Nº 60
Alfredo Grimaldos, 2013.
194 páginas.
12, 90 €.
Introducción.
"El franquismo no es una dictadura que finalliza con el dictador, sino una estructura de poder específica que integra a la nueva monarquía", escribe José Acosta Sánchez en su libro Crisis del franquismo y crisis del imperialismo. Y, efectivamente, durante la Transición nunca se llega a producir una auténtica ruptura democrática, un corte histórico significativo respecto del régimen del Caudillo. En ningún momento se aborda la depuración del aparato de Estado. Políticos que desarrollaron una carrera muy notoria durante la dictadura son los encargados de dirigir el cambio. Y en ese proceso de adaptación de las estructuras franquistas a los nuevos tiempos, policías, jueces y militares continúan siendo los mismos.
Los mandos del ejército que ejercieron de oficiales con Franco incorporan nuevas estrellas a sus bocamangas al amparo de la Monarquía, los implacables jueces del Tribunal de Orden Público prosiguen su ascenso en los nuevos tribunales de excepción que surgen, y los torturadores de la antigua Brigada Político-Social mantienen sus trincheras en los sótanos de la Dirección General de Seguridad. El habitual "aprobado por aclamación" de las Cortes franquistas se sustituye por el sacrosanto "consenso" y el silencio oficial sigue apoderándose de muchos asuntos esenciales de la vida política.
Series hagiográficas de televisión, numerosos libros e infinidad de suplementos impresos se encargan de mitificar la mentira y tergiversar los hechos históricos, otorgando un protagonismo estelar, en el papel de incuestionables padres de la democracia, a turbios personajes cuyas elocuentes biografías también quedan convenientemente maquilladas. Pero los verdaderos protagonistas de la Transición no son los políticos profesionales, sino los detenidos y torturados, los miles de encarcelados y, sobre todo, los luchadores muertos.
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