Carmen Laforet, entre 1952 y 1954.
Menoscuarto Ediciones, 2010.
472 páginas.
23, 50 €.
Supe de este libro hace algunos meses cuando estaba hojeando una antología que Ignacio Echevarría hiciera para Lunwerg titulada LOS LIBROS ESENCIALES DE LA LITERATURA. Hacía poco que había leído y recomendado aquí NADA, de la misma autora, y me ayudó en mi siempre inestable planificación de lecturas, de manera que este libro que paso a reseñar es una de esas lecturas que no hace tanto ni siquiera tenía en mente. Así que novela de posguerra es lo que toca. El texto de Echevarría es el siguiente:
Es la de Laforet una voz sin duda femenina, una voz que no reivindica su género pero que, sin embargo, sí busca explicarse. Es, desde luego, una voz moderna la de quien nos cuenta estas siete historias escritas entre 1952 y 1954. Como en NADA su narración es omnisciente y de gran calado psicológico: sabemos lo que hacen sus personajes, conocemos todas sus motivaciones y entendemos cada una de sus decisiones.
Me atrevo a señalar también que la mayoría de sus protagonistas son alter ego de la escritora, prolongaciones, evoluciones o variaciones a partir del personaje Andrea, de la novela Nada. Casi todos ellos expresan el dilema de ser mujer y ser una persona culta en la España de la época: arruinada económica, cultural y moralmente. Creo que es por los resquicios de esa oposición por donde asoman algunas de las mujeres beatas que protagonizan estas historias: son mujeres solidarias pero sobre todo independientes, que ponen sus objetivos fuera del entorno estrictamente familiar.
EL PIANO es la novela que abre el libro, aunque ya Agustín Cerezales -hijo de la autora- advierte en el prólogo que en su labor de editor debió decidir el orden de estas historias, pues carecían de uno previo. La situación es la siguiente: Rosa y su marido Rafael viven en su apartamento de la ciudad y viven tiempos de crisis. Él trabaja en una novela que seguramente nunca termine. Ella es la mujer desprendida, libre, que lo enamoró y que le consiente y cuida, y el piano es la herencia que ambos recibieron de la rica tía Angustias, que tan sólo así supo agradecer las atenciones recibidas de su sobrina Rosa, la que desde pequeña tocaba sentada al instrumento en casa de la tía. Por eso la beatitud de Rosa es aquí paradigma: no se habla tanto de la mujer conservadora, ultrarreligiosa, como de quien valora más la felicidad de los demás que la propia, quien ve en la felicidad de los otros su bienaventuranza. Pero Rosa, como Andrea en NADA, es una mujer independiente, que busca relacionarse con el mundo, perderse en él. Un denominador común de ambas es, por ejemplo, el paseo sin rumbo al que las tres -meto en el saco a la propia Laforet- eran grandes aficionadas. Al final el piano es un símbolo, una metáfora de las necesidades creadas, que nos atan a una realidad inventada que, esto sí, a menudo satisface egos: el piano es una oportunidad, por ejemplo, para organizar reuniones de salón a los que sus vecinos acuden admirados.
LA LLAMADA tiene un comienzo embaucador que hace del lector oyente boquiabierto: Si este caballero envuelto en un impecable abrigo gris oscuro que le hacía conservar los restos de una antigua prestancia, entre los trajes veraniegos de los otros pasajeros, no hubiera estado aquel día apoyado en la barandilla del buque de carga, y no hubiese sentido el deseo de desembarcar y conocer la ciudad, esta pequeña historia no se hubiera escrito... Podría haberse escrito otra; pero ésta casi estoy segura de que no.
El caballero se llama don Juan de Rosa y con él da inicio una bonita historia de relaciones perdidas, de viajes y encuentros, deseos y resignaciones. Una vez más aparece la caridad cristiana como elemento fundamental, capaz de precipitar la acción, y es gracias a ella que Mercedes, la mujer acabada con quien Don Juan Rosas da en aquella ciudad, la mujer que en tiempos muy pasados se empeñara en asombrar al mundo sobre un escenario tendrá una nueva oportunidad.
El caballero se llama don Juan de Rosa y con él da inicio una bonita historia de relaciones perdidas, de viajes y encuentros, deseos y resignaciones. Una vez más aparece la caridad cristiana como elemento fundamental, capaz de precipitar la acción, y es gracias a ella que Mercedes, la mujer acabada con quien Don Juan Rosas da en aquella ciudad, la mujer que en tiempos muy pasados se empeñara en asombrar al mundo sobre un escenario tendrá una nueva oportunidad.
Lo vengo pensando así desde hace algunas horas y es verdad que la novela anterior, esta que paso a reseñar y la siguiente tienen en común el viaje. Si LA LLAMADA parte de un viaje y LOS EMPLAZADOS, la novela que reseñaré a continuación, se desarrolla gracias al viaje que los personajes realizan desde un origen común hacia un destino común, en la presente -EL VIAJE DIVERTIDO- Carmen Laforet se recrea en el propio viaje, en el hecho de que su protagonista salga por primera vez de su pueblo y sin su marido, de viaje a la ciudad. Elisa desciende de una antigua familia rica que lo pierde todo durante la guerra, una familia que, de hecho, se pierde al completo, con la salvedad de la propia niña, que se crió con parientes y en un ambiente conservador. Hay otra beata aquí. Ahora, casada y con un mamoncillo, partirá con su cuñada a la boda de un primo y los maridos (y el mamoncillo) quedarán en el pueblo, así que se trata de un viaje psicológico también. Es uno de mis cuentos favoritos. Contiene, además, elementos intrigantes que enriquecen la historia y la hacen más interesante.
El diablo, aburrido de tanto jeroglífico, dio un resolpido y una patada en el suelo. Al momento se hundió entre una humareda que no percibió nadie, y dejó un olor a azufre que hasta llegó, muy debilitado, a la nariz de la abuela de Teresa. Esta señora miró sospechosamente a Nicolasillo -aún sin comprender- enrojeció.... Entonces la abuela de Teresa creyó sinceramente que sus sospechas habían ido por buen camino.
Pero nótense la ironía, y el sentido del humor: es gracias a ellos que la Laforet nos conduce por senderos espirituales sí, pero no tan religiosos, nada ortodoxos. Por eso leer a Laforet es una expewriencia enriquecedora. Por otras cosas también: por ejemplo me parece particularmente interesante la perspectiva política desde la que se cuentan aquellos acontecimientos, que ha de suponerse necesaria dada la fecha de estas novelas o relatos -estamos en la posguerra-, que se choca frontalmente con el discurso de la izquierda contemporánea (pretendidamente democrático) de los hechos y que, sin embargo, logra mantenerse en un plano completamente humanista porque choca con el discurso frívolo de la derecha rancia de ahora. Cabe decir en este sentido que el relato de Laforet -que vivió la Guerra Civil en primera persona- es más humanista que el de nuestros coetáneos, políticamente correctos e hipócritamente más demócratas, aleccionadores y desde luego más interesados en la propaganda política que en el análisis de la que fue la época más vergonzosa de la España moderna. En ese sentido el consejo que puedo dar es que lean a quienes vivieron los acontecimientos, y huyan como alma que lleva el diablo de los analistas actuales así como de los otros especuladores sin escrúpulos: y no busquen trigo limpio en ninguno de los dos lados: y no abusen del dulce: pero coman fuerte por las mañanas.
En unos días vuelvo con la segunda parte de esta reseña. Este verano el blog cumplirá cuatro añitos, y aún siento que estoy empezando y, además, vuelvo a mis orígenes porque, efectivamente, me lo pasaba mejor entonces. De momento me concentro en la prosa profunda y sencilla de una escritora impresionante.
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