Autor, Javier Marías, 1971.
Editorial, Alfaguara, 2011.
310 páginas.
Pvp, 18 €.
Hace algunos meses que llegó a la librería una pequeña selección de títulos de Javier Marías pertenecientes a la colección que viene realizando Alfaguara. Ya saben que se trata del autor español vivo más y mejor reconocido en el mundo a día de hoy, además de ser -que recuerde- uno de los nombres a los -de manera tangencial- se alude como posible ganador del nobel. Hace tiemo que nadie puede negar que Marías es un autor de primera línea y de interés máximo, más aún después de una muy dilatada carrera literaria, pero la obra que hoy reseño es la suya primera, y la escribió con dieciocho años. Saben cómo es eso del vértigo, ¿no? Sí, hombre, leer a un chaval y sentir por ello que uno con veinte años más es una persona inmadura, o acaso demasiado vieja para subir a un tren que se perdió de vista ya. No sé. No puedo negar que lo que más me ha impactado ha sido la capacidad de aquel Marías de escribir una novela como esta.
Una novela compleja en su planteamiento, con muchos personajes ya desde el inicio, y que se complica más a cada paso y hacia ningún lado ni resolución alguna. Una novela que se desarrolla, sin embargo, con sencillez, a modo de relatos relacionados por personajes comunes, que aparecen aquí y allá, unas veces de manera circunstancial y otras protagonizándolos. Son siempre personajes estereotipados y que hemos visto mil veces en las pantallas sobre las que se proyectaran películas de cine negro: valientes y egoístas, sin escrúpulos, siempre interesados y atractivos e inquietantes.
El comienzo es la temprana desintegración de la familia Taeger a partir de los hechos más o menos escandalosos que merman su buena reputación en el Pittsburgh de la segunda década del siglo XX y que aparecen en el relato también como necesarios o inexorables a la vista de los sucesos que protagonizarán los hijos de Davison Taeger: Milton, Edward y Arthur, todos ellos de vidas problemáticas, al borde de la ley o, directamente, al margen de ella. Todas las historias que se narran a partir de este primer relato tienen a estos hermanos -que viven separados y protagonizando historias dispares- como hilos conductores o espina dorsal del libro. Ellos hacen la novela pero no son los únicos personajes protagonistas. De hecho, si los relatos hubieran sido narrados en primera persona tendríamos que hablar de una novela coral.
Algo que me ha llamado poderosamente la atención es la cantidad de proyectos chungos que pueblan esta novela. Todos los protagonistas planean trampas. Todos los negocios se ensucian, también los que ya eran sucios. Y es, desde luego, una novela de acción porque los planes se hacen explícitos desde su puesta en marcha, y esto pasa desde las primeras páginas: creo que es Milt Taeger el primero que inventa algún tipo de argucia para hacerse con bastante dinero y desaparecer de su casa cuando aún es muy joven. Milt es un gángster en el resto de la novela, a veces es nombrado o aparece circunstancial o secundariamente y en ocasiones lleva todo el peso de la acción. Y así pasa con el resto de personajes, aparecen y se difuminan y son nombrados en según qué historias. He visto a Bolaño. Arthur será un afamado actor de películas románticas, mientras que a Edward lo conoceremos por su calidad de fugitivo de la justicia. La razón es el asesinato. Con sus historias se mezclan las Terence Barr, Osgood Perkins o Patrick Rambeau, más conocido como San Patrick el Rural, personajes que se relacionan en un tiempo que no siempre coincide, unas veces en el sur de la época de secesión y otras en el norte de principios de siglo... los sucesos aparecen emparentados por motivos comunes, sujetos a circunstancias igualmente oscuras y con destinos inciertos o directamente fatales. No hay atisbo de duda en sus comportamientos, no caben héroes y sí muchas víctimas, víctimas inocentes y culpables, víctimas de víctimas. He visto a MacCarthy. Abundan las situaciones dantescas, el horror de la muerte se presenta como broma de mal gusto. ¿Se puede decir Tarantino? ¿Leone quizá? Hombre, un poco de seriedad.
Teniendo en cuenta la fecha de publicación es desde luego sorprendente la modernidad del libro. Un estilo cinematográfico (homenaje cinéfilo, según el propio autor), una trama veloz y desbordante y una madurez narrativa que sorprende enormemente en un escritor tan joven, y más en la España literaria que le rodea. Afortunadamente Marías siempre ha obviado las modas y ha buscado su propia voz. En este caso impostada por el amor al cine. Una voz, desde luego muy distinta al Marías posterior pero no menos interesante. Desborda imaginación y pasión por contar.
ResponderEliminarMuy apetecible, un libro con mi edad y escrito por un ser tan joven. ¡Qué envidia! El argumento trágico de este libro me trae una idea que leí recientemente en el prólogo de El héroe de las mil caras de J. Campbell
ResponderEliminarHola peri:
ResponderEliminarLa verdad es que me apetece leer algo de Marías. Me gusta bastante y hace tiempo que no leo nada de él. A ver si me pongo y hago una entrada sobre él en mi blog.
Seguramente, como apuntas, sea el mejor escritor español vivo.
saludos
David
A mí estas cosas me acomplejan. Con dieciocho años sólo era capaz de escribir versos cursis y fieles exponentes del sedapenismo. Y lo peor es que veintitantos años después no he avanzado mucho.
ResponderEliminarPues sí, Ehrengard, es un libro bastante moderno y narrativamente maduro, además de muy diferente de lo que había leído suyo. También creo que desborda pasión por contar y sorprende que se cubra las espaldas tan bien, en el sentido de que los problemas de verosimilitud que en una persona tan joven puede crear la narración de historias de adultos los solventa con la utilización de personajes de cine. No sé si estás de acuerdo.
ResponderEliminarEcharé un vistazo a El héroe de las mil caras, a ver de qué va.
Bueno, David, ya echaremos unas parladas marianas. Ya sabes, sobre el misterio de la concepción sin pecado, sus propiedades paliativas y lo hipócrita de su ilegalización. O lo que venga, vaya.
Impenitente, desde Nat King Cole, el sedapenismo como opción estética (y ética) ha perdido la mayor parte de su valor...
Ah, y Saramago empezó a publicar a los cincuenta y tantos: estás hecho un chaval, hombre.