eugenia Lacarra, defensora a ultranza de LA CELESTINA como comedia, y que ha acabado influyendo en tantos otros críticos hasta, con la adhesión de algunos, hacer de su punto de vista opinión imperante. Aún, sin embargo, quedan resquicios entre intelectuales máximos que insisten en lo trágico del final de la obra. Hay razones para verlo así pero son malas razones aunque, de momento, no vamos a ahondar más en el asunto.

Sepan, pues que no hay prisa. Que la Tragicomedia de Calixto y Melibea es, por encima de cualquier cosa, comedia de lo más fino que se ha escrito en español lo iremos demostrando más adelante. Vengan, si lo desean, con nosotros, que algo encontrarán que merezca la pena.

lunes, 11 de agosto de 2008

La Celestina I

LA CELESTINA.

Es verdad que hemos estado mucho tiempo afuera, pero es que por ahí afuera hay mucho que ver y, sobre todo, mucho que leer. Nos hemos propuesto, sin embargo, ser fieles a esta interesante iniciativa y formaremos parte de ella con asiduidad al menos suficiente y, en definitiva, escribiremos todas las semanas sobre libros, encaminándonos lentamente hacia la meta que es nuestra guía de lectura y que estará por aquí dentro.


Ya dijimos anteriormente que la primera de las obras que formara parte de nuestra relación tenía que ser un clásico. Aunque teníamos pensado cuál decidimos primero lanzar al aire el manojo de condiciones necesarias para su justificación y lo que ha llegado al suelo, de vuelta, es LA CELESTINA. Como nadie lo puede haber adivinado, ya que todos sabían de quien íbamos a hablar, estamos seguros de que la sorpresa habrá sido mayúscula. Y como todos son casi ninguno, pues es una sorpresa mayúscula pero pequeña, lo cual lo hace, por lo menos, doblemente sorprendente. Y mayúsculo.

El motivo principal de que sea la de DE ROJAS nuestra primera obra es que es vieja. Muy vieja. No hay broma que valga, porque es tan vieja que ha influido en toda la literatura posterior como ninguna otra, y es tan rica que ha influido en toda la literatura posterior como ninguna otra. Es más: tan divertida que ha sido leída como cualquiera de los más famosos best- sellers (o como puñetas se escriba).

Desde LIBRERÍA HISPÁNICA nos gustaría mucho que el análisis que de esta primera obra se hiciera fuera concienzudo. Pero que no fuera mucho más allá de este mes de agosto. En próximos días trabajaremos en un par de artículos, alrededor de la obra misma y del autor. A mayores queremos escribir un artículo sobre los famosos apartes que hay en la obra, así como otro muy interesante que tratará sobre la influencia de esta obra en las comedias del siglo de oro.

Como curiosidad os contaremos que dentro de la programación del tercer festival OLMEDO CLÁSICO de teatro del siglo de oro (entendemos que esta época es su especialidad) la compañía japonesa KSEC-ART nos dio a conocer su versión o visión personal o quizás interés particular que en la obra tenía. El caso es que, sobretitulada, asistimos a un montaje mucho más simbólico de lo que esperábamos y tan plástico como deseábamos. Aunque tiene una falta que es, desde nuestro punto de vista, la ausencia casi total de comicidad, algunos guiños divertidos permitieron que el espectador se relajara suficientemente para atender más cómodo al meollo de la cuestión: la tragedia de CALISTO y MELIBEA, enredados por los engaños y embustes de LA CELESTINA, y de los criados de ambos. La ambición como final y el amor como medio. La mentira como protagonista. Pero sin la ridiculez de los jóvenes salidos, de la muerte de Calisto, del suicidio de Melibea. Ahí estuvo el error de los japoneses desde nuestro punto de vista: el espectador debe reírse, maliciosamente, de los dos protagonistas (otro tema interesante a desarrollar puede ser sobre el protagonismo de la obra) y en esta representación nos ponemos tristes. Pero ¿cómo nos vamos a poner tristes con una obra en la que el personaje principal es tan patético que muere al caerse de la escalera cuando está tratando con su enamorada: la sesera esparcida por los suelos?
En todo caso, la obra de los japoneses dabió calar bien en cuántos tuvieran interés por la obra: se recrearon maravillosamente en todas las escenas eróticas y nos explicaron bien el lado trágico, lleno de símbolos, de metáforas fabricadas a base de refinadas expresiones corporales. Pero esto no es un blog de teatro, amigos. Quien quiera peces que se compre una caña. O se vaya a la pescadería.
En fin, que hoy escribimos hasta aquí, pero debéis estar atentos porque pensamos exprimir todo el jugo que la vieja puta tenga en sus entrañas. Luego lo organizaremos todos en los aún vírgenes (alguien tiene que dar ejemplo) botones de la izquierda. Salud y buenos alimentos.