jueves, 7 de mayo de 2009

EL MAR DE TODOS LOS MUERTOS

Javier Argüello. Lumen, 248 pág. 19, 90 euros.

Parece que los mecanismo de la imaginación puedan ser tan sofisticados que escapen a la voluntad de uno que sufra de una capacidad creativa extraordinaria. Será, entonces, que el tipo o la tipa se está volviendo majareta, pero el resultado no será negativo de manera necesaria. Será y no mucho más. El individuo se adaptará y navegará a la deriva como el resto de los mortales, sólo que escogerá otras rutas y quizá otro barco, y puede que el capitán del navío escogido también esté algo para allá. O para acá, claro, depende de perspectivas. Las perspectivas son importantes porque nos proporcionan una visión del mundo y porque vivimos en nuestra visión del mundo, aunque haya quien afirme categórico que vivimos, efectivamente, en el mundo, que el mundo es algo que está ahí. O allí. Y puede que aquí. Eso depende de donde esté uno. De la perspectiva, digo.

Un escritor al que no se le acaba la inspiración. Un escritor que, simplemente, ha decidido dejar de escribir. Su editor que lo piense: relájate, hombre, no te agobies (produce, coño, produce). Le ofrece una casa en Mallorca, a ver si así se inspira el pobre. Pero el pobre no está falto de musas, es sólo que no quiere escribir, que no quiere ver a las musas ni en pintura. Acepta, sin embargo, el ofrecimiento del editor (un, dos, un, dos, un, dos) porque, claro, un chalecito en la playa de una isla mola un montón. Y el escritor, Joaquín, el protagonista de esta estupenda novela se va para Mallorca. A vivir la vida. Argos, el perro del editor, le espera y no tardarán mucho en hacer buenas migas. Y casi no pasará tiempo hasta que empiecen a pasar cosas raras, a percatarse Joaquín de que Argos y él no están tan solos como el editor le aseguró que estarían. Es que estas cosas dependen de la lente con que se miren.

Uno puede estar solo y, de repente, oír ruidos molestos, músicas pesadas e, investigando, puede llegar a conocer a una familia que vive bajo su suelo. Esto no quiere decir que bajo el suelo viva alguien, pero si se habla con ellos, se cena algunas veces e, incluso, se entra en valoraciones y juicios sobre la personalidad de cada cual pues, entonces, es como si estuvieran. Es más, ya el hecho de que pueda uno bajar al lugar significa que hay un lugar a donde ir. Aunque no exista. Eso si es que no existe. Raro parece que no haya un hotel que se visita a menudo o que esté muerto quien dice que está vivo. Porque está.

Javier Argüello, argentino del setenta y dos, conocido por su anterior publicación: SIETE CUENTOS IMPOSIBLES, se recrea en el juego entre ficción y realidad que su personaje le permite, y coloca al lector como observador en un punto incuestionablemente válido y que, sin embargo, sorprende y lleva a confusión y, sobre todo, hace gozar. Una aportación inestimable al mundo y al valor de cada mundo, con final grande incluido.

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