lunes, 24 de mayo de 2010

CUENTAS PENDIENTES.

Martín Kohan, 2010.
Editorial Anagrama.
180 páginas. 15 euros.



Hace algunos días que terminé esta novela ligera que comienza con la vida del octogenario Lito, narrada en tercera persona, patética y triste y encerrada en un apartamento que no paga, en el mismo edificio en el que vive su ex-mujer con su ex-suegra (digan esta palabra en alto, que se puede), en el apartamento de arriba, del que el propio Lito se hace cargo, no pagándolo. En general el personaje central vive de una manera tan deprimida que da agobio. El señor no espera mucho de la vida: se conforma con que no lo jodan. A partir de cierta edad se está de vuelta de la mayoría de las cosas, por eso a Lito hay "dos cosas que le cuestan mucho: retractarse de lo que ha hecho y desdecirse de lo que ha afirmado". Algo, sin embargo, le ha de quedar de sus años de joven pues su parsimonia habitual se ve a menudo increpada por la precipitación. Es otro rasgo bastante patético este: que la ansiedad no permita tomar las decisiones correctas cuando la mayor parte del tiempo lo pasa uno haciendo mediciones.

Leí, antes de hincarle el diente al libro, la contraportada que imprime Anagrama. Es de las regulares. Ni buenas ni malas. Nunca me aclaro con las cosas que se dicen en las contraportadas, veo unas y no otras. Prefiero hablar de lo que está escrito, dar algunas pistas sobre los hechos que acontecen y ya sabrá cada uno darle un aire propio a la lectura. El caso es que Lito se desenvuelve en los capítulos que le prestan atención en un barro bastante espeso que lleva a narrar hechos desagradables y grotescos que, confieso, me han desencantado algunas veces: sus situaciones familiar, económica y, sobre todo, sexual son paradigmáticas y cabría unirlas por un nexo: la impotencia. Así algunas de las descripciones que se hacen son tan explícitas que colman los sentidos, sobrepasan mi desacostumbrada sensibilidad: son escenas del viejo con la Katy, con la que experimentara buena parte de los últimos años de escarceos sexuales y a la que describe con pelos y señales según una visión que de ella tiene ya nada romántica y, por pura lógica matemática (¿esto se puede decir?), bastante ajustada a la realidad. Ya saben: las carnes que barren suelos y estas cosas... Tengo en la cabeza también la escena en la que el pito (así lo dice) se le para (así lo dice también y me recuerda la muestra del perro de caza) mientras cuida de su suegra y, sin embargo, no es capaz de encontrar el desahogo que en el baño busca aunque se le vuelva a parar el pito en cuanto vuelva a su puesto, a cuidar a su suegra... en fin... situaciones que, como vengo diciendo, sobre todo remarcan el patetismo que protagoniza la vida de Lito.

Entre tanto uno puede deleitarse con el español del argentino Martín Kohan, rico y atractivo y, por cierto, en ocasiones más correcto que el de por aquí (esta es otra de esas cosas que no se pueden decir). Lo que aquí llamamos sexo oral, por ejemplo, lo llaman allí bucal. Recuerdo perfectamente que ya desde las primeras veces que salía a colación esta estupenda modalidad sexual en telediarios y otros sitios que quieren parecer serios se hablaba de sexo oral y yo pensaba que se referían al hecho de mantener conversaciones sexuales, calenturientas hasta donde la imaginación diera de sí. Algo que, por qué no, ha de poner bastante. Pero no, la cutre tacañería del lenguaje periodístico tampoco defraudaba en aquellas ocasiones: se referían a lo que, como bien llaman en Argentina, es sexo bucal, hecho con la boca y no con oraciones.

Sin duda uno de los mejores pasajes es aquel con el que el narrador resume la peli que una tarde Giménez (Lito) ve en casa: Casablanca, que en ningún momento es nombrada como tal, contada desde la perspectiva del vejestorio desencantado de la vida que, sin embargo, nos cuenta la peli con bastante precisión. Llegados aquí es necesario llamar la atención sobre otro carácter importante de la narración que en tercera persona se hace de la vida de Giménez: el narrador es omnisciente (esto tiene un nombre literario), conoce todos los detalles de la vida del protagonista, lo que piensa y, sin embargo, mantiene la distancia: nos narra con frialdad cada cosa que le pasa, no se emiten juicios al respecto ni se expresan sentimientos si no es para subrayar lo desgraciado de la vida que Giménez lleva. Hay una razón para ello.

La razón es que descrita su vida, presentada su hija, su ex, la madre de su ex, su hija que los visita y a la que tampoco parece irle muy bien en la vida, sus problemas económicos, sus miserias limosneras con el coronel (personaje peculiar), sus desastres sexuales y, en general, sus decisiones erróneas que se combinan perfectamente con desafortunadas circunstancias, después de toda esta interesante y ya cuidada historia viene otra.

La narración da un buen giro a partir de, más o menos, los dos tercios de la novela. Y si bien todo lo contado hasta el momento tiene entidad suficiente (y diría que notable) aún va a ganar más a partir de dicho momento. No va a ser este un libro que incluya en la selección porque se trata de una novedad así que no voy a ir mucho más allás en la reseña. La narración aún va a ganar enteros a partir de este momento, gracias a un hecho fundamental: el narrador se va a encontrar con Giménez, cara a cara. El estilo gana en frescura pero hay que hacer notar que parte de las señas que lo acotan le vienen prestadas de la anterior narración que, tras una breve transición, se ve transformada en otro punto de vista, en una perspectiva nueva que no sólo hace la lectura más interesante sino que, además, hace cobrar fuerza a lo leído. Los diálogos que surgen son buenos, divertidos y, en ocasiones, deliciosos. El propio narrador es brevemente descrito en las cosas que dice y que hace, y un cuadro final de vida corriente y moliente nos da nuevas pistas sobre las vidas que estamos leyendo, sobre la vida que hemos leído, sobre la literatura. Y la culpa. Las excusas. Escondites. Cobardía...

Es una lectura muy interesante, desenfadada, divertida y triste muchas y, según avanza la historia, casi todo el tiempo. Un autor que no conocía (aún no he leído CIENCIAS MORALES) y del que espero buenas cosas a partir de este momento. Qué grande es la literatura cuando está en buenas manos. Ahora me voy corriendo a leer la reseña que hace días ya hiciera David Pérez. Espero que no hayamos leído libros distintos. O me sacará los colores. Lo veo venir.

1 comentario:

  1. Hola:
    Acabo de recibir tu comentario en mi correo electrónico, de aceptarlo y de recibir un mensaje de error (vale, ya se puede ver, compruebo).

    Me ha gustado la reseña, creo que es la mejor que recuerdo en tu blog. Y comparto casi todo lo que dices.
    Respecto a al estilo de Kohan: había pensado que tenía que ser un admirador de la literatura de Juan José Saer, pero se me olvidó escribirlo. Leyendo entrevistas por internet, he comprobado que así es.

    "Ciencias morales" es un libro superior a éste, imagino que te gustará más.

    saludos

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