jueves, 27 de febrero de 2014

LAS MUERTAS

Jorge Ibargüengoitia,  1977.

190 páginas.
Pvp, 20 €.

LAS MUERTAS es una novela que se mezcla con la crónica de unos hechos reales y  sórdidos protagonizados alrededor de 1963 por las hermanas González Valenzuela en la ciudad mexicana de Lagos de Moreno. Se trata de las "madrotas" regentes de un local en el que mantuvieron secuestradas a más de veinte de sus prostitutas cuando este fue clausurado por instancias legales. Eso desembocó en algunos sucesos macabros entre los que cabe contabilizar la muerte de varias personas y, en general, el sufrimiento de las víctimas  presas de una situación grotesca e infrahumana.  El hecho llamó la atención de Jorge Ibargüengoitia (Guanajuato, 1928 - Madrid, 1983) que con los recortes de prensa y los más de mil folios del sumario obtuvo toda la información necesaria para concretar esta novela brillante.

Del mexicano supe por primera vez -como otras veces- gracias al blog de David Pérez Vega. No puedo ir a su ritmo de lecturas -ni es la idea- pero me tomo la molestia de apuntar lo que más llama mi atención: hay donde elegir en cuanto a contemporánea americana se refiere. En la presente el comienzo es arrollador: se narra el tiroteo que sufre Simón Corona, un personaje determinante en la trama, por la que fue su amante, Serafina Baladro,  -ya estamos en ficción- y sus tres acompañantes, a los que inicalmente se nos describe como cuadro en el coche que se acerca a su destino: El Escalera, que conduce; Valiente Nicolás, que lee; y el capitán Bedoya, que aunque será uno de los que balee con más ímpetu aún va tranquilo mientras llegan a la panadería en la que trabaja su víctima.

Lo mejor es desde luego la estructura. Me ha recordado a LOS DETECTIVES SALVAJES  de Bolaño -bastante posterior-  por cuanto que los capítulos que lo componen son testimonio de sus protegonistas, aunque no en primera persona sino en boca de un narrador que, sin embargo, no puede argumentar más allá de los propios testimonios que transcribe -y de los que se calla- así que dista de ser omnisciente. Digamos que la obra del chileno tiene puntos en común con la del mexicano. Ibargüengoitia reconstruye los hechos recreándose en el cruce de versiones y, por tanto, en lo que Rafael Chirbes llamaba en el ensayo que reseñé hace sólo unos días, el narrador poco fiable. Creo que ahí está buena parte del gancho de esta obra  y de su brillantez. 

Cabe equiparar su estilo claro al de cronista, sin ornamentos, hasta llegar a un apéndice que, este sí, está compuesto por los testimonios en primera persona de algunos de los personajes principales, algo así como material sobrante del narrador-investigador. En cuanto al grueso de la obra: por su manera de narrar, limpia, ágil y producida desde un  presente que es desembocadura de una trama a modo de tragedia, me ha recordado a CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA, de García Márquez.

Hay un epílogo, uno que nada tiene que ver con la propia obra, y que hace Juan Villoro a propósito del autor y sus principales obras, entre las que cabría destacar algunos textos teatrales que nada o muy poco se representaron. En este epílogo he encontrado una frase que podría situar al lector mejor que le reseña que acaba de leer: "Mordaz e irreverente, Ibargüengoitia considera que los episodios nacionales son obra de pillos que se han salido con la suya".



En el original:

Esa noche, en el comedor, Serafina discutió con el capitán Bedoya lo que había que hacer al día siguiente, cuando desocuparan la casa. Arcángela, parece , no tomó parte en esta conversación.

El capitán Bedoya afirma que, en vista de que todas las casas de las hermanas estaban clausuradas, aconsejó a Serafina despedir a las empleadas y dedicarse a otra actividad.

Dice que Serafina se negó a seguir su consejo por dos razones. La primera es que había un juez presente, que seguramente la hubiera obligado a pagar indemnización a cada una de las despedidas. La segunda es que el licenciado Rendón opinaba que la clausura del México Lindo era injustificada y que no iba a ser definitiva. El licenciado Rendón iba a iniciar un trámite para revocar la orden y le había prometido a Serafina que en dos meses o cuando mucho tres, ella y su hermana iban a poder reabrir su negocio.

Después de eliminar la idea de despedir a las mujeres, Serafina y el capitán discutieron dónde llevarlas mientras volvía a funcionar el México Lindo. Estudiaron varias posibilidades, desde la de llegar con veintiséis mujeres a un hotel, que se desechó por costosa, hasta repartir a las mujeres en varios burdeles de la región, que Serafina rechazó, por el peligro que había de que los leones hospitalarios se negaran después a devolver la mercancía. La solución que adoptaron fue ilegal pero sencillísima: salir de un burdel clausurado para entrar en otro burdel clausurado. Decidieron llevar a las mujeres al Casino del Danzón, una casa con todas las comodidades, quince cuartos, en donde podrían pasar dos o tres meses sin que nadie los viera. Los sellos que había en las puertas no había necesidad de romperlos, porque se podía entrar en la casa brincando por la azotea de la de junto, que era de la señora Aurora Benavides, una mujer de buen corazón que no les podía negar un favor a las hermanas Baladro.




2 comentarios:

  1. Hola Peri:

    Me alegro de que te haya gustado este libro, que a mí me pareció impresionante.
    Creo que deberías seguir con Dos crímenes, que te va a encantar; y luego con Estas ruinas que ves, que tienen muchísimo encanto.

    Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, David, ya te contaré. La verdad es que esta novela me ha parecido soberbia. Tengo entendido que en el resto de su obra predomina el humor. A ver, a ver...

      Eliminar

Comentarios.