Nº 24
Bueno, hace ya algunas semanas que las novedades entran en la librería como si pretendieran guarecerse de algún mal que afuera los acechara y, quizá espantadas unas de otras, pasan por la cuchilla en aproximadamente el noventa por ciento. La última montonera que me he encontrado sobre la mesa era de tal calibre que no atinaba yo a ver la pantalla. Y soplé hasta desbaratarlo. Quedaron en pie muy pocas piezas, ha de pensarse que debido a su solidez.
Solidez la del autor que ha sido premiado este año con el Nobel. Mario Vargas Llosa tiene una obra extensa y unos cuantos títulos destacados dentro del panorama internacional. Hace tiempo que un cliente recomienda fervientemente al librero que empiece con el peruano y no empieza (salvo alguna inserción aislada). Quizá sea el momento. A lo que voy.
Cuatro libros de Alfaguara. Tres novelas de Luis Mateo Díez, que es un autor al que me gusta tener cerca. Como hay novedad la editorial aprovecha para reeditar algunas de sus obras más reputadas. Dos por aquí: CAMINO DE PERDICIÓN (original de 1995; 450 páginas; 19, 50 €), y la muy premiada LA FUENTE DE LA EDAD (original de 1986; 360 páginas; 16, 90 €). Personalmente conozco algunos de los libros de aquella extensa obra a propósito de un lugar llamado Celama, y algún libro de relatos. Tengo pendiente entrar más de lleno con él porque es un autor que me atrae mucho: su gusto por el cuento y la fábula, así como por la expresión cuidada, me motivan y me hacen pensar que disfrutaré de sus lecturas.
De momento dejo por aquí la primera página de lo suyo último: AZUL SERENIDAD O LA MUERTE DE LOS SERES QUERIDOS (130 páginas; 15 €), relato a partir de la experiencia real de muertes cercanas que comienza así:
El doce de diciembre de 2007 y el catorce de mayo de 2008 hubo dos muertes en mi familia. La madrugada del doce murió mi sobrina Sonia, que en palabras de su padre, mi hermano Antón, y de su madre, mi cuñada Luz, "emprendía su trágico vuelo hacia la calma", y a primeras horas de la tarde del catorce de mayo fallecía en el Hospital de la Fe Valencia mi cuñada Charo, a la que un tumor de metástasis tan expansiva como implacable se la llevaba en poco más de un mes.
Una muerte entra en el cálculo de lo que la vida nos depara, en la costumbre de lo que determina nuestro destino. Poco hay que decir de la muerte habitual con que todos nos encontramos en el entorno de nuestras existencias. Hay mucho que sentir, y en la discreción e intensidad de ese sentimiento de pérdida, que la muerte supone, involucramos lo que corresponde. La muerte afianza los afectos. El acontecimiento concita lo que en el trance familiar es más expresivo, más explícito, al menos (...)
El cuarto título de Alfaguara que ha soportado el fuerte empellón que ha acabado con la mayoría de libros esparcidos por la mesa y también el suelo es TAN CERCA DE LA VIDA, de Santiago Roncagliolo, novela ambientada en un futuro Tokio en el que la inteligencia artificial es forma de vida protagonista. 328 páginas. 18, 50 €. Primera página:
Al llegar, Max tuvo un sueño extraño. O quizá no fue un sueño.
Quizá era el jet lag. Había volado más de doce horas sin saber dónde terminaba la mañana y dónde comenzaba la noche. Había dormido sentado, alternando la vigilia con desagradables pesadillas. Hasta donde recordaba, el vuelo había sido sólo un largo y espeso duermevela. Y las cosas no mejoraron en el aeropuerto. Se sentía mareado y aturdido, y le costaba entender por dónde ir o qué hacer. Imitaba torpemente a los demás pasajeros en la esperanza de salir de ahí tarde o temprano.
En el pasillo de la aduana, llamó su atención un cartel:
BIENVENIDO A TOKIO
SI SIENTE ALGÚN TIPO DE MALESTAR,
FIEBRE O TOS, PASE A LA ENFERMERÍA
Max consideró la posibilidad de acercarse, pero no estaba seguro de en qué órgano de su cuerpo se hallaba el problema. Lo que tenía no era tos ni fiebre, aunque sí, en términos estrictos, un malestar. Se preguntó si podrían impedirle la entrada al país en caso de portar algún virus. Escudriñó la enfermería de reojo, como un prófugo, tratando de evitar llamar la atención. En el interior, había un enfermero con la cara oculta bajo una mascarilla. Max sintió que debajo de esa máscara no había un rostro. Desvió la mirada. En un rincón, una pantalla escaneaba a los pasajeros y los convertía en siluetas de co- (...)
Dos novelas en Seix Barral. la última de Elvira Lindo se llama LO QUE NOS QUEDA POR VIVIR, en la que sigue en la línea de historias íntimas y urbanas (por lo que nos cuentan en la contraportada: "Antonia tiene veintiséis años cuando se ve sola con un niño de cuatro en el cambiante Madrid de los ochenta"). Doscientas sesentaisiete páginas. Dieciocho euritos.
El segundo de los libros de esta editorial que se ha salvado es LA LUZ ES MÁS ANTIGUA QUE EL AMOR, lo último de Ricardo Menéndez Salmón, del que leí hace meses EL CORRECTOR, título que cierra la que ahora he sabido que es TRILOGÍA DEL MAL. Digo que ahora porque entonces no fui consciente de ello, y no sé si se debe a que cuando leí aquel libro que no me gustó mucho (aunque algo me gustó), no había pretensión por parte del autor de tal trilogía o es que, más bien, me gustó aún menos de lo que pienso. He de decir que esta tiene buena pinta. Los de AFTERPOST tienen hecha una reseña. Plantamos, en cualquier caso, la primera página p0r aquí:
I. EL ATENTADO.
Receloso del ímpetu de su montura, un orgulloso bayo español, Pierre Roger de Beaufort echa pie a tierra quejándose del mal tiempo. Resulta estimulante escuchar cómo blasfema en purísimo y diáfano latín uno de los hombres más poderosos de la cristiandad, sobre todo si se considera que este servidor de Dios apenas cuenta veinte años. Aunque, en efecto, la queja del cardenal diácono, futuro Gregorio XI, no parece desproporcionada, pues lleva lloviendo sin descanso desde hace dos semanas, en concreto desde que De Robertis se encerrara en la torre del homenaje del castillo se Sansepolcro para completar su última obra.
Beaufort entrega a un fámulo las bridas de su caballo con mano acostumbrada a conceder y quitar. Es la mano de un príncipe de la Iglesia, órgano de unción y condena, sinécdoque del propósito ecuménico al que representa, mano que en el futuro será recordada en los libros de texto como la del último francés que guardó entre los mortales las llaves del Cielo.
Entre tanto, sobre la pared norte de la torre del homenaje del castillo de Sansepolcro, como una ofrenda (...)
Dos libritos en Anagrama. La última novela de Ricardo Pligia se llama BLANCO NOCTURNO. A propósito de ella hay una reseña interesante, como siempre, en LA CIUDAD SIN CINES. Trescientas páginas. Diecinueve euros.
El otro que me ha llamado la atención es AGOSTO, OCTUBRE, de Andrés Barba, uno de los jóvenes escritores en que se tienen, por lo visto por ahí y en cuanto a la reputación de la nueva literatura española, más esperanzas puestas. Historia de iniciación en la que a su adolescente protagonista se le apelotonan circunstancias y descubrimientos que no parece poder controlar. Empieza así:
Primera parte.
Recuerdo de agosto.
Ocurría al volver a casa desde la playa, junto a sus padres y su hermana pequeña. La excitación se parecía más a una molestia que a un placer. Se quitaba el bañador y se masturbaba en el cuerto de baño antes de ducharse evocando imágenes medio difusas que acaba de ver hacía tan sólo unos minutos en la playa o en el paseo que la unía a la casa que habían alquilado sus padres para las vacaciones, imágenes casi abstractas de chicas de su edad, o incluso un poco mayores, de dieciséis, de diecisiete años. Más que la certeza de un cuerpo concreto sentía -cuando cerraba los ojos y comenzaba a tocarse- una suma difusa de cuerpos fantasmas cuyas formas eran, a la vez, inquietantemente concretas. El pliegue, por ejemplo, de las caderas cuando estaban sentadas, la doblez de unos pechos vistos de perfil, las muescas extrañas (...)
I. EL ATENTADO.
Receloso del ímpetu de su montura, un orgulloso bayo español, Pierre Roger de Beaufort echa pie a tierra quejándose del mal tiempo. Resulta estimulante escuchar cómo blasfema en purísimo y diáfano latín uno de los hombres más poderosos de la cristiandad, sobre todo si se considera que este servidor de Dios apenas cuenta veinte años. Aunque, en efecto, la queja del cardenal diácono, futuro Gregorio XI, no parece desproporcionada, pues lleva lloviendo sin descanso desde hace dos semanas, en concreto desde que De Robertis se encerrara en la torre del homenaje del castillo se Sansepolcro para completar su última obra.
Beaufort entrega a un fámulo las bridas de su caballo con mano acostumbrada a conceder y quitar. Es la mano de un príncipe de la Iglesia, órgano de unción y condena, sinécdoque del propósito ecuménico al que representa, mano que en el futuro será recordada en los libros de texto como la del último francés que guardó entre los mortales las llaves del Cielo.
Entre tanto, sobre la pared norte de la torre del homenaje del castillo de Sansepolcro, como una ofrenda (...)
Dos libritos en Anagrama. La última novela de Ricardo Pligia se llama BLANCO NOCTURNO. A propósito de ella hay una reseña interesante, como siempre, en LA CIUDAD SIN CINES. Trescientas páginas. Diecinueve euros.
El otro que me ha llamado la atención es AGOSTO, OCTUBRE, de Andrés Barba, uno de los jóvenes escritores en que se tienen, por lo visto por ahí y en cuanto a la reputación de la nueva literatura española, más esperanzas puestas. Historia de iniciación en la que a su adolescente protagonista se le apelotonan circunstancias y descubrimientos que no parece poder controlar. Empieza así:
Primera parte.
Recuerdo de agosto.
Ocurría al volver a casa desde la playa, junto a sus padres y su hermana pequeña. La excitación se parecía más a una molestia que a un placer. Se quitaba el bañador y se masturbaba en el cuerto de baño antes de ducharse evocando imágenes medio difusas que acaba de ver hacía tan sólo unos minutos en la playa o en el paseo que la unía a la casa que habían alquilado sus padres para las vacaciones, imágenes casi abstractas de chicas de su edad, o incluso un poco mayores, de dieciséis, de diecisiete años. Más que la certeza de un cuerpo concreto sentía -cuando cerraba los ojos y comenzaba a tocarse- una suma difusa de cuerpos fantasmas cuyas formas eran, a la vez, inquietantemente concretas. El pliegue, por ejemplo, de las caderas cuando estaban sentadas, la doblez de unos pechos vistos de perfil, las muescas extrañas (...)
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