lunes, 14 de junio de 2010

PEDRO PÁRAMO I



Bueno, hasta aquí hemos llegado de momento. No es mucho decir, pero lo cierto es que voy a hacer un parón en lo que a la incorporación de nuevos títulos a la selección de libros se refiere. Y es que ya falta poco para que de comienzo la última edición de OLMEDOCLÁSICO. Como el pasado año haré reseñas de las obras que se suban a las tablas la semana de mediados de julio, aunque aún no hay programa ni fechas confirmados. En los próximos días publicaré una entrada anunciadora.

Así que durante unas cuantas semanas un único libro más al saco: PEDRO PÁRAMO. Y ya siento que este blog es mucho mejor. Porque esta pequeña novela de cien páginas (al menos en la edición de AUSTRAL que voy a recomendar) contiene las cosas que más me gustan en literatura: estilo personal, profundidad, sencillez e imaginación. Esto último sobre todo.

Los pasajes de Pedro Páramo son imágenes que se superponen y que se explican, no que se suceden. Estoy hablando de imaginación en un sentido explícito: la capacidad y la acción del cerebro que consiste en crear imágenes, aunque estas no puedan ser contrastadas con lo palpable, con esas otras cosas que tienen la ordinaria costumbre de existir aunque no las pensemos. Lo que más inquieta del género fantástico es, precisamente, que el lector puede reconocer imágenes que pensaba como exclusivamente propias o que los hechos que se narran pueden dar solidez, cierta calidad de realismo, de credibilidad, a aquello que no podíamos creer más allá de nosotros mismos. Un escritor con imaginación es un tipo al que da por abrir su jaula. Todos tenemos una. En ella guardamos imágenes. Podemos hacer como que no están, echar velo sobre velo. El miedo tiene estas cosas. Y también otras, porque puede que un día leamos, por ejemplo, Pedro Páramo y, entonces, es como si sufriéramos el proceso contrario, como si nos desvelaran imágenes que, en cualquier caso, siempre contuvimos. Puede pasar viendo una peli también. O una obra de teatro. Ahí estarán las imágenes que, después de todo, parece que puedan ser, las mismas que uno mantenía prudentemente separadas de la realidad. Las mismas o unas parecidas, del mismo tipo.

Es un libro muy atrevido. Misterioso. Y oscuro. Bello también. La historia de un hombre que, por fin, después de la promesa que hiciera a su madre, irá Comala a buscar al padre, hasta aquella ciudad que "reposa sobre las brasas del infierno", o "es el mismo infierno", o algo así. Una ciudad de la que se podría decir que tiene el honor de inaugurar el realismo mágico de Macondo, por ejemplo. Casi se podría decir que hasta suena parecido: Comala, Macondo. Pero Macondo, aunque fantástica, es una ciudad de verdad, física, reposa sobre el mundo y contiene mundo. Lo de Comala es otra cosa: lo que allí sucede no puede suceder en ningún otro lugar. Cuando Juan Preciado llega a la ciudad en la que espera encontrar a su padre, Pedro Páramo, da con un sitio
lleno de muerte, cargado de pasado y vacío de presente, con un presente que sólo es pretérito, el de una ciudad que se devorara.

¿Quién es Pedro Páramo? Pedro Páramo es un rencor vivo, le dice a Juan el primero de los hombres con los que habla, poco antes de divisar, ya desde la cercanía, Comala. Aunque más adelante el mismo Abundio, pues así se llama el campesino, le aclare que el Páramo está muerto, y nadie queda en el pueblo. Le aconseja, aún, que pregunte por doña Eduviges cuando llegue y apenas tardará en encontrarla pues una señora con la que se habrá de encontrar le indicará dónde vive: "Me di cuenta de que su voz estaba hecha de hebras humanas, que su boca tenía dientes y una lengua que se trababa y destrababa al hablar, y que sus ojos eran como todos los ojos de la gente que vive sobre la tierra". Es decir, a Juan Preciado le extraña que esta persona que le indicó donde vivía Eduviges parezca una persona normal. Pues podría ser una persona normal.

Comala se muestra desde el prinicpio como lugar abandonado. No hay niños jugando a la hora en la que juegan los niños. Y hay silencio. Pero este silencio contextual, de situación, es, precisamente, el que permite a Juan Preciado escuchar las voces que le vienen acompañando, como ya su madre le advirtiera (Allí me oirás mejor. Estaré más cerca de ti), es lo que le hace sentir que el pueblo está vivo apesar de la advertida muerte. Doña Eduviges y el resto de voces formarán la colección de imágenes que, superpuestas y explicándose unas a otras, forman la historia de Pedro Páramo y de Comala, de la madre de Juan Preciado, Dolores, de la Media Luna: los fantasmas que regresan para contarse, para excusarse o llorarse por sus vidas perdidas y su historia abandonada.

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