martes, 16 de julio de 2013

La dama boba.

Lope de Vega, 1613.

Olmedo Clásico 2012.
Jueves, 25 de julio.
22:30 h.
Corrala del Palacio.
Compañía A priori / Micomicón. 

Finea se llama la dama. Es boba porque no sabe, porque no estudia: es feliz en su ignorancia. Todo lo contrario que su hermana, Nise. Esta lee a Garcilaso, a Quevedo, a Cervantes, lee incluso a Lope de Vega. Su padre Otavio ya no sabe qué hacer con ella, pues una mujer joven que dedica tanto tiempo a la lectura y a las tertulias literarias no puede ser una esposa útil a ningún hombre: cómo podrá casarla. Pues, ea, pretendientes no le faltan, y Laurencio lleva por nombre el principal, siempre escudado por los otros frustrados amantes: Duardo y Fenise, pretendientes todos en realidad, aunque Laurencio parezca llevar ventaja, hacia ninguna meta por el caso que Nise les hace a todos ellos.

Lo de la boba es distinto: ella espera ya a su pretendiente para que se pase a las formalidades: Lineo está de camino a Illescas, ciudad donde se desarrolla la acción, donde se desarrolla la acción en algunas comedias más de la época.  Es de camino a la ciudad donde Lineo -acompañado de su lacayo Turín- topa con Leandro, caballero conocedor de la casa de Otavio, padre de las damas, y este -casualidades de la vida- le revela que Finea es boba, que tiene menos seso que una estrella del fútbol -más o menos- y que no merece la pena ni por todo el oro del mundo. Y esa es la cuestión, que Finea basa la mayor parte de su atractivo en la herencia que recibió en exclusiva de un tío suyo.

El enredo se produce cuando las hermanas dejan de ser pretendidas por sus respectivos y pasa cada uno de ellos a pretender a su hermana, de manera confusa e inconfesa al principio, como ovillo que sigue las directrices del nuevo arte de hacer comedias, tan nuevo que aún rige las más divertidas producciones hollywoodienses del siglo veintiuno.


El introductor, Diego Marín, nos insiste en la importancia del amor -en su concepción platónica de idea o paradigma-  como causa de conocimiento, de manera que el progreso intelectual que vive la indiscreta Finea queda justificado filosóficamente por un lado y por otro enreda aún más la trama camino del desenlace.

Comedia divertidísima, a modo de las de capa y espada (tres mil doscientos versos como soles), en la que Lope saca a la luz su fina verborrea dramática y que personalmente me ha servido también -lo digo con la ilusión del bobo que despierta a la vida- para empezar a atender de manera explícita a la versificación de los textos clásicos, así que ahora me divierto también leyendo redondillas, décimas, romances o sonetos, por poner las formas más utilizadas por Lope. Dejo un par de pasajes, a partir del verso 271: redondillas son.

Escena VI
NISE Y CELIA, criada.

Nise.          ¿Diote  el libro?
Celia.                                     Y tal, que obliga
                   a no abrille ni tocalle.
Nise.          Pues, ¿por qué?
Celia.                                     Por no ensucialle, 
                   si quieres que te lo diga.
                   En cándido pergamino
                   vienen muchas flores de oro.
Nise.          Bien lo merece Heliodoro, 
                   griego poeta divino.
Celia.         ¿Poeta? Pues parecióme
                   prosa.
Nise.                      También hay poesía
                   en prosa.
Celia.                          No lo sabía.
                   Mire al principio y cansóme.
Nise.          Es que no se da a entender, 
                   con el artificio griego, 
                   hasta el quinto libro, y luego
                   todo se viene a saber
                   cuanto precede a los cuatro.
Celia.         En fin, ¿es poeta en prosa?
Nise.          Y de una historia amorosa
                   digna de aplauso y teatro.
                   Hay dos prosas diferentes:
                   poética y historial.
                   La historia, lisa y leal, 
                   cuenta verdades patentes, 
                   con frase y términos claros;
                   la poética es hermosa, 
                   varia, culta, licenciosa, 
                   y escura aun a ingenios raros.
                   Tiene mil exornaciones
                    y retóricas figuras.
Celia.         Pues, ¿de cosas tan escuras
                   juzgan tantos?
Nise.                                      No le pones, 
                   Celia, pequeña objeción;
                   pero así corre el engaño
                   del mundo.

ESCENA V
FINEA, dama, con unas cartillas, y RUFINO, maestro.

Finea.                                 ¡Ni en todo el año
                   saldré con esa lición!
Celia.         (Aparte a Nise.) Tu hermana con su maestro.
Nise.          ¿Conoce las letras ya?
Celia.         En los principios está.
Rufino.      ¡Paciencia y no letras nuestro!
                   ¿Qué es esta?
Finea.                                        Letra será.
Rufino.      ¿Letra?
Finea.                        Pues, ¿es otra cosa?
Rufino.       No, sino el alba. (¡Qué hermosa bestia!)
Finea.         Bien, bien. Sí, ya, ya;
                    el alba debe de ser, 
                    cuando andaba entre las coles.
Rufino.       Esta es  ca. Los españoles
                    no la solemos poner
                    en nuestra lengua jamás.
                    Usanla mucho alemanes
                    y flamencos.
Finea.         ¡Qué galanes
                    va todos estos detrás!
Rufino.        Estas son letras también.
Finea.         ¿Tantas hay?
Rufino.                                 Veintitrés son.
Finea.          Ara... vaya de lición;
                     que yo lo diré muy bien.
Rufino.        ¿Qué es esta?
Finea.                                   ¿Aquesta?... No sé.
Rufino.        ¿Y ésta?
Finea.                          No sé qué responda.
Rufino         ¿Y ésta?
Finea.                          ¿Cuál? ¿Esta redonda?
                     ¡Letra!
Rufino.                      ¡Bien!
Finea.                                    Luego, ¿acerté?
Rufino.         ¡Linda bestia!
Finea.                                     ¡Así, así!
                      Bestia, ¡por Dios!, se llamaba;
                      pero no se me acordaba.
Rufino.         Esta es erre, y ésta es i.
Finea.           Pues, ¿si tú lo traes errado...?
Nise.             (¡Con qué pesadumbre están!)
Rufino.          Di aquí: b, a, n: ban.
Finea.           ¿Dónde van?
Rufino.                                 ¡Gentil cuidado!
Finea.           ¿Que se van, no me decías?
Rufino.          Letras son; ¡míralas bien!
Finea.            Ya miro.
Rufino.                             B, e, n: ben.
Finea.            ¿Adónde?
Rufino.           Adonde en mis días
                       no te vuelva más a ver!


 

                










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