Nº 41.
Bueno, para hoy se me ha encomendado colgar por aquí las portadas de dos autores jóvenes, con futuro. Por supuesto que incierto.
Juan Martín Salamanca (Valladolid, 1988) publica su primera novela y de ella ha sabido el librero gracias a que hubo quien se lo chivó. Gracias, Chema. Narrativa histórica de la que se hizo con la mayor parte del mercado desde el fenómeno LOS PILARES DE LA TIERRA, y que ha tenido sucedáneos a punta pala aunque entiendo que no está ya en sus horas altas. En cualquier caso, género respetable el que se cultiva en esta historia que cuenta las aventuras de un prisionero cristiano de la batalla de Lepanto. Un libro bastante técnico en lo que a la navegación por mar se refiere y del que, por tanto, podrán gozar los aficionados al tema, así como a los apuntes y las anécdotas históricas. 308 páginas. 20 euritos. Publica Éride Ediciones y empieza así:
Capítulo 1. La batalla de Lepanto.
El rugido de los cañones, el restallido de los cabos azotados por el viento y la furia del mar, el crujido de loa maderos que se entragan al abismo ante el espectáculo de muerte que se dibuja en el horizonte. Marcial nunca se había visto en una situación parecida. Aunque se empleaba con todas sus fuerzas en cortar los obonques que unían aquella galera veneciana al mástil caído, que a su vez tiraba de ella hacia las profundidades, no parecía ser capaz de hachar esa cuerda salvaje. Le dolían los músculos, pero no era una sensación de agotamiento o agujetas: era miedo.
El miedo lo había paralizado. A pesar de que sus padres lo bautizaron con un nombre tan castrense, Marcial se veía incapaz de dominar su temor, y mucho menos su herramienta, para impedir que aquel torpe navío se hundiera arrastrado por su palo. Diríase que el pobre Marcial había salido a su tocayo y poeta clásico bilbilitano, en li¡ugar de al mítico Ares, señor de la guerra.
No era la primera vez que Marcial se embarcaba en un buque; pues, a pesar de su juventud, llevaba navegando desde hacía más de diez años, siempre al lado de su padre. Sien embargo, esta vez era distinto. Las travesías en la flota familiar solían ser más tranquilas. Y aunque ya antes se había topado con galeras turcas, nunca había bailado con ellas esta danza de la muerte que representa una batalla naval.
Marcial era hijo de don Fernando de San Pablo, un próspero armador malagueño que tenía dos grandes preocupaciones en la vida: los ataques otomanos a sus barcos y la Santa Inquisición. Don Fernando era nieto de un judío salmantino obligado a convertirse (...)
Juako Escaso Higuera (escritor de poesía, relato y guines de cine y TV)ha sido finalista del Planeta 2010 y del Círculo de lectores 2011 con esta novela histórica ambientada en la invasión del Valle de Arán en 1944 por parte de los guerrilleros antifranquistas. La editorial Hermida Editores (198 páginas; 18, 72 euros) tuvo a bien publicarla en papel en octubre pasado. Aunque es precisamente su edición lo que menos me gusta pues hablamos de hojas blancas -estas cosas hay que tenerlas en cuenta- de esas que se parecen a la pantalla del ordenador, y de verdad que molestan un tanto. Y hasta dos. Sin embargo, la editorial ofrece a cambio -con la compra del libro- la versión digital gratuita. Es un detalle y, además, una aportación interesante al debate sobre el futuro del libro y del resto de los -nuevos- soportes literarios.
Ahí van los primeros párrafos de una historia que se me antoja interesante, y que apunto como pendiente para este año:
Hace meses que dejé de llevar la cuenta de los días. Sé que estamos en marzo, aunque desconozco la fecha exacta. En realidad no importa mucho, cada día es igual al anterior e igual al siguiente, no hay razón para ponerle un nombre. La implacable rutina cose un amananecer tras otro hasta desdibujar cualquier perspectiva, una y otra vez la misma diana, los mismos recuentos, el mismo trabajo, la misma comida y el mismo sentimiento vacío.
André ha arrancado una estalactita de las muchas que se formaron en los vanos de las ventanas, pálidas y afiladas como helados colmillos, tras la última nevada. Lentamente se derriten bajo la azulada luz solar y gotean con una cadencia hipnótica, pausadamente, como si cada gota necesitase el aliento de las demás para decidirse a dar el salto. Cuando el hielo se ha deshecho dentro del cacillo de latón convirtiéndose en un líquido gélido y cortante, André bebe con avidez, con la ansiedad de quien no termina de acostumbrarse al agua turbia y contaminada del Campo. Apura hasta la última gota y me dedica una sonrisa verde por encima de sus gafas de alambre.
La puerta se ha abierto con un chirrido de goznes dejando pasar el silbido del viento que azota el llano. Con gesto hábil, mil veces ensayado, oculto el cuaderno y el carboncillo bajo la almohada de paja. André ha saltado del catre como un resorte, los músculos tensados, preparándose ya para lo peor. Pero esta vez ha habido suerte, no se trata de un guardia, ni del jefe de barracón, sino de un recluso que viene envuelto en un abrigo hecho de sacos, con el cuerpo doblegado, reumático, como un tronco de árbol que en vano se resistiera a lo inevitable.
Ya que hablas de libros técnicos de navegación, recordaré "Moby Dick" de Melville. Abres el libro deseoso de leer las peripecias del capitán Acab y su leviatán blanco y lo cierras siendo un experto en ballenas, tipos, su pesca, aperos utilizados, barcos, etc. Crees que vas a leer una novela y terminas leyéndote un tratado.
ResponderEliminarTenía entendido también que Cabo Trafalgar de Reverte es un libro bastante técnico en lo que a la navegación se refiere. Por cierto, que no dejas claro si finalmente te gustó o no Moby Dick.
ResponderEliminarSi me hubiese leído una edición de esas juveniles resumidas me habría gustado mucho más. Lo terminé a golpe de voluntad. Por cada página que me entusiasmaba había treinta letales.
ResponderEliminarDe Melville, por si acaso, "Bartleby, el escribiente". Es un relato más que una novela. Todos los adjetivos calificativos positivos que se te puedan ocurrir son aceptados.