Juan Carlos Mestre. Calambur Poesía, 2008. 164 páginas. 15 euros.
Que si lo que me gusta es la palabra, que si, de verdad, leo con el propósito firme de disfrutar la lengua, como dice que digo, que si lo que busco es sensibilidad en el texto he de leer poesía. Dice. Dijo siempre. Pero es que yo no entendía la poesía, no la entendía ya entonces, cuando desistía de leerla: no la leía porque no la entendía. Fui descubriendo con el tiempo que no la entendía porque no la leía. Qué desconsiderado, desde luego. Leyendo prosa, subido a la maquinaria eficaz de la narrativa.
Como no dejara de arrimarme el menos de vez en cuando a los poetas, al calorcillo de las cosas porque sí, de los lienzos caligrafiados y las almas capturadas en papel nunca dejé de gozar la poesía, aunque fuera breve y aisladamente. Y fue ella entrando y mostrándose como pequeño refrigerio entre novelas y ensayos varios, como cambio de aire necesario. Saber si esto era entenderla me preocupaba hasta que dejé de necesitar entenderla. Cuando lo que entendí, entonces, fue que debía cerrar los ojos en la lectura, mientras pasaba las páginas acabadas.
No renuncié del todo a la verdad dicha ni escrita aún sin querer abordarla y, sin embargo, ha habido un día en el que me he cruzado con Juan Carlos Mestre. Y ahora estoy armado hasta los dientes. Y si mueves un sólo músculo te atravieso. A ti y a toda tu tripulación.
LA CASA ROJA es el último Premio Nacional de Poesía. Así que una de las cosas que últimamente he leído cuenta con el respaldo de la buena reputación. Eso está bien porque descubrir poemas al lector aún me parece atrevido: reseño poesía con la precaución del tembloroso. Pero este libro, además, con la convicción del que ha disfrutado mucho.
Uno puede andar suficientemente despistado como para encontrarse con la puerta cerrada. No pasa nada: hay que darse cuenta de que no es por ahí. Siga la cuesta abajo, déjese llevar, lea lo que pone: "Bienaventurada la golondrina de madera que le late al niño antes de conocer el sexo". Quizá el secreto no esté en la velocidad, pero los poemas de LA CASA ROJA forman un paisaje y hay que recorrerlo sin entretenerse más de la cuenta. "En la casa roja hay una mesa blanca, en la mesa blanca hay una caja de plata con la nada del sábado". Vaya ligero y deje sentir en la cara el aire fresco de lo maravilloso inédito: "a lo tonto a lo tonto saca las avellanas del chocolate". Y no se olvide de ir mirando a izquierda y derecha, por lo que pueda encontrar: "Cayó la noche como una pelota de goma en el patio de al lado". No es necesario llegar al final: "Te amo por algo venidero que no tiene que ver con la felicidad". Cuando haya llegado tendrá ganas de volver a empezar, y lo mejor de todo es que no tendrá que remontar la cuesta, tan sólo releer los poemas que más le hayan gustado. Yo tengo muchos marcados, algunos con dos cruces.
He encontrado la forma sin materia, las ideas platónicas que hacen temblar a Aristóteles y no sólo son perfectamente comprensibles sino que, además, significan lo que dicen. De verdad que es alucinante. Dijo el librero que. Y, al final, resulta que tenía razón. Quizá la prosa pase a ser refrigerio de la poesía para mí.
Ayer vi este libro en la FNAC y me acordé de la reseña. Le eché un vistazo pero creo que la poesía no está hecha para leerla de pie.
ResponderEliminarPienso que la poesía debe leerse con tranquilidad, rodeado de silencio y en voz alta. Que sea de pie o sentado no me parece importante. De hecho, práctico bastante la lectura andante. Lo vi en una peli.
ResponderEliminarIncluso, a veces, la practico.
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