María Moliner tenía cincuentaiún años cuando comenzó a trabajar en su diccionario, y en alguna de las entrevistas que se pueden leer por ahí dice la aragonesa que, después de todo, ella era joven y fuerte. El librero tiene treinta y cinco tacos y cada vez que le hablo de la Moliner se echa un rato a descansar.
Pero imagínense a la buena señora sentada temprano a la mesa, antes de ir a trabajar al archivo de Hacienda, con su máquina de escribir y sus cuartillas para hacer fichas. Un par de atriles y un sinfín de palabras que tener en cuenta. Leía en los periódicos y en las novelas, buscaba palabras, estaba al tanto. Los últimos años especialmente duros, porque ya dirigía la Biblioteca de la Escuela de Ingenieros Industriales, donde aún hubo de polemizar con profesores y bibliotecarios a cuenta de la accesibilidad de los libros para los alumnos, que ella defendía al cien por cien.Ya he dicho, porque lo dicen otros que saben más que yo, también porque lo decía ella, que sabía más que estos otros, que no se trataba de hacer una norma sino de explicar el uso más y menos habitual que se hacía de las palabras, de encontrar las palabras que útiles para cada uso determinado. En ese sentido la curiosidad es que no incluyera las malsonantes: palabrotas. Y, bueno, no es que la cuestión jodiera el trabajo pero hay que decir que es, claramente, un defecto.
Tenía cincuentaiún años y estuvo diez enredada en su proyecto hasta que lo vio publicado. También por ahí he podido leer: "si no me muriera seguiría siempre, siempre, haciendo adiciones al diccionario". Y es precisamente en ese punto donde se encuentra el principal problema. Y es que, finalmente, la Moliner murió. Lo hizo el veintidós de enero de 1981, aunque desde el setenta y cinco sufría una arterioesclerosis cerebral que la mantenía alejada de todo lo que fue, de ella misma. En 1972 Rafael Lapesa y Pedro Laín Entralgo la habían propuesto para ingresar en la Academia, para ser la primera mujer académica, pero, finalmente, esto no se produjo. Murió su marido, Fenando Ramón, en el setenta y cuatro, al que llevaba dos años cuidando por culpa de su ceguera. La enfermedad le atacaría a ella entonces. La biografía de esta mujer es suficientemente interesante pero hay más.
TESTIMONIO FILIAL es la página que Fernando Ramón Moliner dedica a su madre y, sobre todo, a su memoria, al trabajo honesto y desmesurado, original que, posteriormente, en las siguientes ediciones del diccionario, no ha sido respetado según el propio Moliner. En vida de ella tan sólo salió a la luz la edición del sesenta y seis. A las posteriores, 1998 y 2007, Ramón Moliner las llama apócrifas. Aunque no puedo estar de acuerdo con todo lo que se critica en aquella página entiendo que es interesante consultarla, así como que el motivo principal de su denuncia (también judicial), que apela al irrespetuoso interés mercantilista de sus publicaciones, es de tener en cuenta, sobre todo porque no sería la primera vez que salieran a la luz publicaciones cuyo interés reside casi en exclusiva en los beneficios económicos que proporcionan.
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