Carmen Laforet, 1945.
Austral, 2006.
304 páginas.
7, 95 €.
Últimamente me cuesta escribir reseñas. He dado con la clave: para este último libro he tomado demasiadas notas, me he impuesto una tarea que no merezco, un castigo. Leo notas aquí y allá y no sé por dónde empezar ni a cuales de ellas dar más importancia. De primeras se me ocurre decir que he terminado una de las mejores lecturas del año, de esas que a estas alturas tienen un puesto reservado en la lista que más o menos todos los blogueros que escribimos sobre libros hacemos a final de año.
Austral, 2006.
304 páginas.
7, 95 €.
Últimamente me cuesta escribir reseñas. He dado con la clave: para este último libro he tomado demasiadas notas, me he impuesto una tarea que no merezco, un castigo. Leo notas aquí y allá y no sé por dónde empezar ni a cuales de ellas dar más importancia. De primeras se me ocurre decir que he terminado una de las mejores lecturas del año, de esas que a estas alturas tienen un puesto reservado en la lista que más o menos todos los blogueros que escribimos sobre libros hacemos a final de año.
Hay varias razones para considerar tan buena a esta novela que inaugurara en 1945 los premios Nadal (cabría hablar sobre la responsabilidad que este tipo de premios asumió con los autores que los dieron la reputación necesaria para obtener los beneficios deseados). Pero a lo que ahora vamos: el ambiente decadente de la casa de la calle de Aribau -donde se desarrolla la acción principal- y la personalidad aborbente y delirante de la mayor parte de sus personajes hacen que el relato sea tan oscuro y claustrofóbico, a veces macabro, que me ha recordado a la novela gótica, un género que conozco algo, lo cual quiere decir poco. Comienza así:
Por dificultades en el último momento para adquirir billetes, llegué a Barcelona a medianoche, en un tren distinto del que había anunciado y no me esperaba nadie.
Quien narra es Andrea, una joven de dieciocho años que llega a Barcelona desde el pueblo y cargada de ilusiones, en los primeros años de posguerra española, para estudiar Letras en la Universidad. A las horas en que llega ya ninguno de sus parientes la espera en la casa de la calle de Aribau, propiedad de su abuela y en la que viven, también, su tía Angustias, su tío Juan (con su tía Gloria y el niño), su tío Román y la criada, que se le presenta a Andrea de forma especialmente inquietante, como una sombra que domina desde cierta posición de privilegio un juego funesto, dueña y señora de la cocina, sirviente de pobres. Pero, vaya, en 1940 o 1941 pobres era de lo que más había en España. La que en algún momento fue una gran casa noble, cuando la calle de Aribau no necesitaba de un nombre, es en aquellos años en los que se desarrolla la acción símbolo del reseteo al que el país fuera sometido. Grosso modo así se nos mete en la historia en un primer capítulo soberbio capaz de por sí de justificar muchas páginas posteriores. Pero las páginas posteriores, los capítulos siguientes, presentan a los personajes a la vez que empieza a desarrollar el de Andrea, y la inquietud de quien lee crece y, con ella, las expectativas, que no serán defraudadas.
Se trata de una historia de gran profundidad psicológica en lo que concierne a su protagonista. Sin embargo, antes de ello el lector se sentirá abrumado por el perfil de los habitantes de la casa. Andrea los conocerá mejor desde la mañana siguiente y también el lector se encontrará con un panorama escalofriante: la violencia entre los hermanos Juan y Román está presente desde el primer día, tienen cuentas pendientes desde la guerra. Juan maltrata a su mujer Gloria continuadamente y sin complejos -con derechos sobre ella que todos suponen-, Angustias discute abiertamente con Juan y con Román, mientras la criada mantiene su aire de sombra a un lado, la abuela trata de comprender a todo el mundo y, sin duda, el niño de Juan y Gloria sufre una crianza denostable. Además Román es un tipo bastante misterioso e interesante: se muestra sereno en su violencia verbal incluso en las discusiones más agrias, toca el violín y el piano, resulta atractivo. En un principio es a él a quien Andrea se acerca más, persuadida -a menudo la invita a café y a cigarrillos- o quizá a la búsqueda de referencias que le ayuden a estar en un lugar tan extraño: el de su propia familia.
El primer día tuve la impresión de que, delante de mí, en la sombra, bajaba alguien. Me pareció pueril y no dije nada.
Otro día la impresión fue más viva. De pronto, Román me dejó a oscuras y enfocó la linterna hacia la parte de la escalera en que algo se movía. Y vi clara y fugazmente a Gloria que corría escaleras abajo hacia la portería.
Ya, de paso, pueden ir viendo el estilo: es mucho más que directo. De hecho no estoy muy seguro de que el estilo de Carmen Laforet sea directo, al menos en esta novela. Es verdad que ahorra mucho en paja y, sobre todo, en expresiones hechas de esas que tanto pululan por literaturas y periodismos en general, pero no creo que eso signifique que el estilo es directo. Lo digo porque se trata de un apunte que se hace en muchos sitios que hablan del libro, también en el prólogo de la Montero en la edición que he leído, que no es la que vende el librero. Y no. Su estilo no es directo: su estilo es preciso, que no es lo mismo. Sus frases son bellas y, cuando quiere, ricas pero, esto sí, no utiliza descripciones sobrecargadas de detalles y conceptos que el lector no atrapa y que se quedan en aproximaciones fallidas. Carmen Laforet se recrea cuando quiere en su estilo, le da vueltas, dista de ser directo: "Las aceras, teñidas de la humedad crepuscular, reflejaban las luces de los faroles recién encendidos". ¿Va?
Seguramente es su tía Angustias en la primera parte del libro el personaje que más influye o, mejor dicho, trata de influir sobre Andrea. Su fijación con los deberes con los que la adolescente ha de cumplir es enfermiza y, en realidad, está muy cerca de lo que hoy en distintos ámbitos se llamaría acoso, respecto a lo cual sería necesario no olvidar que Andrea no siente la familiaridad de sus parientes, para ella son poco más que desconocidos que hacen de la casa en la que ha de vivir un lugar inhóspito. Angustias trata de representar para el mundo el papel de mujer ejemplar con el que, según sospechan todos, no cumple. Cuando se va, harta de ser humillada y dispuesta al encierro religioso, la familia la despide en la estación y la Laforet nos ofrece otro de esos pasajes que hacen de esta novela una obra sobresaliente. Está llena de ellos:
- ¡No te hagas la mártir, Angustias, que no se la pegas a nadie! Estás sintiendo más placer que un ladrón con los bolsillos llenos... ¡Que a mí no me la pegas con esa comedia de tu santidad!
El tren empezó a alejarse y Angustias se santiguó y se tapó los oídos porque la voz de Juan se levantaba sobre todo el andén.
Gloria agarró a su marido por la americana, aterrada. Y él se volvió con sus ojos de loco, furioso, temblando como si le fuera a dar un ataque epiléptico. Luego echó a correr detrás de la ventanilla, dando gritos que Angustias ya no podía oír.
- ¡Eres una mezquina! ¿Me oyes? No te casaste con él porque a tu padre se le ocurrió decirte que era poco el hijo de un tendero para ti... ¡Por esooo! Y cuando volvió casado y rico de América lo has estado entreteniendo, se lo has robado a su mujer durante veinte años..., y ahora no te atreves a irte con él porque crees que toda la calle de Aribau y toda Barcelona están pendientes de ti... ¡Y desprecias a mi mujer! ¡Malvada! ¡Y te vas con tu aureola de santa!...
La gente empezó a reírse y a seguirle hasta la punta del andén, donde, cuando el tren se había marchado, seguía gritando. Le corrían las lágrimas por las mejillas y se reía, satisfecho. La Vuelta a casa fue una calamidad.
Así es como acaba la segunda parte. Desde ese momento Andrea ocupa la habitación de Angustias, que es la que está mejor cuidada. Aunque en un principio se ilusiona con la posibilidad de que las cosas mejoren en la casa lo cierto es que la Universidad y su contexto, la ciudad son espacios que se presentan como escapatorias. El hambre la torturará todos los días y la llevará a cometer algunas estupideces, a veces da la impresión de que la inanición de la narradora lleva al lector por caminos erróneos, quizá alucinados por Andrea. Conoce a Enea, conoce a otros chicos pero, pronto, en el colmo del despropósito descubrirá también que esos espacios de libertad están igualmente ligados a la casa de la calle de Aribau, y su estancia en Barcelona se irá convertiendo en un continuo y frustrado intento de escapada sentimental que deriva en un final trágico y también en un buen final, en un retrato hosco de una época y de unas circunstancias que a la propia Carmen Laforet tocó vivir en primera persona y retratar con imágenes oscuras.
Seguramente es su tía Angustias en la primera parte del libro el personaje que más influye o, mejor dicho, trata de influir sobre Andrea. Su fijación con los deberes con los que la adolescente ha de cumplir es enfermiza y, en realidad, está muy cerca de lo que hoy en distintos ámbitos se llamaría acoso, respecto a lo cual sería necesario no olvidar que Andrea no siente la familiaridad de sus parientes, para ella son poco más que desconocidos que hacen de la casa en la que ha de vivir un lugar inhóspito. Angustias trata de representar para el mundo el papel de mujer ejemplar con el que, según sospechan todos, no cumple. Cuando se va, harta de ser humillada y dispuesta al encierro religioso, la familia la despide en la estación y la Laforet nos ofrece otro de esos pasajes que hacen de esta novela una obra sobresaliente. Está llena de ellos:
- ¡No te hagas la mártir, Angustias, que no se la pegas a nadie! Estás sintiendo más placer que un ladrón con los bolsillos llenos... ¡Que a mí no me la pegas con esa comedia de tu santidad!
El tren empezó a alejarse y Angustias se santiguó y se tapó los oídos porque la voz de Juan se levantaba sobre todo el andén.
Gloria agarró a su marido por la americana, aterrada. Y él se volvió con sus ojos de loco, furioso, temblando como si le fuera a dar un ataque epiléptico. Luego echó a correr detrás de la ventanilla, dando gritos que Angustias ya no podía oír.
- ¡Eres una mezquina! ¿Me oyes? No te casaste con él porque a tu padre se le ocurrió decirte que era poco el hijo de un tendero para ti... ¡Por esooo! Y cuando volvió casado y rico de América lo has estado entreteniendo, se lo has robado a su mujer durante veinte años..., y ahora no te atreves a irte con él porque crees que toda la calle de Aribau y toda Barcelona están pendientes de ti... ¡Y desprecias a mi mujer! ¡Malvada! ¡Y te vas con tu aureola de santa!...
La gente empezó a reírse y a seguirle hasta la punta del andén, donde, cuando el tren se había marchado, seguía gritando. Le corrían las lágrimas por las mejillas y se reía, satisfecho. La Vuelta a casa fue una calamidad.
Así es como acaba la segunda parte. Desde ese momento Andrea ocupa la habitación de Angustias, que es la que está mejor cuidada. Aunque en un principio se ilusiona con la posibilidad de que las cosas mejoren en la casa lo cierto es que la Universidad y su contexto, la ciudad son espacios que se presentan como escapatorias. El hambre la torturará todos los días y la llevará a cometer algunas estupideces, a veces da la impresión de que la inanición de la narradora lleva al lector por caminos erróneos, quizá alucinados por Andrea. Conoce a Enea, conoce a otros chicos pero, pronto, en el colmo del despropósito descubrirá también que esos espacios de libertad están igualmente ligados a la casa de la calle de Aribau, y su estancia en Barcelona se irá convertiendo en un continuo y frustrado intento de escapada sentimental que deriva en un final trágico y también en un buen final, en un retrato hosco de una época y de unas circunstancias que a la propia Carmen Laforet tocó vivir en primera persona y retratar con imágenes oscuras.
Hola Peri:
ResponderEliminaryo esta novela la leí hace unos 10, en el primer cole donde trabajé la mandaba a los alumnos de 2º de bachiller la profe, y yo la leí con los alumnos, que no entendían cómo me infringía a mí mismo ese castigo. A mí el libro me encantó y me sorprendió su modernidad. Me di cuenta también de que Ignacio Martínez de Pisón, al que leí bastante hace tiempo la había leído también y hecho suya.
No sé si conoces este libro, te lo cito por similitudes: "La plaza del Diamante" de Mercé Rododera, junto con "Nada" posiblemente uno de los mejores libros escritos por una mujer española en el siglo XX.
Saludos
Tomo nota, David, muchas gracias.
ResponderEliminarEn cualquier caso, creo que de momento voy a leer más de Laforet, que tiene pinta de ser de lo mejor del siglo XX español más allá de sexos. En una antología de obras que ha editado este año Ignacio Echevarría aparecía Siete Novelas Cortas, de esta autora a la que he cogido con tantas ganas. Ya se la he pedido al librero y espero poder leerla próximamente.
Salud y buenos alimentos. A ver si me animo y te pongo un correo privado, que tengo ganas de liarte con un temita algo absurdo...
Leeré tu entrada cuando proceda. Espero que sea pronto. Ya te diré algo.
ResponderEliminarMe alegra, Impenitente. Que sepas que yo también te diré algo, y aún puede que algo más.
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