Nº 43.
Los autores que más y mejor reconocidos están en ambos libros son Martín Caparros, Pedro Lemebal, Alberto Salcedo, Leire Guerrero, Juan Villoro y Julio Villanueva Chang, aunque ya digo que en el caso de MEJOR QUE FICCIÓN, CRÓNICAS EJEMPLARES (Anagrama, 2012) también aparecen cronistas españoles.
La fabulación y la crónica como arte es lo que particularmente más me ha interesado y sobre ello versan los pasajes originales, capítulos de la introducción que cada editor hace, que transcribo a continuación. Me hubiera gustado también transcribir una de las crónicas, pero pensé para en ello en un que estuviera en ambas antologías y esto no ha sido posible tenerlo.
Editor y prologuista: Jorge Carrión, 2011.
Editorial: Anagrama, 2012. 440 páginas.
Pvp: 22, 90 €.
Jorge Carrión (Tarragona, 1976) es escritor de novela y ensayo y reúne en esta antología veintiuna crónicas escritas por Cristina Alarcón, Jaime Bedoya, Martín Caparrós, Jordi Costa, Edgardo Cozarinsky, Rodrigo Fresán, Alberto Fuguet, Leila Guerriero, Pedro Lembel, Juanita León. Fabrizio Mejía Madrid, Guillem Martínez, Juan Pablo Meneses, María Moreno, Maye Primera, Edgardo Rodríguez Juliá, Alberto Salcedo Ramos, Juan Gabriel Vásquez, Julio Villanueva Chang, Juan Villoro y Gabriela Wiener. Distintos relatos que, como Carrión explica en su prólogo, tratan de mejorar la realidad: "Porque una crónica (un documental) debe ser mejor que la realidad. Su orden o su aparente caos, su estructura, su técnica, sus citas, la presencia del autor tienen que comunicar el sosiego que la realidad no sabe transmitir: lo he entendido por ti, lector, que ahora, a tu vez, lo entiendes. Te paso el testigo. Podemos seguir viviendo. (...)". Además la presente antología incluye un diccionario de cronistas hispanoamericanos, con la intención de servir como manual de referencia y como invitación a nuevas lecturas, según se nos asegura en la contraportada. Parece bastante completo. Allá va el pasaje, es un capítulo completo del prólogo.
NO ES UN GÉNERO, ES UN DEBATE.
Porque la fabulación es uno de nuestros mecanismos psicológicos, hay ficción en la incipiente geografía descriptiva de Heródoto, en el viaje de Marco Polo, en la crónica medieval y renancentista, En la Enciclopedia de la la Ilustració: hasta -al menos- el siglo XIX, en la gran mayoría de textos de no ficción. El periodismo y la ficción moderna se gestan simultáneamente. En los parámetros sociales y políticos del Antiguo , Cervantes y Shakespeare convivieron con los primeros diarios. Los escritores del XVIII tarnsitaron continuamente entre la ficción y la no ficción, como la mayoría de quienes los siguieron. El conflicto entre Ficción e Historia, con sus mil metamorfosis (Religión y Ciencia, Utopía y Realidad, Sueño y Vigilia, Mentira y Verdad, Especulación y Demostración), es el más apasionante de todos los que se constituyen, como una tensión vibrátil y dinámica, al ser humano. La no ficción es incapaz de resolver ese problema irresoluble, pero lo congela provisionalmente, lo pone en cuarentena. Le da la vuelta. Los ejércitos de la noche, de Norman Mailer, tiene dos partes: la primera se titula "La Historia como una Novela" y la segunda, "La Novela como Historia".
Balzac, Dickens o Zola salen a la calle de la democracia incipiente con un cuaderno de bolsillo, para anotar lo que ven y lo que escuchan en el mercado o en los bajos fondos. La retórica de la investigación, en la época del positivismo científico, es explícita en los textos reflexivos del realismo y del naturalismo. Las grandes novelas sobre la realidad van a seguir métodos de composición parecidos a los de la investigación periodística. Lo real es un laboratorio tanto para la literatura de ficción como para el periodismo. Desde finales del siglo XIX, en ningún ámbito de representación encontramos certezas incuestionables sobre qué es la realidad ni sobre cómo hay que representarla. Se podría decir que en cada poética se definen las claves de esa representación. Tanto James Joyce como Pablo Picasso o Paul Celan fueron realistas a su manera. En periodismo, el caso extremo es Die Fackel, un diario o revista que, después de una década publicando a algunos de los mejores intelectuales alemanes, se dedicó a partir de 1911 a dar a conocer exclusivamente los textos de su director e ideólogo, Karl Kraus. La publicación entera se convirtió en su poética satírica y realista.
Pese a su formulación europea, el periodismo moderno tuvo siempre vocación americana. La cooperativa sin ánimo de lucro Associated Press se fundó en 1846, pero no fue hasta finales de siglo cuando Melville Stone vinculó la agencia con los ideales de imparcialidad y de integridad que, en la práctica, supusieron la defensea del concepto de objetividad (sólo la ausencia de una voz subjetiva aseguraba que la noticia fuera comprendida por un lector de cualquier punto de los Estados Unidos). Para entonces. Charles Danah, el director de The Sun, y Joseph Pulitzer, fundaron The World, sentaron desde sus redacciones respectivas las bases de un periodismo de investigación con conciencia de autoría y con voluntad de seducción. Las crónicas de Nellie Bly, que después se reunirían en Diez días en un manicomio o en La vuelta al mundo en 72 días, son escritas en ese nuevo panorama. También Darío, Martí o Manuel Gutiérrez Nájera participan de esa nueva forma de narrar la realidad. La misma que años después, adaptada a cada contexto particular y según las convicciones éticas y estéticas de cada cual, practicarán Corpus Varga, George Orwell, Joseph Roth, Ernest Hemingway o Josep Pla: las ciudades, los países, los viajes, el pasado, las guerras pueden ser narrados mediante el retrato de lo mínimo, de lo cotidiano, con un estilo literario absolutamente personal. Se puede ser, a un mismo tiempo, extremadamente literario y extremadamente popular.
Balzac, Dickens o Zola salen a la calle de la democracia incipiente con un cuaderno de bolsillo, para anotar lo que ven y lo que escuchan en el mercado o en los bajos fondos. La retórica de la investigación, en la época del positivismo científico, es explícita en los textos reflexivos del realismo y del naturalismo. Las grandes novelas sobre la realidad van a seguir métodos de composición parecidos a los de la investigación periodística. Lo real es un laboratorio tanto para la literatura de ficción como para el periodismo. Desde finales del siglo XIX, en ningún ámbito de representación encontramos certezas incuestionables sobre qué es la realidad ni sobre cómo hay que representarla. Se podría decir que en cada poética se definen las claves de esa representación. Tanto James Joyce como Pablo Picasso o Paul Celan fueron realistas a su manera. En periodismo, el caso extremo es Die Fackel, un diario o revista que, después de una década publicando a algunos de los mejores intelectuales alemanes, se dedicó a partir de 1911 a dar a conocer exclusivamente los textos de su director e ideólogo, Karl Kraus. La publicación entera se convirtió en su poética satírica y realista.
Pese a su formulación europea, el periodismo moderno tuvo siempre vocación americana. La cooperativa sin ánimo de lucro Associated Press se fundó en 1846, pero no fue hasta finales de siglo cuando Melville Stone vinculó la agencia con los ideales de imparcialidad y de integridad que, en la práctica, supusieron la defensea del concepto de objetividad (sólo la ausencia de una voz subjetiva aseguraba que la noticia fuera comprendida por un lector de cualquier punto de los Estados Unidos). Para entonces. Charles Danah, el director de The Sun, y Joseph Pulitzer, fundaron The World, sentaron desde sus redacciones respectivas las bases de un periodismo de investigación con conciencia de autoría y con voluntad de seducción. Las crónicas de Nellie Bly, que después se reunirían en Diez días en un manicomio o en La vuelta al mundo en 72 días, son escritas en ese nuevo panorama. También Darío, Martí o Manuel Gutiérrez Nájera participan de esa nueva forma de narrar la realidad. La misma que años después, adaptada a cada contexto particular y según las convicciones éticas y estéticas de cada cual, practicarán Corpus Varga, George Orwell, Joseph Roth, Ernest Hemingway o Josep Pla: las ciudades, los países, los viajes, el pasado, las guerras pueden ser narrados mediante el retrato de lo mínimo, de lo cotidiano, con un estilo literario absolutamente personal. Se puede ser, a un mismo tiempo, extremadamente literario y extremadamente popular.
La poética propia -las herramientas con las que uno plasma su mirada- tiene que esforzarse por mantener a raya la tentación ficcional. La mayoría de los grandes cronistas son también grandes novelistas. Todas las novelas son -de un modo u otro- autobiográficas y están basadas en hechos reales. Lo natural es el trasvase entre vasos comunicantes. Por poner un ejemplo entre mil, el realismo mágico se entromete en una de las crónicas que firmó García Márquez sobre Fidel Castro. Sus llegadas son "improbables como la lluvia"; posee una "visión totalizadora"; "el mismo poder estaba sometido a los azares de su errancia"; su coche era un Oldsmobile "prehistórico"; el embargo estadounidense es una "tormenta incesante"; un viaje en avión se convierte en una "circunstancia extrema"; sus cóleras eran "homéricas"; y merendaba "dieciocho bolas de helado". La hipérbole, por supuesto, tiene tanto que ver con lo real-maravilloso como con la admiración que despierta el mandatario en su cronista. Ese problema no se inscribe sólo en la discusión entre Ficción y No Ficción, sino también en el debate sobre la objetividad, el compromiso político y, más lejos en el tiempo, el de la relación del Intelectual con el Poder. Es cuento viejo, pero no por eso hay que ignorarlo, sino tofo lo contrario: hay que volverlo a pensar, una vez más. Insistir, todavía. Por ejemplo, contraponiendo el texto de García Márquez con "Cenando con Nietzsche y Fidel el 12 de enero de 2000", de Edgardo Rodríguez Juliá, escrito varias décadas más tarde: "De pronto apareció Fidel. Francamente, lo encontré menos alto de lo que pensaba y un poco encorvado; es el tío que uno dejó de ver por mucho tiempo." Como escribió Tomás Eloy Martínez: "De todas las vocaciones del hombre, el periodismo es aquella en la que hay menos lugar para las verdades absolutas."
A juzgar por la confusión de las palabras que se vinculan con el documental, el testimonio, la crónica, no estamos ante un género, sino ante un debate. Las palabras nos confunden. En España, un reportaje es una crónica, mientras que en algunos lugares de América Latina es una entrevista. Perfil. Retrato. Semblanza. Estampa. Cuadro de costumbres. Aguafuerte. Las palabras nos hacen un poco más libres, por eso tantos cronistas han inventado las suyas para definir su trabajo: <
La crónica, afirma Monsiváis, es "literatura bajo la prisa". Juan Villoro versiona la definición de su maestro: "es literatura bajo presión". Y añade: es el ornitorrinco de la prosa, porque "de la novela extrae la condición subjetiva, la capacidad de narrar desde el mundo de los personajes y crear una ilusión de vida para situar al lector en el centro de los hechos; del reportaje, los datos onmodificables; del cuento, el sentido dramático en espacio corto y la sugerencia de que la realidad ocurre para contar un relato deliberado, con un final que lo justifica; de la entrevista, los diálogos; y del teatro moderno, la forma de montarlos; del teatro grecolatino, la polifonía de testigos, los parlamentos entendidos como debate: la "voz de proscenio", como la llama Wolfe, versión narrativa de la opinión pública cuyo antecedente fue el coro griego; del ensayo, la posibilidad de argumentar y conectar saberes dispersos; de la autobiografía, el tono memorioso y la reelaboración en primera persona". El mejor ejemplo de ese carácter polimorfo de la crónica nos lo brinda el propio Villoro: en "El rey duerme. Crónica hacia Hamlet" (incluida en De eso se trata) encontramos autobiografía (el semestre de 1993 que pasó como profesor en Yale), perfil (de Harold Bloom), dramaturgia (los monólogos del autor de El canon occidental), crítica literaria (la obra de Shakespeare, sus traducciones al español, su rastro en Borges) y transcripciones de los cuadernos de notas que utilizó durante aquellos meses y que perdió después. El texto es brillante y concluye así: "Como el rey Hamlet, el cuaderno durmió una larga siesta. Volvió a mis manos justo cuando encontré el cuaderno de apuntes. Uno había servido a las leyes del oído. El segundo, como el célebre fantasma, reclamaba otras palabras."
Cada crónica es, por tanto, un debate que sólo transcribe datos inmodificables y que reclama otras palabras. Un debate inclusivo con los géneros y las formas textuales de cada momento histórico. Un debate que comienza en la propia palabra "crónica". Un debate largo, habitual, inveterado, que viene de tiempo atrás: crónico.
Título: Antología de crónica latinoamericana actual.
Editor y prologuista: Darío Jaramillo Agudelo, 2012.
Editorial: Alfaguara, 2012. 658 páginas.
Pvp: 21, 50 €.
Me ha llamado mucho la atención el entusiasmo de este otro libro, en él se habla sin pelos en la lengua de otro boom de la literatura latinoamericana, comparable por tanto a aquel que aconteció en la segunda mitad del pasado siglo con la literatura de ficción. Como ya he adelantado esta antología es más extensa y, de hecho, hay cronistas, como Martín Caparrós, Pedro Lemebel, Alberto Salcedo, Juan Villoro y otros que repiten. Además está diferenciada en dos partes: "Los cronistas escriben crónicas." es una. La otra: "Los cronistas escriben sobre la crónica.". Darío Jaramillo Agudelo (Santa Rosa de Osos, 1947), poeta, ensayista y novelista se ha encargado de la edición del volúmen presente, así como de la introducción, de la cual reproduzo un capítulo completo:
La crónica como arte.
Hoy en día, la crónica latinoamericana es un género autónomo, con su propio territorio que tiene tratados de límites -o de ilímites-, por un lado, con la información neutra del periodismo establecido y, por otro lado, con la literatura.
Julio Villanueva Chang se da -y nos da- gusto citando al casi infalible, al siempre agudo Walter Benjain, que acercó señalando nuestra patética, progresiva e irremediable pérdida de meoria: "Nos hemos hecho pobres. Hemos ido entregando una porción tras otra de la herencia de la humanidad, con frecuencia teniendo que dejarla en la casa de empeño por cien veces menos de su valor para que nos adelanten la pequeña moneda de lo actual". Continúa Villanueva Chang: "Una de las mayores pobrezas de la prensa diaria -sumada a su prosa de boletín, a su retórica de eufemismos y a su frecuente conversión en escándalo y publicidad- continúa pareciedno un asunto metafísico: el tiempo. Lo actual es la moneda corriente, pero tener tiempo sigue siendo la gran fortuna".
Tres líneas más abajo dirá:
Las diferencias entre este periodismo subjetivo y el de los periódicos de hoy -impersonal, frío, en apariencia objetivo y omnisciente- son explícitas y han sido expuestas por casi todos los cronistas con un punto de vista en el que son unánimes: el periodismo literario, que, como hemos visto, no es no ni más ni menos objetivo que el seco periodismo omnisciente, que posiblemente transmita mejor el mundo que narra gracias a la inmersión, a la voz personal, a la exactitud y a la dimensión simbólica, el periodismo literario, en tanto que personal, forma parte del arte.
Que forma parte del arte no lo dudan sus más próximos vecinos, los autores de ficción. Dice Juan Villoro: "El siglo veinte volvió específico del oficio del cronista que no es un narrador arrepentido. Aunque ocasionalmente hayan practicado otros géneros. Egon Erwin Kisch, Bruce Chatwin, Álvaro Cunqueiro, Ryszard Kapucinski, Josep Pla y Carlos Monsiváis son heraldos que, como los grandes del jazz, improvisan la eternidad". Y añade: "Algo ha cambiado con tantos trajines. El prejuicio que vea al escritor como artista y al perioditsa como artesano resulta obsoleto. Una crónica lograda es literatura bajo presión".
Tomás Eloy Martínez dice lo mismo con una paradoja: "Antes, los periodistas de alma soñaban con escribir aunque sólo fuera una novela en la vida; ahora, los novelistas de alma sueñan con escribir un reportaje o una crónica tan inolvidables como una bella novela". Leila Guerriero lo dice así: "No creo en crónicas que no tengan fe en lo que son: una forma de arte".
Que sea un arte tan vivo y en plena expansión conjeturo que se debe a dos factores: el primero es el respeto por el lector y el segundo es el papel de lo insólito, mejor, del asombro como ingrediente central de la crónica latinoamericana actual.
En cuanto al respeto por el lector, éste se manifiesta con el horror a ser aburridos que tienen estos escritores. Benditos sean. Ese pánico de ser aburridos permite armar un menú antológico de apasionante lectura, variada y cruel, voraz y veraz, entretenida y entrometida. "La magia de una buena crónica consiste en conseguir que un lector se interese en una cuestión que, en principio, no le interesa lo más mínimo", ha dicho Martín Caparrós y su enunciado me ha sido muy útil como criterio rector para escoger las crónicas de esta antología de la nueva crónica en español de nuestro continente.
La prevención contra el aburrimiento viene de todos lados (¿y cuál mayor respeto por el lector que evitarle el bostezo?) Kramer es tajante:
A los lectores que se involucran en un texto les suele importar el camino por el cual una situación llegó a un punto determinado, y qué les va a suceder a los personajes más adelante. Los buenos periodistas literarios nunca se olvidan de ser entretenidos. Mientras más serias sean las intenciones del escritor, y más franco y crucial sea el mensaje o el análisis que hay detrás de la historia, es más importante mantener cautivos a los lectores. El estilo y la estructura entretejen la historia y la idea de forma atractiva.
Al enunciar las reglas de oro de la crónica, Alberto Salcedo Ramos dice:
La regla de oro número uno es por cortesía de Woody Allen: "Todos los estilos son buenos, menos el aburrido". Tú puedes hablar de lo que quieras, desde el Teorema de Pitágoras hasta la caspa del mico que acompaña a Tarzán; puedes escribir sobre lo triste, sobre lo folclórico, sobre lo trágico, sobre el frío, sobre el calor, sobre la levadura del pan francés o sobre la máquina de afeitar de Einstein. El lector te permite lo que sea, incluso que le mientes la madre, pero no que lo aburras. A mi me parece que un buen prosista es, en esencia, un seductor, una persona que te atrapa irremediablemente con lo que escribe.
Leila Guerriero señala que el aburrimiento es el peor de los pecados: "En todo caso, una cosa sí sé, y es que la universidad no salva a ningún periodista del peor de los pecados: cometer textos aburridos, monótonos, sin climas ni matices, limitarse a ser un periodista preciso y serio, alquien que encuentra respuestas perfectas a todos los porqués, y que jamás se permite la gloriosa lujuria de la duda".
El remedio contra el aburrimiento que la crónica latinoamericana ha aplicado, con éxito, es la búsqueda de lo inesperado, de lo excepcional, de lo sorprendente. Para Salcedo Ramos, "el reto que tenemos no es inventar lo sorprendente sino descubrirlo. Mi nirvana no empieza donde hay una noticia sino donde avisto una historia que me conmueve o asombra".
Lo dicho por Salcedo Ramos tiene un significado trascendental. Un cambio de esencias. Se ha transformado el arquetipo. El arquetipo ya no es la noticia sino lo asombroso.
Ya no es la noticia sino lo asombroso. No son frases. Ni es sólo una frase la de Tite Curet Alonso, "Tu amor es un periódico de ayer": así como rápidamente se agota la lectura de una revista de noticias (Time, por ejemplo, tres meses después de aparecida es sólo arqueología hecha a fragmentos), por contraste, un ejemplar de El Malpensante de hace cinco años, uno de Etiqueta negra añejo -como su nombre lo indica- o uno de Gatopardo o de Soho de hace tiempos se dejan leer deliciosamente de pasta a pasta, de rabo a cabo, de pe a pa. Me consta.
Martín Caparrós indentifica con una palabra la base de este fenómeno afortunado: "Así se escribieron América los primeros: narraciones que partían de lo que esperaban encontrar y chocaban con lo que se encontraban. Lo mismo que nos sucede cada vez que vamos a un lugar, a una historia, a tratar de contarlos. Ese choque, esa extrañeza, sigue siendo la base de una crónica".
En suma, la crónica como obra de arte es alérgica al aburrimiento, es fruto de la inmersión en el mundo de cronistas con una voluntad de estilo, es una artesanía de la palabra, posee un sentido de la eficacia de las técnicas, de los ritmos, del orden que se le confiere a los hechos. En ella hay una voluntad de estilo.
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