jueves, 17 de noviembre de 2011


 Nº 39


Bueno, como la mayoría ya sabe de qué va esto y yo ando fatal de tiempo dejo sin más comentarios los datos principales de algunas novedades y su primera página transcrita. Salud y buenos alimentos.



Autor; Alejandro Palomas.
Editorial; Suma de Letras.

578 páginas.
Pvp; 20 €.

Dolor. La abuela Mencía sufre a mi lado. Tiene el brazo roto y noventa años. También tiene rescuerdos, imágenes, voces y nombres que a veces se le confunden con lo no vivido. Y ternura. Y también silencio.

Dos camas. En una reposa la abuela, vieja y desmemoriada. Cuando se levanta, pierde los dientes. A veces mamá los encuentra en la basura. Entonces Mencía la mira y sonríe, aunque no sabe por qué.

Dos camas. En la otra yo, retorciéndome de dolor. Herpes Zóster. Un zarpazo que me cubre el torso desde el ombligo a la columna. Fui al hospital creyendo que tenía una costilla rota. La doctora se rió cuando me vió la espalda.

- No es una costilla rota -dijo sin mirarme-. Es peor.

Al Oeste de Menorca. Hoy es 8 de octubre.

- ¿Qué haces, Bea? -me pregunta Mencía desde la cama de al lado.
- Escribo, abuela.
- ¿Para qué?
- ¿Cómo que para qué?
- Sí, para qué.


Título; El Imperio eres tú.
Autor; Javier Moro.

560 páginas.
Pvp; 21, 50 €.

Introducción.

22 de abril de 1500.

El almirante portugués Pedro Alvares Cabral llegó a la costa americana por casualidad. Los vientos caprichosos del Atlántico le habían impedido seguir la ruta prevista, la de su antecesor Vasco de Gama, que pasaba por el cabo de Buena Esperanza para acabar en la India. La travesía de Cabral había sido dramática porque, a la altura de África, uno de los barcos de su flota desapareció en el mar con ciento cincuenta marineros a bordo de los que nunca se encontró el rastro. Lo realmente inquietante de aquel accidente fue que el buque se había hundido sin motivo aparente, ni siquiera lo había hecho como consecuencia de un temporal. Luego, buscando vientos propicios para poner rumbo al cabo de Buena Esperanza, Cabral derivó hacia el oeste. Pronto sus marineros encontraron masas de algas largas y enrevesadas en la superficie del mar y vieron volar unos pájaros panzudos. Esa misma tarde, avistaron tierra. Fondeados en una espléndida bahía tropical, Cabral envió a uno de sus oficiales a explorar la playa y el río. Nada más pisar la arena, el portugués se encontró con un grupo de indios tupi, que le miraban con asombro y cierto recelo. Desde la distancia, el oficial intentó hablar con ellos, pero el sonido de las olas silenciaba su voz. Entonces se le ocurrió la idea de lanzarles una gorra roja, luego les tiró un gorro de hilo que llevaba puesto, y después un sombrero negro. Pasaron unos segundos eternos antes de que los indios reaccionasen. Unos segundos de expectación máxima previos al momento en que no sólo dos grupos de hombres, sino dos pueblos, dos continentes, iban a encontrarse, ocho años después de la llegada de los españoles a América. De pronto, uno de los indígenas lanzó el lugar donde estaba el oficial un collar de plumas de tucán rojas y naranjas.


Título, Compañeras de viaje.
Autora, Soledad Puértolas.
Editorial; Anagrama (Compactos)

224 páginas.
Pvp; 8, 50 €.

Música.

Cuando llegaba el verano y los niños eran pequeños, empezábamos a pensar en el largo viaje a Galicia, en todos los problemas que el viaje planteaba. Antes de nada, habría que decidir, un año más, si iríamos a la casa familiar o buscaríamos algo por nuestra cuenta. Los inconvenientes de ir a la casa familiar eran obvios y, si un año íbamos, al siguiente no nos quedaba el menor atisbo de ganas de volver. Pero buscarnos la vida por nuestra cuenta tampoco era un asunto sencillo. Había que ponerse a pensar meses antes de que llegara el calor y nos dejara atontados y sin recursos, de lo contrario, ya estarían comprometidas las casas de alquiler más interesantes. Por falta de previsión, tuvimos que pasar más de un verano en Madrid, haciendo breves escapadas a un lado y a otro.

Una vez tomada la decisión de pasar el verano en Galicia, ya fuera en la incierta casa de alquiler apalabrada hacía meses o en la agobie¡ante casa familiar, estaba el asunto del coche. Durante aquellos años, fuimos propietarios de una sucesión de coches, a cual más quebradizo. En diferentes tramos del largo viaje a Galicia, aquellos coches se detenían, con una insultante falta de consideración sobra la po- (...)




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