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martes, 27 de octubre de 2009

SANTIAGO REGIDOR. Ilustradores de Calleja II.

De las personas humanas su capacidad para no dejar ni rastro es una de las que más me sorprenden. Por no decir la que más. Morir y pasar en poco tiempo a formar parte del todo y hasta ser menos de lo que yo soy. Aún más sorprendente es, sin embargo, que incluso de aquellos que dedicaron su vida a manifestarse artísticamente y por medio de obras, a priori, imperecederas, de aquellos que dejaron tras de sí huellas explícitas de lo que fueron, de aquellos tampoco quede nada. No voy a volverme ciego buscando a los ilustradores de don Saturnino. Prodigio suficiente es ser invisible.

Toca Santiago Regidor. Nacido en 1866 he pescado buena parte de la información que poseo en la hemeroteca del ABC: gracias a que un día de 1942 (diez de septiembre) murió y el diario publicó su necrológica. Que se me diga que, entonces, sí hubo huella. De acuerdo: pero fue leve.

Como Méndez Bringa, el Regidor fue colaborador habitual de ABC y de BLANCO Y NEGRO, aunque no fuera nunca el favorito de esta revista como aquél, porque de eso sólo podía haber uno: aún pasa. Lo que más interesa en este blog es que también fue ilustrador de las ediciones de Calleja, pero de eso sí que me ha sido imposible encontrar algo.

Sé que durante cuarenta años regentó la cátedra de Dibujo del Colegio Municipal de San Ildefonso hasta su jubilación. Pintor e ilustrador se especializó en los paisajes. El ABC de entonces destaca su carácter eminentemente español, que debe de referirse a los motivos principales de sus obras: el campo y el medio rural, las aldeanías, las gentes camperas que habrá que pensar eminentemte españolas.

Por el buscador del Museo del Prado he sabido de dos de sus principales obras, ambas óleos: PAISAJE CON LAGO y NIÑOS, FUENTE Y CABALLOS. No he sido, sin embargo, capaz de encontrarlas por sitio alguno. Tengo al librero tan cabreado que he pasado buena parte de la mañana esquivando sus zapatillazos. De eso tampoco quedará huella alguna, pues apenas soy aire, pero lo cierto es que me ha abanicado tanto que aún siento partes de mi no afuera, separadas, independientes y puede que extraviadas: espantadas. Ocuparé algunos días buscándome y, quien sabe, podría ser que entre tanto apareciera también algún interesado en Santiago Regidor, alguien mejor documentado que yo.

sábado, 5 de septiembre de 2009

CUENTOS DE CALLEJA

Durante buena parte del pasado siglo XX español la letra entró en las mentes infantiles haciendo herida y muy lejos de ser considerada un divertimento. A finales del XIX la letra ni entraba ni falta que hacía. Hasta 1909 no hubo en España un decreto de obligatoriedad de escolarización, esto es: seis años antes de la muerte del protagonista de este artículo. El analfabetismo era el más grave de toda Europa y las escuelas espacios más bien deprimentes que no lograban convencer a unos padres que necesitaban, por encima de todo, ingresos que ayudaran a la desastrosa economía familiar de aquellos tiempos. De Saturnino Calleja se pueden decir muchas cosas pero la principal es que fue un precursor.


Los libros de texto de finales del XIX y, en general, todos los que tuvieran que ver con la divulgación (científica, sociológica o literaria) no sólo eran escasos y de poca calidad sino caros. Y Calleja y su empresa editorial, fundada en 1876, hincó el diente a todas esas cuestiones: sacó a la luz libros más baratos que les permitieran llegar a un mayor número de usuarios y, a la vez, ilustró sus páginas para hacerlos más atractivos. Aplicó a rajatabla el lema de la editorial: todo por la ilustración, procedente de la revista fundada en 1884 La ilustración en España.

Calleja fue maestro y agente de modernización educativa y cultural de la época, parte esencial en la fundación (1876) y el posterior desarrollo de la Institución de Libre Enseñanza, también fundador de la asociación nacional del Magisterio Español, y de la Asamblea Nacional de maestros que planteó al gobierno las reformas necesarias en el sistema educativo. Entendía que el país sólo podría renacer, rehacerse, por medio de la cultura y de la educación. Se dice (se dicen las cosas que se dicen) que en 1888 sacrificó el 80% de las ganancias a cambio del fomento de la obra, lo cual sugeriría, más allá de lo romántico o interesado del tema según perspectivas, la confianza que tenía en su proyecto, efectivamente, empresarial y educativo al mismo tiempo. Así, enviaba libros a las paupérrimas escuelas de la época, muchas veces, a costa de su propio bolsillo: unos manuales que sorprendían a los pobres maestros por lo atractivo de sus contenidos, y por lo bajo de su precio. El propio Calleja escribió decenas de libros de texto: sobre cocina, danza, historia sagrada, cartillas, etc...




Tener Más cuento que Calleja es una de las expresiones hechas más famosas de este país. Habitualmente se decía en tono despectivo y venía a significar que el señalado era un mentiroso. Con el paso de los años la expresión se ha ido suavizando y, aunque mantiene el significado, denota también cierto aire cariñoso. Efectivamente, los cuentos de Calleja han trascendido más que el resto de su producción editorial. Los niños de los primeros decenios (hay que pensar que la labor de Saturnino fue continuada por su hijo con mejor resultado aún) del pasado siglo crecieron con los cuentos de Calleja, característicos por su pequeño tamaño, bajísimo precio (cinco y diez céntimos las colecciones más baratas) y sus cuidadas ilustraciones, a cargo de reputados dibujantes, como Narciso Méndez Bringa, Santiago Regidor, el también escritor Salvador Bertolozzi y José Pepito Zamora. Además de estas colecciones baratas había otra llamada PERLA que se caracterizaba por su mayor calidad. En total la editorial Calleja logró publicar un total de veintiocho colecciones, de las cuales JOYAS PARA NIÑOS y JUGUETES INSTRUCTIVOS fueron las más conocidas. En 1911, cuatro años antes de la muerte de don Saturnino, la editorial tenía editados más de mil cuentos, gracias a los cuales los niños de la época conoceron a Perrault, Andersen o a los hermanos Grimm, además de deleitarse con historias propias de autores casi siempre anónimos pero entre los que se sabe que estuvo, por ejemplo, un joven llamado Juan Ramón Jiménez. En general, se puede decir que los cuentos de Calleja han sido uno de los fenómenos editoriales más importantes de España y, por extensión, de la América hispano hablante. Tropezar hoy con muchos blogs del mundo que traten la literatura hispánica es encontrarse con estos libritos que forman parte de la historia general de estos países, y de la sentimental de muchos de sus paisanos.


No hay por qué negar, en todo caso, que se trata de cuentos ejemplificadores, en los que el aspecto religioso es importante y en los se fomentan virtudes que hoy en día consideraríamos dudosas. Las obritas de los autores europeos antes mencionados eran muchas veces retorcidos a conveniencia de la moraleja o lección que se quisiera enseñar, pero no se puede hacer este tipo de crítica sin antes situarse adecuadamente en el contexto en el que se desarrolló el fenómeno. Efectivamente, la gente mala era fea y, aún peor, la fea mala; los buenos honrados trabajadores, etc, etc... pero piensese, en este sentido, en los cuentos clásicos de príncipes y princesas que hoy día continúan publicando algunas editoriales, o en las las películas de dibujos animados que nuestros hijos devoran más de un siglo después...

En fin, Saturnino Calleja publicó, además, varias ediciones de EL QUIJOTE y la primera de PLATERO Y YO, libros que hoy en día deben ser joyitas de las más buscadas por los coleccionistas. Y, bueno, fueron felices y comieron perdices, y a mi no me dieron porque no quisieron. (Saturnino Calleja)