Juako Escaso Higuera, 2011.
Hermida Editores, 2011.
198 páginas.
18, 75 €.
Bueno, pues una vez más me he animado a leer a un autor de poco recorrido. Es efectivamente el trayecto de Juako Escaso corto al menos en lo que a trabajos publicados se refiere, aunque él reivindica sus obras no impresas. Tiene razón: el valor de una obra no puede residir en el hecho de que esté encuadernada.
Hermida Editores, 2011.
198 páginas.
18, 75 €.
Bueno, pues una vez más me he animado a leer a un autor de poco recorrido. Es efectivamente el trayecto de Juako Escaso corto al menos en lo que a trabajos publicados se refiere, aunque él reivindica sus obras no impresas. Tiene razón: el valor de una obra no puede residir en el hecho de que esté encuadernada.
Pero por aquí hablamos de libros y uno de los últimos que se han leído es este INCIERTO AMANECER -hay que decir que la edición impresa viene acompañada de la manera de descargarse la versión ebook gratuitamente-, novela de posguerra civil española, ambientada en los acontecimientos del Valle de Arán que ocurrieron en 1944, cuando el partido comunista -junto con guerrilleros de la resistencia a los nazis en el exilio francés- trató de establecer allí un gobierno republicano, de iniciar el restablecimiento de la República en una operación militar a la que se denominó "Reconquista de España". Así están yendo las cosas mientras Víctor, protagonista de la novela, permanece preso en el campo de concentración franco-alemán de Vernet d'Ariège, poco antes de que los alemanes sucumban a la entrada de los aliados por Normandía y la Segunda Guerra Mundial empiece a terminar.
Pero la historia de Víctor es una historia de amor motivada por una reconquista muy personal, la de su novia Teresa, de la que sabe que aún vive con su hijo en el valle del que también él es natural, donde se pergeña la operación militar que se le presenta tan descabellada como fuera de sus intereses pero que a él le permitirá llegar, una vez haya escapado del campo francés, hasta su familia. Este es el motor de la historia: Víctor se verá atrapado en el cumplimiento de los designios militares por llevar a cabo su objetivo principal, que está en las antípodas de los intereses comunes de quienes le acompañan. Así quien protagoniza la historia es un antihéroe capaz de sobreponerse con cierta facilidad al sufrimiento de los demás (2) -incluyendo a seres queridos- con tal de no desviarse ni un milímetro de su único objetivo, que resulta romántico y frívolo a partes iguales.
Lo primero que me sorprendió de Juako Escaso Higuera fue el estilo ya desde el mismo comienzo(1), su prosa elegante, la manera clara de abordar los sucesos que acontecen a Víctor, narrador eficaz de su historia. Sobre todo durante el primer tercio me iba pareciendo que Escaso Higuera tiene un control más que destacable del ritmo narrativo y, sobre todo, del estilo, de un relato muy bien ornamentado, atractivo y, sin embargo, capaz de ser directo, aunque según la historia va avanzando me ha parecido que caía en cierta grandilocuencia y que abusaba de algunos epitetos.
No me ha gustado cómo se resuelve la historia, por lo demás entretenida e interesante, y esto no tanto porque el desenlace me parezca incorrecto como porque se va haciendo poco a poco previsible de tan manido y eso me ha desencantado bastante.
Hablo de una novela que ha pasado el filtro de los seleccionadores del Premio Planeta y de el Círculo de Lectores, que aunque uno no sepa muy bien qué quiere decir si que, al menos, entiende que si quiere decir algo será que ha sido considerada mejor novela que la mayoría de las que se presentaron, y esto sin contar a las previamente reservadas como ganadoras, que supongo que ningún jurado leerá.
Mi valoración general es que Juako Escaso Higuera es un autor bastante interesante teniendo en cuenta que esta es su primera novela publicada. Creo que posee cualidades para convertirse en un narrador de peso y que la novela de la que ahora hablamos, si bien un tanto conformista en algunos aspectos, es buena prueba de sus capacidades literarias. Así que seguiremos sus pasos.
En el original________________________________________________________
(1) Hace meses que dejé de llevar la cuenta de los días. Sé que estamos en marzo, aunque desconoczco la fecha exacta. En realidad no importa mucho, cada día es igual al enterior e igual al siguiente, no hay razón para ponerle un nombre. La implacable rutina cose un amanecer tras otro hasta desdibujar cualquier perspectiva, una y otra vez la misma diana, los mismos recuentos, el mismo trabajo, la misma comida y el mismo sentimiento de vacío.
André ha arrancado una estalactita de las muchas que se formaron en los vanos de las ventanas, pálidas y afiladas como helados colmillos, tras la última nevada. Lentamente se derriten bajo la azulada luz solar y gotean con una cadencia hipnótica, pausadamente, como si cada gota necesitase del aliento de las demás para decidirse a dar el salto. Cuando el hielo se ha deshecho dentro del cacillo de latón convirtiéndose en un líquido gélido y cortante, André bebe con avidez, con la ansiedad de quien no termina de acostumbrarse al agua turbia y contaminada del Campo. Apura hasta la última gota y me dedica una sonrisa verde por encima de sus gafas de alambre.
(2) En estos momentos, los pasos precipitados de los guardias han debido de retumbar sobre la tablada, internándose en cada estancia en busca de una sombra huidiza que no han de encontrar. Hallarán tan sólo una ventana abierta en la habitación que asoma al huerto, hallarán las cortinas suavemente agitadas por la brisa nocturna, pero no verán, unos metros más abajo, la tierra aplastada y removida, ni verán las pisadas que se alejan, furtivas, a través del sembrado hasta alcanzar el muro y que, después, ya en la calle, prosiguen sinuosas hasta perderse en el negro regazo del bosque.
Me he detenido en mitad del bosque y me he apoyado en un tronco, incapaz de resistir más tiempo la punzada que perfora mi vientre. Pero no es el esfuerzo de la huida, ni el miedo, ni la indigestión lo que me hace doblar el cuerpo y vomitar, sino esta náusea que se me ha agarrado al estómago desde el mismo momento en que madre me dirigió una última mirada teñida de tristeza y resignación. De nuevo, como ya sucediera dos años atrás, el instinto de salvar la propia vida se reviste con las telas de la culpa, una culpa que habrá de acompañarme a cada instante como ya lo viene haciendo desde entonces.
En el original________________________________________________________
(1) Hace meses que dejé de llevar la cuenta de los días. Sé que estamos en marzo, aunque desconoczco la fecha exacta. En realidad no importa mucho, cada día es igual al enterior e igual al siguiente, no hay razón para ponerle un nombre. La implacable rutina cose un amanecer tras otro hasta desdibujar cualquier perspectiva, una y otra vez la misma diana, los mismos recuentos, el mismo trabajo, la misma comida y el mismo sentimiento de vacío.
André ha arrancado una estalactita de las muchas que se formaron en los vanos de las ventanas, pálidas y afiladas como helados colmillos, tras la última nevada. Lentamente se derriten bajo la azulada luz solar y gotean con una cadencia hipnótica, pausadamente, como si cada gota necesitase del aliento de las demás para decidirse a dar el salto. Cuando el hielo se ha deshecho dentro del cacillo de latón convirtiéndose en un líquido gélido y cortante, André bebe con avidez, con la ansiedad de quien no termina de acostumbrarse al agua turbia y contaminada del Campo. Apura hasta la última gota y me dedica una sonrisa verde por encima de sus gafas de alambre.
(2) En estos momentos, los pasos precipitados de los guardias han debido de retumbar sobre la tablada, internándose en cada estancia en busca de una sombra huidiza que no han de encontrar. Hallarán tan sólo una ventana abierta en la habitación que asoma al huerto, hallarán las cortinas suavemente agitadas por la brisa nocturna, pero no verán, unos metros más abajo, la tierra aplastada y removida, ni verán las pisadas que se alejan, furtivas, a través del sembrado hasta alcanzar el muro y que, después, ya en la calle, prosiguen sinuosas hasta perderse en el negro regazo del bosque.
Me he detenido en mitad del bosque y me he apoyado en un tronco, incapaz de resistir más tiempo la punzada que perfora mi vientre. Pero no es el esfuerzo de la huida, ni el miedo, ni la indigestión lo que me hace doblar el cuerpo y vomitar, sino esta náusea que se me ha agarrado al estómago desde el mismo momento en que madre me dirigió una última mirada teñida de tristeza y resignación. De nuevo, como ya sucediera dos años atrás, el instinto de salvar la propia vida se reviste con las telas de la culpa, una culpa que habrá de acompañarme a cada instante como ya lo viene haciendo desde entonces.
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