Pedro Calderón de la Barca nació el 17 de enero de 1600 en Madrid. Hijo de padre hidalgo, escribano en la Hacienda del Rey, estudió con jesuítas y acabó sus estudios primero en Alcalá, en 1614, y luego en Salamanca, en 1620. Fue, por tanto, una persona de formación vasta que le influyó en las ideas filosóficas y estéticas de sus obras. AMOR, HONOR Y PODER es su primer texto teatral conocido.
Aunque contó con los elogios del que fue -y parece que será siempre- el más reputado dramaturgo de la época, Lope de Vega, ocurrió que precisamente en el momento del estreno de EL PRÍNCIPE CONSTANTE (1929), una de sus primeras obras de calidad reconocida, se produjo la ruptura, de la que no se sabe gran cosa, entre los dos mejores autores dramáticos del siglo de oro. Por aquel entonces ya estaban escritas, por ejemplo, EL SITIO DE BREDA y LA DAMA DUENDE.
Fue después de su éxito en las corralas cuando empezó a trabajar para La Corte, y fue entonces cuando lo nombraron Caballero de La Orden De Santiago (quizá algún día haga una entrada sobre lo que estos títulos, por los que tantos suspiraron, suponían entonces), entre 1635 y 1637, que debió coincidir con otra de sus más aclamadas obras: EL ALCALDE DE ZALAMEA. Además, ya había escrito el famoso auto sacramental EL GRAN TEATRO DEL MUNDO. También en 1636 publica dos volúmenes de doce comedias cada uno, entre los que se encuentra LA VIDA ES SUEÑO, su obra cumbre y, de hecho, una de las más importantes de la literatura en español.
Otras obras culminan la que vendría a ser su primera época, hasta 1640, en la que las comedias (o tragedias o autos) vienen marcadas por dos caracteres fundamentales (Guillermo Serés): la incertidumbre que en los personajes se crea entre realidad y sueño es la primera; la cuestión del honor es la otra. Bien, tan sólo ahondando un poquito uno se da cuenta de que ambas confluyen en un punto que es el yo, que es el alma: igual en todos por cuanto que no depende de un estatus social previo si no del esfuerzo, de manera que cada cual debe ser juzgado por lo que hace o, lo que es lo mismo, cada cual es sólo lo que hace. Para ello se hace necesario, sin embargo, solventar la cuestión existencial y, llegados a este punto proteger, para ejercerla, la libertad que se nos ha dado como personas, seres con alma. No se me tome al pie de la letra todo lo que pongo pues cuando cojo carrerilla me paso al Serés y al Rico y a quien haga falta: téngase en cuenta que todos los temas que trato son fundamentales en las obras de la primera época calderoniana y ya está. Es suficiente según me parece.
Su segunda época viene caracterizada por el hincapié que pone en la plástica de la dramaturgia, cuestión que nunca ha dejado de lado, hecho que perfectamente puede contrastarse en obras como EL GRAN TEATRO DEL MUNDO o LA VIDA ES SUEÑO, obras que se caracterizan por el aparato escénico. Pero se puede decir que a partir de 1949, licenciado por cuestiones de salud tras las campañas de Fuenterrabía y Cataluña contra los franceses, su vida da un giro al menos en un par de sentidos: como pasa a vivir en Toledo es allí, dos años después, ordenado sacerdote, así que tenemos al señor Calderón (autor de comedias) al plato y a las tajadas, lo que no sienta bien en determinados medios eclesiásticos. Será nombrado capellán también en Toledo y desde entonces dedicará su obra dramática sólo a los autos sacramentales, manera que encuentra de compaginar sus oficios. Estamos entre 1651 y 1653.
Habría que decir que esta segunda época es la de las obras menos conocidas y, sin embargo, parece que más sofisticadas, al menos en lo que a la escenografía y la plástica en general se refiere. En estas representaciones ya no se hacen necesarios ni nudos ni desarrollos ni desenlaces: Pedro Calderón de la Barca se recrea en cuestiones religiosas (eucaristía) o mitológicas (laicismo) sin la necesidad de una trama que mantenga la atención del espectador. Hay que tener en cuenta también que el público de esta época era devoto o cortesano y, a menudo, las dos cosas a la vez. De esta época cabría destacar LOS ENCANTOS DE LA CULPA (1649), A MARÍA EL CORAZÓN (1664) y SUEÑOS HAY QUE DE VERDAD SON (1670). Filosofía (mucha religión), plástica y un lenguaje fino y expresivo como el de muy pocos son característicos de uno de los mejores autores dramáticos de nuestras letras. Pedro Calderón de la Barca murió en Madrid en 1681, un año después de escribir su última obra: HADO y DIVISA DE LEÓNIDO Y MARFISA.
Aunque contó con los elogios del que fue -y parece que será siempre- el más reputado dramaturgo de la época, Lope de Vega, ocurrió que precisamente en el momento del estreno de EL PRÍNCIPE CONSTANTE (1929), una de sus primeras obras de calidad reconocida, se produjo la ruptura, de la que no se sabe gran cosa, entre los dos mejores autores dramáticos del siglo de oro. Por aquel entonces ya estaban escritas, por ejemplo, EL SITIO DE BREDA y LA DAMA DUENDE.
Fue después de su éxito en las corralas cuando empezó a trabajar para La Corte, y fue entonces cuando lo nombraron Caballero de La Orden De Santiago (quizá algún día haga una entrada sobre lo que estos títulos, por los que tantos suspiraron, suponían entonces), entre 1635 y 1637, que debió coincidir con otra de sus más aclamadas obras: EL ALCALDE DE ZALAMEA. Además, ya había escrito el famoso auto sacramental EL GRAN TEATRO DEL MUNDO. También en 1636 publica dos volúmenes de doce comedias cada uno, entre los que se encuentra LA VIDA ES SUEÑO, su obra cumbre y, de hecho, una de las más importantes de la literatura en español.
Otras obras culminan la que vendría a ser su primera época, hasta 1640, en la que las comedias (o tragedias o autos) vienen marcadas por dos caracteres fundamentales (Guillermo Serés): la incertidumbre que en los personajes se crea entre realidad y sueño es la primera; la cuestión del honor es la otra. Bien, tan sólo ahondando un poquito uno se da cuenta de que ambas confluyen en un punto que es el yo, que es el alma: igual en todos por cuanto que no depende de un estatus social previo si no del esfuerzo, de manera que cada cual debe ser juzgado por lo que hace o, lo que es lo mismo, cada cual es sólo lo que hace. Para ello se hace necesario, sin embargo, solventar la cuestión existencial y, llegados a este punto proteger, para ejercerla, la libertad que se nos ha dado como personas, seres con alma. No se me tome al pie de la letra todo lo que pongo pues cuando cojo carrerilla me paso al Serés y al Rico y a quien haga falta: téngase en cuenta que todos los temas que trato son fundamentales en las obras de la primera época calderoniana y ya está. Es suficiente según me parece.
Su segunda época viene caracterizada por el hincapié que pone en la plástica de la dramaturgia, cuestión que nunca ha dejado de lado, hecho que perfectamente puede contrastarse en obras como EL GRAN TEATRO DEL MUNDO o LA VIDA ES SUEÑO, obras que se caracterizan por el aparato escénico. Pero se puede decir que a partir de 1949, licenciado por cuestiones de salud tras las campañas de Fuenterrabía y Cataluña contra los franceses, su vida da un giro al menos en un par de sentidos: como pasa a vivir en Toledo es allí, dos años después, ordenado sacerdote, así que tenemos al señor Calderón (autor de comedias) al plato y a las tajadas, lo que no sienta bien en determinados medios eclesiásticos. Será nombrado capellán también en Toledo y desde entonces dedicará su obra dramática sólo a los autos sacramentales, manera que encuentra de compaginar sus oficios. Estamos entre 1651 y 1653.
Habría que decir que esta segunda época es la de las obras menos conocidas y, sin embargo, parece que más sofisticadas, al menos en lo que a la escenografía y la plástica en general se refiere. En estas representaciones ya no se hacen necesarios ni nudos ni desarrollos ni desenlaces: Pedro Calderón de la Barca se recrea en cuestiones religiosas (eucaristía) o mitológicas (laicismo) sin la necesidad de una trama que mantenga la atención del espectador. Hay que tener en cuenta también que el público de esta época era devoto o cortesano y, a menudo, las dos cosas a la vez. De esta época cabría destacar LOS ENCANTOS DE LA CULPA (1649), A MARÍA EL CORAZÓN (1664) y SUEÑOS HAY QUE DE VERDAD SON (1670). Filosofía (mucha religión), plástica y un lenguaje fino y expresivo como el de muy pocos son característicos de uno de los mejores autores dramáticos de nuestras letras. Pedro Calderón de la Barca murió en Madrid en 1681, un año después de escribir su última obra: HADO y DIVISA DE LEÓNIDO Y MARFISA.
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