Hace algunos días que me interesé por el último título de Agustín Fernández Mallo: EL HACEDOR (DE BORGES), REMAKE. El título es, para no variar el Mallo, bastante chorra (qué vocabulario, madre) pero, aún así, me dije que lo leería, que estaba dispuesto a aventurarme. Y como no conocía el original pues por ello empecé. Lo terminé ayer. Se trata de una especie de cuaderno de todo (no recuerdo qué autora española escribió un libro con este título, puede que Martín Gaite) que no me ha gustado todo el tiempo pero en el que, como siempre, me he encontrado con piezas de esas que le dejan a uno boquiabierto, normalmente cuando Jorge Luis Borges auna reflexión y belleza originales y pulcras en un texto que resulta irresistible, por sencillo y directo. Porque el argentino no es siempre complejo, aunque sí profundo. Pondré algún ejemplo en días venideros. Lo he leído como hay que leerlo: tranquilamente, releyendo cuando me apetecía, pasando por alto cuando no me agarraba, de corrido algunos tramos como si se tratase de una novela... en fin, a mi aire... y pensando mientras en qué se le habría ocurrido hacer al del Remake. Ahora pienso que, antes de nada, voy a volver a leer la versión original, porque cuando terminaba me he pegado en la frente con esto:
EPÍLOGO
QUIERA DIOS QUE la monotonía esencial de esta miscelánea (que el tiempo ha compilado, no yo, y que admite piezas pretéritas que no me he atrevido a enmendar, porque las escribí con otro concepto de la literatura) sea menos evidente que la diversidad geográfica o histórica de los temas. De cuantos libros he entregado a la imprenta, ninguno, creo, es tan personal como esta colecticia y desordenada silva de varia lección, precisamente porque abunda en reflejos y en interpolaciones. Pocas cosas me han ocurrido y muchas he leído. Mejor dicho: pocas cosas me han ocurrido más dignas de memoria que el pensamiento de Schopenhauer o la música verbal de Inglaterra.
Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara.
J.L.B
Buenos Aires, 31 de octubre de 1960.
Un fenómeno, Borges. Y un verdadero maestro del efectismo. En ese aspecto (no sé si lo viene con el carnet de argentino) los relatos de Cortázar (tu amigo, el de "Rayuela") son también, en mi opinión, fabulosos.
ResponderEliminarHola, Impenitente. La verdad es que nunca había pensado en Borges como en un escritor efectista pero, ahora que lo dices, la verdad es que sí, creo que es una buena manera de definirlo. Aunque, por suerte, es más cosas también.
ResponderEliminarLos relatos de Cortázar me gustan, son muy valientes, arriesgados: llevan su originalidad hasta el extremo porque, sobre todo los fantásticos, se retuercen en su verosimilitud.
Ché, me gustan los argentinos.