domingo, 26 de agosto de 2012

En busca del hogar.

Juan Martín Salamanca, 2011.
Éride Ediciones, 2011.

306 páginas. 
20 €.

Hacía tiempo que no me aventuraba a leer una novela histórica, de acción, y lo he hecho ahora con esta primera de Juan Martín Salamanca (Valladolid, 1988), que me ha tenido de lo más entretenido durante el poco tiempo que me ha durado. Es, como otras del género, historia ligera: superficial en el retrato de los personajes y apretada de sucesos extraordinarios que acontecen en sus trescientas y pico páginas. Bueno, supongo que una cosa va con la otra, pues se me antoja difícil que el autor pueda recrearse en mostrarnos cómo piensa o siente la persona que protagoniza los hechos cuando esta apenas se toma un respiro durante algunos párrafos. Desde luego que sobre esto mucho tendrían que decir Cervantes -uno de los primeros en dar el paso de las novelas de aventuras a las psicológicas, precisamente parodiando aquellas-, Pérez Galdós o el anónimo -últimamente y según quién reconocido como Alfonso Valdés- autor del Lazarillo, entre otros. Pero sí: libro trepidante, en el que la acción no da tregua, este que cuenta las aventuras del marinero Marcial de San Pablo, desde que participara aún siendo un muchacho en la batalla de Lepanto hasta sus últimos días de retiro de su vida de pirata.

Pero es que este libro es también  un viaje por el mundo que sobre todo españoles, ingleses y portugueses exploraron y explotaron durante los decenios inmediatamente posteriores a la conquista de las Indias, cuando, ya saben, en el Imperio no se ponía el sol y ello no era aún considerado suficiente, cuando las luchas con El Turco o los ingleses por la imposición del catolicismo como Religión Verdadera fueron causa de victorias épicas y desastrosas derrotas como la de la Armada Invencible, de la que, por supuesto, participa Marcial de San Pablo. Seguir la navegación de este por los mares del mapa mundi con un atlas de apoyo -pues Martín Salamanca hace una descripción geográfica exhaustiva- ha sido un divertimento particularmente entretenido que recomiendo a todo lector de este libro.

La novela es además una interesante recreación de la manera en que naves -calaberas, galeras, galeones, fragatas, pinazas...-   afrontaban sus viajes y daban la cara en las batallas que tantas veces terminaban con el hundimiento de la propia nave (puede verse en ese sentido la sensacional descripción del hundimiento del Malvasía (1)) , de cómo la tripulación manejaba los aparejos para sacar el máximo rendimiento a las cualidades de su barco bajo el mando del capitán, o los sufrimientos de la propia tripulación en las largas temporadas que pasaban en altamar, cuando la supervivencia era partida que había que ganar.

El libro comienza con una breve introducción que pone al lector en situación, avisando que a continuación se narrarán las aventuras de uno los más temibles piratas que en el siglo XVI  asolara el Caribe y que fuera también temido en el resto del mundo: el capitán Turk, cuyo nombre de pila fue Marcial de San Pablo, de origen malagueño.

Marcial de San Pablo fue el menor de los hijos de un reputado fabricante de barcos comerciales, cuya condición de hermano pequeño le llevó a quedarse fuera del negocio familiar. Dado su conocimiento de las embarcaciones decidió enrolarse como soldado marino del Rey y así es como participó en la batalla de Lepanto, en la que fue hecho preso del Imperio Otomano, vendido como esclavo a un pachá turco al que sirve hasta convertirse a la religión mahometana. Ahí comienza la aventura que será la primera parte de su vida, pero que seguirá tras su conversión con la asunción de órdenes de distintas banderas según el momento de su vida en que se encuentre (Imperio Español, Imperio Otomano,  Imperio Inglés...) cuyas naciones no puede sentir como propias en ningún caso, dada la hostilidad con la que es tratado en todas ellas. De hecho, a menudo ha de luchar contra su patria original. Precisamente la oportunidad de ver aquella España desde la óptica de otros países es uno de los mayores atractivos que para mi tiene la novela, ópticas o perspectivas que, en cualquier caso, pertenecen siempre al protagonista de la historia. Al final los años de pirata capitanernado La Biznaga serán los más interesantes y auténticos de su vida, y le reportarán grandes aventuras y reconocimiento mundial.

En definitiva, un libro entretenido este primero de Juan Martín Salamanca que supone un buen estreno en el mundo de las letras y que tiene por mejorar el aspecto más literario del mismo. Esto -así dicho- puede ser tomado como una censura total a la obra pero, en realidad, mi intención queda lejos. Ya mientras se va leyendo la historia -y más aún después de terminada- el lector tendrá la sensación de estar leyendo un libro que trata la navegación de la época. Tendrá oportunidad de encontrar entre las páginas muchos personajes reales, como sir Francis Drake, Miguel de Cervantes, Iván IV de Rusia o Felipe II de España, de conocer la sensación que ciudades como Estambul, Georgia, Madrid o Londres provocaban en los viajeros que a ellas llegaban por primera vez, conocerá algo más de las grandes rutas marítimas, de los accidentes geográficos del mundo, de lo que suponía pasar los grandes cabos, como el de Buena Esperanza o el de Hornos(2). La historia de Marcial de San Pablo -a la postre capitán Turk- permite al lector recrearse en todas estas cuestiones que Martín Salamanca viste con sucesos y -sobre todo- diálogos un tanto manidos,  algo que hace que la historia sea menos llevadera que una buena historia, pero que deja un agradable sabor de boca y una sensación de promesa para futuras publicaciones, sobre todo dada su juventud.

En el original----------------------------------------------------------------------------------------

(1)  Marcial trataba de poner de nuevo el barco proa al viento, que había rolado de este a norte. Casi lo había conseguido cuando el timón se engancho con los obenques que flotaban en el agua. Mientras trataba de liberarlo, una descomunal ola embistió a La Malvasía por popa y destrozó la pala del timón, dejándolo completamente inutilizado. 

- ¡Qué Dios nos ayude!- se estremeció el malagueño.- ¡Vamos a la deriva!-.

Sin posibilidad de gobernar el barco, la tripulación trataba de agarrarse a lo que podía para no caer por la borda, mientras que otros trataban de refugiarse en la bodega. Marcial optó por aferrarse a la inservible caña del timón y esperar a que la tempestad amainase cuanto antes.

Era noche cerrada. El barco se movía sin ningún control, despedido por una ola y chocando contra la siguiente, mientras el sufrido casco de madera resistía como podía el empuje de las olas. En uno de estos rociones se oyó un fuerte golpe y el barco se estremeció como si hubiera colisionado con algo más duro que el agua. Pasados unos  minutos, uno de los marineros que se habían refugiado en la bodega se asomó por la escotilla.

- ¡Tenemos una vía en la aleta de babor! -gritó.

Inmediatamente, todos los marineros que se encontraban en cubierta descendieron a la bodega para tratar de ayudar a sellar la fisura en el casco, que podía provocar el hundimiento del barco. Al parecer, algún objeto flotante, o tal vez un arrecife, había desgarrado la piel del buque; y ahora era precisa una delicada operación de cirugía naútica entre los bultos de contrabando que atestaban la bodega, unido al mareante movimiento de La Maslvasía.

Mientras el carpintero y el calafate trataban de solucionar el problema utilizando como peones de obra a todos los demás tripulantes, el nivel del agua bajo la cubierta iba creciendo, y ya le llegaba a Marcial por las rodillas. Un nuevo arreón del mar derribó a un buen número de hombres, entre ellos el malagueño, quien vio cómo, al ponerse en pie, el agua le alcanzaba la cintura.

- ¡No hay nada que hacer! - Zanjó Fabián, el carpintero. - ¡Nos vamos a pique!-.
- ¡Abandonad el barco! - Ordenó el capitán con un triste gesto de resignación que trataba de dominar, consciente de su responsabilidad para con sus hombres. - ¡Vamos, muchachos, abandonad La Malvasía antes de que nos ahoguemos todos en esta bodega!

(2) Previamente a la aventura bonaerense La Biznaga tuvo que doblar el cabo de Hornos, el más complicado paso marino. Como le había explicado el difunto Old Will, antes de cruzar El Cuerno, y no después, había que perforarse de nuevo la oreja para colocarse un arete de oro. Debía ser de oro y debía colocarse antes de cruzar Hornos para que, en caso de que naufragaran y sus cadáveres aparecieran en alguna playa sudamericana pudiera emplearse aquella joya para sufragar un entierro digno. Todos cumplieron con ese ritual antes de dejar Panamá, y se colocaron el aro en la misma oreja izquierda en la que estaba el correspondiente al cabo de Buena Esperanza. Todos salvo Conchita, que quiso colocárselo en la derecha para tener un pendiente en cada oreja; coquetería femenina.

La travesía del Cabo de Hornos resultó ser el mayor reto marinero al que Marcial y su tripulación se habían enfrentado. Con vientos fortísimos y olas gigantescas el cambio del océano Pacífico al Atlántico contaba además con el peligro añadido de los hielos flotantes, procedentes de las misteriosas tierras australes y que aparen en el mar de Hoces todos los veranos; veranos que coinciden con el invierno del hemisferio septentrional.

A pesar de todos los contratiempos, los valientes marineros de La Biznaga consiguieron hacer frente al oleaje y evitaron chocar con ningún hielo, algo que podría haber partido los maderos del casco y haber condenado a la pinaza a su hundimiento en aquellas gélidas aguas del sur.

2 comentarios:

  1. Bueno, en realidad, y teniendo en cuenta que este pirata dio la vuelta al mundo -a lo Drake pero sin predeterminación- habría que decir que la búsqueda del hogar era para este Marcial de San Pablo una referencia un tanto difusa, apenas mera excusa para seguir navegando.

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