lunes, 25 de febrero de 2013

El azar de la mujer rubia.


Nº 53 

Manuel Vicent (Villavieja, 1936) es uno de esos autores clásicos contemporáneos que no hacen demasiado ruido, por no decir que no hacen ruido alguno, pero que todo el mundo sabe que están. Por mi parte no tengo mucho que decir salvo que no tengo mal recuerdo ni de SON DE MAR (1999) ni de la que en su día me pareció tan extraña CUERPOS SUCESIVOS (2003), además de que desde hace mucho tengo pendiente BALADA DE CAÍN (1987) y desde hace poco AGUIRRE, EL MAGNÍFICO (2011), novela que se me antojó ya en su día y  que este año no voy a perdonar. Que ahora Vicent vuelva con novela nueva del mismo corte de aquella (historia reciente española ficcionada) me sirve como recordatorio y material para el blog. Fíjense en cómo empieza y díganme si no dan ganas de leer más:



Manuel Vicent, 2013.
Alfaguara, 2013.

256 páginas.
Pvp, 18, 50 €.

El 17 de julio del año 1936, a las cinco de la tarde, que en España es la hora de matar reses bravas, se levantaron los militares en África para derribar a la II República y reponer a la Monarquía. El fracaso del alzamiento dio origen a la guerra civil. Alfonso XIII, desde su exilio en el Gran Hotel de Roma, contribuyó con un millón de pesetas para la causa. Su hijo, el joven don Juan de Borbón, se ofreció voluntario para pelear contra otros españoles en el bando nacional, un deseo que no pudo cumplir por la expresa negativa de Franco. "Ese aquí no hará más que enredar". Franco jugó con una baraja que acabaría con todas las cartas manchadas de sangre. Cuando se inició aquella gran corrida, Adolfo Suárez tenía cuatro años. Don Juan Carlos estaba a punto  de llegar a este mundo. La mujer rubia lo haría poco después. Con estos tres personajes, con un príncipe que partía ladrillos con la mano, con un simpático político de billar y con una mujer rubia malherida, la historia formó un triángulo, dentro del cual echó los dedos el azar, principio y final de este relato.

Setenta y dos años después, el 17 de julio de 2008, a la misma hora, cinco de la tarde, que en España también es la hora de la siesta de baba con una mosca vibrando en el cristal, el rey don Juan Carlos visitó a Adolfo Suárez en su casa de la colonia de La Florida, en las afueras de Madrid, para entregarle el Collar de la Insigne Orden del Toisón de Oro, la condecoración de más alto rango, sin duda muy merecida por los servicios que este hombre había prestado a la Corona. De aquella visita queda un testimonio gráfico, en cierto modo patético. El hijo de Suárez sacó una foto familiar de ambos personajes de espaldas, mientras paseaban por el jardín de la mansión. En la imagen se ve al monarca en actitud afectuosa con el brazo sobre el hombro del político, el primer presidente del Gobierno de la democracia. Parecía uno de esos pasos que se dan después del orujo al final de una larga sobremesa. "Vamos a estirar un poco las piernas", se dice en estos casos, aunque en realidad el rey estaba guiando a Adolfo Suárez de forma amigable, pero inexorablemente, hacia la niebla de un bosque lleno de espectros del pasado bajo una claridad cenital, que se extendía sobre las copas de los pinos y las ramas de los abetos.

1 comentario:

  1. Hace poco me lo han recomendado en la biblioteca.
    Me dijeron que era un buen libro. Lo tengo anotado.
    Saludos

    ResponderEliminar

Comentarios.