A modo de introducción.
En 1966 el ya reputado escritor vallisoletano Miguel Delibes ve publicada la que entonces es su novena novela, esta que paso a introducir para posteriores comentarios. Una vez más personajes perdedores, resignados y más bien tristes que continuaban engordando el que ha venido a ser uno de los catálogos más ricos de la literatura hispánica.
Mario Díez ha muerto repentinamente y el lector se encuentra ante la galería de personajes propia del velatorio popular, ante los vecinos, amigos, conocidos e interesados que visitan a Carmen, Menchu, cansada pero agradecida, ante la propia familia. Se nos describen las circunstancias de la muerte y el estado anímico de los allegados, los que más directamente sufren la tragedia. Cuando este prefacio haya terminado Menchu estará lista para pasar las siguientes cinco horas de su vida junto a su marido muerto, para despedirse de él y para pedirle alguna cuenta, y también para dar las explicaciones que su conciencia siente necesarias.
Es así como, a partir del capítulo uno, se desarrolla la acción de toda la novela. Una acción que no existe si no en este diálogo artificial que los críticos no se aclaran en definir (monólogo, soliloquio, etc...) y a través del cual el lector debe perfilar los rasgos psicológicos del que es, sin duda, protagonista de la novela: el difunto Mario. Veintiséis capítulos más que detallarán la relación que en vida tuvieron la conservadora esposa que fue Menchu y el progre humanista Mario, incomprendido por su mujer y, concluye el lector, infeliz. Un antihéroe delibiano más. Dos en este caso, porque la tragedia de Menchu es que su marido muera pero también que nunca le haya conocido realmente, que en todos los años que han estado juntos hablara con él de una manera muy parecida a como lo hace durante la novela, durante el velatorio. Sin embargo, no conviene engañarse hasta el punto de hacer de los dos protagonistas de la novela, sólo uno de ellos con voz, estereotipos. Sus contradicciones, puntos flacos y méritos inesperados los explicaremos más adelante, en otro artículo.
Cada capítulo va precedido de una cita bíblica que Menchu encuentra subrayada en el libro sagrado de su marido, que marcaba y releía en consecuencia. Pueden decirse de su estructura y estilo muchas cosas buenas que harán referencia, sobre todo, a la originalidad de su forma y a lo psicológico del contenido que Menchu arroja sobre el marido muerto y no más ausente que de costumbre, según hace ver al lector la viuda. Puede y debe reseñarse también el valor necesario para tamaña empresa, bien respaldado, sin embargo, por la calidad que Miguel Delibes ha atesorado hasta el final de su carrera.
No cuento más de momento porque me falta tiempo, como a Rajoy últimamente (sólo que a mi no me pagan por esto; el puto librero de mierda), y cierro diciendo que el libro cierra con un apéndice en el que el lector vuelve a encontrarse con vecinos, amigos y familiares, todo listo para la despedida definitiva. Y Menchu, cansada, ha de encontrarse, sin embargo, aliviada, seguramente tranquila en una ignorancia tan grave como la de no saber quien es la persona a la que se dispone a enterrar, la persona que fue su marido.
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