martes, 9 de septiembre de 2008

La Celestina III

LAMENTOS QUE HACEN GRACIA


¡Ay, ay, noble mujer! Nuestro gozo en el pozo. Nuestro bien todo es perdido (...) ves allí a la que tú pariste y yo engendré hecha pedazos. [Vigésimo primer acto de la tragicomedia LA CELESTINA]


En fin, que puesto a ridiculizar a cada uno de sus personajes Rojas no perdona ni aquel al que algunos han señalado como voz propia del autor: la de Pleberio, padre de Melibea, que comienza el último de los actos de la obra con la patética queja "Nuestro gozo en un pozo" (y su hija acaba de suicidarse), impropia del lenguaje cortesano y aún más del culto o del literario al que tanto recurren los personajes de la obra y del que suelta inacabable retahíla nuestro Pleberio en lo que de monólogo sigue, triste, sí, pero también estúpido. Un personaje estereotipado a la contra que es paradigma de cuantos gustan de hacer las cosas como no son. Imposible, por tanto, ser voz del autor. Pleberio es un necio y le pasan cosas de necios.


Esto que a nosotros nos parece clarísima parodia de los personajes cortesanos Maite Cabello lo explica como enfrentamiento entre dichos personajes y sus arquetipos. Pero no ha de entenderse como enfrentamiento positivo en el sentido de superación, porque Rojas no se traiciona en ningún momento y mantiene hasta el final esa finalidad prometida que es desaconsejar a sus lectores, decir como no han de hacerse las cosas, en lo que al amor respecta, claro. Así que se trata de un enfrentamiento negativo y que deja muy mal a los personajes de la obra.

A la pregunta que cabría hacerse sobre si la literatura cortesana (véase CÁRCEL DE AMOR) es parodiada para criticarla o, más bien, idealizada como ejemplo a seguir muy en contra de lo que sucede en la obra que se nos presenta, excesiva sobre todo desde el punto de vista sexual, a esta pregunta no sabemos responder, aunque vemos con claridad meridiana que Rojas se recrea en el comportamiento desaconsejable de Calixto y Melibea, y vemos también que seguramente pudo engañar a la justicia inquisitorial pero no a los que nos hemos podido permitir el lujo de leer la obra con tanta distancia: Rojas debió de pasarselo pipa escribiendo LA CELESTINA, profundizando en los vicios de sus personas.

Nosotros disfrutamos mucho cuando leemos sus pasajes, su humor acidísimo que nos permite esbozar una sonrisa cuando Melibea está a punto de tirarse desde lo alto de la torre como hacían las doncellas amantes, pero ya sin ser doncella esta, desvirgada por el personaje más idiota de toda la obra. Y, así las cosas, los lamentos de Pleberio no entristecen, no pueden entristecer a ningún lector.

Lo que sí consiguen los lamentos de Pleberio es explicar hasta donde ha llegado la insensatez de los enamorados. Porque ni los héroes, ni los hijos de los héroes, ni los amantes, ni los vivos ni los muertos a los que Pleberio nombra en su retahíla han caído tan bajo en sus vicios como los protagonistas de LA CELESTINA. Y, desde luego, ninguno de los padres a los que se hace referencia en el monólogo han sido tan descuidados y soberbios como para no darse cuenta de lo que acontecía a sus hijos. Es decir, la amarga queja de Pleberio consigue, como es deber según debió de imponerse el propio Rojas, hacernos ver lo disparatado de la trama.

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