VELATORIO, Ángel Manuel Rodríguez Romero
He mirado la espalda -arqueada hacia su propia conciencia- de una mujer que no sabía llorar, y he visto un muerto que no entendía nada, un muerto feliz y envuelto en su olor pesado de aire que se desprendía de sí. Pero sólo a intervalos largos. Y con extraordinaria eficacia, contaminando la habitación de un ahogo leve y repugnante. Me he dado cuenta del silencio y he pensado que allí no había qué hacer. Salvo salir a respirar. Pasar desapercibido.
Y todo esto, ¿no sería el viernes en lugar del jueves?
ResponderEliminarNo.
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