lunes, 8 de marzo de 2010

MARÍA MOLINER I


María Moliner no fue, entre otras cosas, la primera mujer académica. Tampoco fue un ama de casa que escribiera sus entradas léxicas en las fichas dispuestas para las recetas de cocina, como dice el librero que le dijo no sé qué profesora de teoría del conocimiento. Y, en definitiva, hay muchas cosas que esta mujer no fue.

Sin embargo, María Moliner ha sido una de las lexicógrafas más importantes de España y, seguramente, una de las sensibilidades más respetuosas con su idioma. Su diccionario (orgánico y de uso) del español es una de las proezas más destacables de nuestro ámbito lingüístico y el empeño necesario para sacar adelante un proyecto tan ambicioso resulta difícilmente comprensible desde las caricaturizaciones que, a veces, simplifican de forma injusta la visión de una persona cultivada y de una trayectoria vinculada estrechamente a los libros y, más concretamente, a las bibliotecas. María Moliner empezó a redactar su diccionario en 1952 y no lo vio publicado hasta 1966. Y hay que tener en cuenta que fue pensado como proyecto de un par de años. Y es que, como se suele decir, el tiempo pasa que es una barbaridad.

Lo más original del Diccionario del Uso del Español es la intención con la que está hecho. No trata tan sólo de solventar los errores del de la Academia, si no que es mucho más ambicioso. Según palabras propias, que abundan por los sitios de la web, trató de crear: un instrumento para guiar en el uso del español tanto a los que lo tienen como idioma propio como a aquellos que lo aprenden y han llegado en el conocimiento de él a ese punto en el que el diccionario bilingüe puede y debe ser sustituido por un diccionario en el propio idioma que se aprende.

Ir de la idea a la palabra era premisa sin la que aquel proyecto no tenía sentido. De hecho ella quiso orientar su diccionario a las personas cuya relación con la lengua era estrecha, a profesionales, ya fueran lingüístas, escritores o periodistas, o algún etcétera que se me escape. Debía ser una herramienta especializada. No trataba de sustuir la norma del DRAE porque no pretendía redactar norma alguna. Recogía el uso que se hace del idioma, es decir, hacía hincapié en la condición que el español tiene de lengua viva, y lo hacía de forma especialmente rigurosa. Pero hay que tener en cuenta que hablar de la lengua, adentrarse en ella, abre infinitas posibilidades: epistemológicas, estéticas, humanas... Hay quien dijo que todo está en el lenguaje, hay quien aún lo dice.

El Diccionario De Uso del Español MARÍA MOLINER es una herramienta amplísima y un homenaje a la lengua. Sus entradas están redactadas de una manera más sencilla (y menos arcaica y hasta aburrida, habría que decir) que las de la RAE. Además, se complementan con sinónimos, verbos, adjetivos y preposiciones aplicables, explicaciones, ejemplos y posibilidades en general, componiendo un manual completo.

Las definiciones, además, sortean el tan criticado círculo vicioso en el que se cae en el DRAE, al utilizar sinónimos que nos llevan de un concepto a otro a base de saltos y como si de las ventanillas de atención al público de una multinacional se tratara: hable con pascual, le dice tal, y tal asegura que eso es cosa de marcial, y marcial a su vez pregunta, intrigado: ¿habló con pascual?: él es el que sabe estas cosas...

María Moliner incluyó extranjerismos y deshizo la che y la elle en la ordenación alfabética, así que pasaron a formar parte de las entradas incluidas en ce y en ele respectivamente, aportación vanguardista que adoptó la RAE alrededor de treinta años después. De hecho, recuerdo haber visto esto último por la tele y a la Moliner no la había visto ni en foto. Cuento un poco más el próximo día: algo de su biografía y cierta polémica que hay con las ediciones de la editorial Gredos. Hasta entonces.

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