martes, 29 de junio de 2010

LA DANZA DE LA MUERTE.

- OBRAS DE OLMEDO CLÁSICO 2010 - 1 -.





Por fin de vuelta. Ya pensé que no volvería a sentarme al teclado. Pero todo tiene un final y este ha sido anunciado por fanfarrias extrañas: un librero a punto de estallar a partir de un rojo tan intenso que ya no podía más que pasar a otro color. Le he preguntado que qué le ocurría y el pobre ha tartamudeado por la prisa en decir algo que, según suponía, había de ser importante: muerte es lo que ha logrado largar después de varios intentos, tras, por fin, escupir la primera sílaba. Mu, coño, mu, le había dicho yo, impaciente. Quiero que escribas sobre las danzas de la muerte porque la compañía de Ana Zamora va a hacer en el OLMEDOCLÁSICO de este año una representación de ellas en su afán por recuperar el drama del medievo, me ha dicho. Y ahora tengo que irme urgentísimamente a hacer unas fotocopias, remata. Hasta aquí, altura de los hechos a partir de la cual me inventaré todo, no he entendido nada. Para empezar digo que el librero que me ha tocado en suerte es un gilipollas. Y esto lo considero innegable.

En fin. Las danzas de la muerte, querido lector, fíjese bien, proviene de manifestaciones que desde la Baja Edad Media aparecen en Europa y en las que la fugacidad de la vida, una vida que desde la conquista ético-religiosa de occidente por el cristianismo era sólo transición camino del más allá (auténtico y real como ninguna cosa de este mundo), se mostraba como preocupación y causa del mayor de los miedos. No en vano hablamos de la muerte, ese fastidioso estado de ánimo cuya existencia la santa madre iglesia niega. Se trata, indudablemente, de manifestaciones artísticas pero también sociales o psicológicas, porque su labor es también terapeutica. Cabría pensar también que no son muy cristianas, en el sentido de que una de sus manifestaciones más claras es el del fin de los placeres terrenales que la muerte conlleva.

Originarias de Francia estas danzas respondían al deseo innato del pobre europeo en vivir, en sobrevivir más allá de aleccionadoras promesas y, poco a poco, con el paso del tiempo fueron transformándose en una manifestación principalmente artística. Que se me perdone la síntesis, un tanto radical (pueden picar en la imagen superior para recabar más datos, así como espectaculares imágenes). La muerte invita a los humanos a danzar con ellos en un baile siniestro en el que la resignación y, de paso, la aceptación de que este mundo, valle de lágrimas, es un lugar de paso cargan con la mayor parte del mensaje. A menudo los colores, las rosas, novias y otras alegrías son utilizadas como contrastes ante el fatal sino, el horrible descaro de la muerte que, esto también, a todos iguala, de manera que el obispo, el rey, el patriarca y el labrador escapan a la rígida jerarquía de las sociedades feudales una vez son invitados a la escalofriante danza.

A parte del texto antiguo que se conserva en El Escorial cabría destacar las coplas de Jorge Manrique y, en lo que a representaciones teatrales se refiere, a LAS CORTES DE LA MUERTE (1557) de Micael de Carvajal y Luis Hurtado se les supone fidelidad a las preocupaciones originales, así como una poética rica, satírica, y una puesta en escena compleja. Habitual entre los destacados es también Sebastián de Horozco y, de entre los posteriores, Quevedo, que devuelve esta manifestación estética a los libros en sus SUEÑOS.

Y viene el librero corriendo a la oficina porque dice que ya ha terminado las fotocopias y que no tiene clientes, y parece que quiere dar saltos pero no salta. Apunta, me exhorta: Yo he visto una danza de la muerte espectacular, hace algunos años y en el teatro Zorrilla, en el gallinero, con mi mujer que creo que aún no era mi mujer. Se llamaba COPLAS POR LA MUERTE y estaba basada en textos de Arcipestre de Hita y de Jorge Manrique, creo que es la mejor obra que he visto de TEATRO CORSARIO y eso que de estos ya he visto unas cuantas bien buenas. Pero me ocurrió, continuaba el librero, que entonces no sabía qué estaba viendo y aún muchos años después no he sabido qué había visto, aunque jamás borré el recuerdo de una representación escalofriante, ácida, llena de humor satírico, estéticamente intachable. Se la recomiendo a todo el mundo, ha añadido, el muy petardo, qué coño se pensará...

Pues nada, emplazo a quien pueda a no perderse esta obra que no anuncié en la primera entrada que sobre Olmedo Clásico hice hace ya algunos días y espero que la puesta en escena de la Zamora esté, por lo menos, a un nivel parecido al de Corsario. En cualquier caso y para quien aún desee más información dejo un enlace con un artículo de José María Solazábal.

1 comentario:

  1. Tuvo ya lugar la primera de las jornadas de esta quinta edición de OLMEDO CLÁSICO con LA DANZA DE LA MUERTE, de Ana Zamora. Ya dije que iba a hacer mis particulares críticas.

    Me pareció que lo tenía todo para ser una de las grandes obras que han desfilado por las distintas ediciones del festival, una propuesta original y muy cuidada que me parece que se va a ir apreciando mejor con el paso de los días: escenografía, vestuario y luces acompañando una dinámica sobre escena fluida y plástica, con música que ejecutaban los propios actores, todo perfectamente coordinado, alimentando el juego macabro de la muerte (macabro y divertido), un tema más que interesante, unos actores capaces, trabajados, finos, apoyando textos sugerentes e interesantes que... no se entendían. Al menos en buena parte.

    No hay por qué apurarse más de la cuenta: el tipo que viste de muerte invita a los otros a jugar, a ponerse en el pellejo de los vivos (se cual sea su clase social) que han de atender a la llamada siniestra, que han de morir y, según me pareció, serán juzgados: viajaran en el barco que la propia muerte pilota camino del infierno o serán salvados y podrán evitar dicho viaje. Pero el juego de preguntas y respuestas, exhortaciones, ruegos y enunciaciones variadas, categóricas, trascendentales o simplemente irónicas o divertidas, ese juego divertido y fundamental, lleno de significados, de contrariedades y miedos, de placeres que llegan a su fin (que tanto da que nunca hubieran sido)este planteamiento triste pero desenfadado que es condición de las danzas de la muerte zarpó en el mismo barco que el caballero, el labrador o el papa, pero ya desde que la obra empezara, por lo menos para mi, pues no entendía la mayor parte de lo que en ella se decía.

    Digo que en español hubiera gozado de lo lindo, que hubiera visto una obra inolvidable.

    ResponderEliminar

Comentarios.