viernes, 21 de junio de 2013

Cuadernos de Rusia

Nº 61

Prólogo (de Jordi Gracia)

Con Ridruejo han cambiado mucho las cosas en los últimos años, pero lo que sigue sin cambiar es la complejidad de su figura, los equívocos entre su dimensión más pública y su actividad privada, la distancia entre la primera etapa de su biografía y la segunda, y hasta la dificultad para identificar con nitidez aquello que ha de situarlo sin vacilaciones en la historia intelectual y política española del siglo XX. Más de dos y de tres novelistas han recreado su peripecia fascista; han proliferado los estudios, las publicaciones de materiales olvidados, de cartas privadas y documentos públicos, las reediciones de algunas de sus obras más relevantes, desde la guía personalísima de Castilla la Vieja hasta su espléndido libro Casi unas memorias, su luminoso y perspicaz Escrito en España o los documentos de compromiso democrático desde Múnich en un libro que Jordi Amat tituló Ecos de Múnich.

Parece claro que hemos ido prefiriendo entre todos la obra en prosa del escritor antes que el fetiche literario de la posguerra. Para el presente ha dejado de ser únicamente el poeta del fascismo para empezar a ser un puñado de cosas absolutamente inesperadas, al menos a la vista de lo que entonces era aquel muchacho fibroso, brioso y fundamentalmente temible de los años treinta y cuarenta. Tanto Javier Pradera como Jorge Semprún, ambos amigos personales de Ridruejo desde mediados de los años cincuenta, hubieron de aumentar paradójicamente su admiración por el personaje al descubrir, ya en la actualidad, el articulismo político del Ridruejo juvenil y rematadamente fascista. Una cosa era hacerse socialdemócrata y liberal, tolerante y racionalista desde un pasado fascista, y otra llevar encima el pasado hiperfascista y fanatizado de Ridruejo. Comprender, reprobar y derrotar aquella larga temporada en el infierno era todavía más difícil, y esa dificultad hacía de él una figura un poco más insólita: ya no por heroicidad ética sino por la estricta complejidad intelectual y personal de la operación.

Pero pese a la sorpresa, tampoco eso era nuevo en el escritor. La tentativa de una prosa de brevedades y alusiones, de escenas naturales y descripciones quietistas, entre Azorín y Josep Pla, había sido una práctica muy antigua del escritor, y había sido una práctica forzada por la censura. La atenuación del veto a sus escritos en prensa empezó hacia 1945 a condición de que sus temas fuesen literarios, poéticos, abstractos, es decir, no políticos. Y encadenó entonces la serie de artículos publicados en Barcelona que acabaría revisando y reuniendo en un libro de 1960, Dentro del tiempo (que a su vez reeditaría en 1974 con su título original, Diario de una tregua). Esos artículos van firmados muchos de ellos en 1945 y 1946, cuando Ridruejo reside en un flexible destierro en tierras catalanas, en Llavaneras o en Sant Cugat, y es también ahí donde redacta, revisa o comlpleta muchas páginas y notas que ha ido tomando a lo largo de su expedición rusa con la División Azul. Un atento lector de Ridruejo, el poeta y traductor Sam Abrams, nos recordaba hace unod días la publicación de algunas de esas páginas (excluidas de los Cuadernos de Rusia) en un libro que compuso Manuel Penella en 1993, Memorias de una imaginación (los encontrará el lector en los Apéndices).

Y es que tenemos la seguridad de que estos Cuadernos publicados de forma póstuma fueron redactándose y reescribiéndose desde el destierro a Ronda en octubre de 1942, a su vuelta de la División Azul y tras la carta de julio de 1942 a Franco denunciando la irrespirable insuficiencia (insuficiencia fascista) del nuevo régimen y su sumisión a las oligarquías tradicionales, y a la Iglesia como jefatura intelectual y moral de la nación. Pero no tenemos muchas más certidumbres con respecto a la fábrica de ese libro, excepto la posibilidad de confrontar el texto actual con las extensas y detalladas cartas que mandó a los amigos desde Rusia, pero sobre todo a Marichu de la Mora. El resultado de ese cotejo revela una altísima semejanza de tono, escritura, enfoque y hasta fisonomía ideológica; no es posible afirmarlo categóricamente, pero esa comparación tiende a acercar el texto actual a las fechas de redacción de las cartas mismas desde la División Azul y, por tanto, a la etapa de convalecencia política e ideológica que vive Ridruejo a su regreso de Rusia.

La meticulosa reconstrucción que Xosé M. Núñez Seixas ofrece en el estudio introductorio es casi la condición misma para apreciar con libertad y sin escrúpulos la calidad literaria del texto. Y añado que literaria no qu9iere decir formal o retórica sino integral: estas notas de viaje y asueto, de meditación o de tiento lírico, este cuaderno de vida agitada y remansada destila una viveza de observación y una voluntad de atrapar la realidad de la experiencia que sirven como auténtico hilo rojo del libro. La tentación más frecuente ha sido leer estos cuadernos como testimonio y radiografía de un fascista con voluntad documental:  averiguar lo que pensaba, hasta dónde se conmueve ante las hileras de presos y judíos, hasta dónde deplora el bolchevismoo el comunismo y hasta dónde se alinea el autor con el nazismo como esperanza redentora la Europa contemporánea (que es lo que cree este Ridruejo).

Es una lectura necesaria pero no es una lectura suficiente porque neutraliza otra forma de lectura que hoy es ya de estricta probidad intelectual. Las sorpresas de la lectura política van a ser muy escasas frente a la riqueza de una lectura integral del texto como operación literaria frustrada, abandonada o aplazada para tiempos mejores que ya no iba a vivir. Y ése es el mejor regalo de una edición tan escrupulosamente anotada y prologada como la que ofrece Núñez Seixas: autorizarnos a leer entero al Ridruejo divisionario y fascista y a apreciar por tanto la tensión interna de la prosa, la riqueza descriptiva, los matices estilísticos del paisajista de sensaciones, las analogías con paisajes castellanos o la voluntaria empatía emocional con quienes soportan a la fuerza el paso y la convivencia de las tropas en sus casas y aldeas.

La vida cotidiana en la isba, los retratos humanos de compañeros de armas, la veracidad de algunos diagnósticos políticos, la recreación de la trinchera y la segregación emocional de la batalla, la debilidad de sentirse heroico y la certeza de estar siempre por debajo del héroe entregan los ángulos de un retrato de la vida aventurera que a menudo resulta novelesca en su capacidad de engendrar vida vivida en las guardias nocturnas, en las pequeñas costumbres o en las nimiedades de la vida soldadesca. Ese niño que lee el nombre de la mujer fotografiada en el calendario, con correcta pronunciación castellana (Dolores Ibárruri), esa envidia invencible ante la formalidad impecable de los soldados alemanes, esa intolerancia a la promiscuidad cuartelera o esa visita espectral a una ciudad que nunca volverá a visitar valen como lentes de aumento al laberinto interior de un hombre teóricamente al borde biológico y biográfico de la madurez, de la estabilidad, de la definición profesional y vital. A Ortega le gustaba pensar que los treinta años señalaban la mitad del camino de la vida, y es ahí donde está Ridruejo cuando viaja al frente ruso, con veintinueve años que "recibo en un ambiente interior de nueva y para mí no esperada serenidad y madurez".

Que lo sentía así, me parece seguro. Que se equivocaba, también. Pero eso no lo sabía entonces ni él ni nadie. Por eso la lectura de este fresco literario de una empresa equivocada ofrece hoy la oportunidad de mancharse con el barro, la nieve pisoteada, la suciedad de la guerra, el drama de los muertos y el dolor de la consunción y al mismo tiempo asistir a la despedida definitiva de una prolongada juventud.

Dionisio Ridruejo, 1941-1942.
Editorial Fórcola.
450 páginas. 
24, 50 €.

Julio 1941.

Para desear esta intervención -y también la personal- en esta guerra, ¿cuántas razones de desilusión que no quiere rendirse a su evidencia -de desesperación que no quiere esperanza- puramente personales, aunque no solamente "privadas", se me juntan a las otras razones oficiales, claras y objetivas? Diría -aunque parezca exceso- que España se nos ha hecho más agria y triste que nunca. Casi todas mis ilusiones -nuestras ilusiones- políticas, sociales, estéticas naufragan en una mediocridad perezosa y envanecida que, por lo mismo que asimila lo que debería ser y no es, cierra el paso a toda esperanza normal.

Intervenir ahora será cuando menos romper esta costra nacida de una victoria demasiado confusa. Acaso este esfuerzo pueda tener una reversión "civil", hacia nuestra interioridad política y social que otra vez....

También en lo personal íntimo rompo así con una crisis de inadaptación o de desencanto. Que no es tristeza sino viva exasperación contra casi todas las realidades en las que vivo. Decepción. Insuficiencia de mi tarea política (que nada puede); poquedad de mi obra literaria, adulada por otros pero nada satisfactoria para mí; atasco de otras muchas direcciones de mi vida...

No será necesario que recite en este diario las otras razones -las generales y públicas- por las que he deseado y en parte promovido este hecho en la División Azul. Bastará anotar que no lo entiendo como "hazaña anticomunista" (vindicativa o simbólica) sino sobre todo como intervención mínima y posible de España en la guerra (en toda la guerra). Por solidaridad para con un esfuerzo o con un dolor del mundo (de unos y de otros). Por adhesión a una esperanza de mejor orden universal. Por conveniencia de estar presentes con algún título en la hora decisiva, porque ya no hay destino particular de nación alguna que quede fuera de tal decisión.

La víspera de la declaración de guerra de Alemania a Rusia, nos reunimos a comer en el Ritz Ramón Serrano Suñer, Manuel Mora Figueroa- ¿acaso otra persona más?- y yo. Serrano expresó del modo más concreto su decisión de formar un cuerpo expedicionario de voluntarios para pelear contra Rusia en el mismo momento en que la guerra -que él estimaba próxima en el plazo de pocas semanas- estallase. No sin puntualizar algunos matices (en previsión de evitar un enunciado anticomunista demasiado simple), Mora y yo asentimos plenamente, y a lo largo de la comida se estudiaron los detalles concretos del proyecto. Mora y yo manifestamos nuestra decisión de ser -desde aquel momento- alistados como voluntarios. A las cuatro de la mañana -no lo esperábamos tan pronto- me llamaron por teléfono del periódico Arriba para decirme que las tropas alemanas habían tomado la ofensiva. Heme pues voluntario efectivo.

Hoy, a las siete de la mañana, he acudido a la explanada de la Ciudad Universitaria con algo como un par de miles de falangistas más. Camisas azules con los brazos remangados. Lo que pudiéramos llamar ambiente de 18 de julio. Pésima organización. Se trataba de hacer los primeros encuadramientos. De los cuatro mil y pico alistados en Madrid, casi dos millares deberán ser rechazados so pena de que la División sea amplia como un Cuerpo de Ejército. En el transcurso -un tanto fatigoso- de la mañana ha habido de todo: entusiasmo y mal humor, bromas e improperios.


2 comentarios:

  1. Dionisio Ridruejo, un personaje fascinante, controvertido y poliédrico. Prueba de ello su trayectoria: de participar con sus versos en el himno franquista “Cara al Sol” a exiliado por sus divergencias políticas. La pena que su obra, de primerísima categoría, quedara sepultada por su vida. Personaje incómodo para el régimen, de iniciales amistades fascistas a juntarse con lo más prominente de la izquierda cultural. Exiliado en su propio país. Hace años, antes de que se pusiera de moda, escribí un relato sobre él: “Campanadas a medianoche” incluido en “La República Independiente de San Nadie”. Visité su pueblo natal, el Burgo de Osma, y casi nadie quiso decirme nada sobre él –apenas que su familia fundó la extinta Banca Ridruejo-. Dentro de poco cuando se pase la fiebre de su centenario (nació en 1912) pasará a formar parte de la lista del olvido, tal vez por ser un paradigma de lo que representó la España del siglo XX.

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  2. Hola, José Carlos. Pues sí, personaje poliédrico por lo que voy pudiendo comprobar. Espero poder leer estos diaros no tardando mucho y, de paso, releeré tu relato, del que recuerdo haber hablado contigo, así como de tus entrevistas frustradas. La búsqueda de Ridruejo a la manera en la que lo hiciste y el retrato posterior en el relato tienen algo de bolañesco.
    Un abrazo.

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