EL CONJURO.
Conjúrote, triste Plutón, señor de la profundidad infernal, emperador de la corte dañada, capitán soberbio de los condenados ángeles, señor de los sulfúreos fuegos que los hirvientes étnicos montes manan, gobernador y veedor de los tormentos y atormentadores de las pecadoras ánimas, regidor de las tres furias, Tesífone, Megera y Aleto, administrador de todas las cosas negras del reino de Estigie y Dite, con todas sus lagunas y sombras infernales y litigioso caos, mantenedor de las volantes arpías, con toda la otra compañía de espantables y pavorosas hidras. Yo, Celestina, tu más conocida cliéntula, te conjuro por la virtud y fuerza de estas bermejas letras, por la sangre de aquella nocturna ave con que están escritas, por la gravedad de aquestos nombres y signos que en este papel se contienen, por la áspera ponzoña de las víboras de que este aceite fue hecho, con el cual unto este hilado: vengas sin tardanza a obedecer mi voluntad y en ello te envuelvas y con ello estés sin un momento te partir, hasta que Melibea con aparejada oportunidad que haya lo compre y con ello de tal manera quede enredada, que cuanto más lo mirare, tanto más su corazón se ablande a conceder mi petición, y se le abras y lastimes del crudo y fuerte amor de Calisto, tanto que, despedida toda honestidad, se descubra a mi y galardone mis pasos y mi mensaje; y esto hecho, pide y demanda de mí a tu voluntad. Si no lo haces con presto movimiento, ternásme por capital enemiga; heriré con luz tus cárceles tristes y escuras; acusaré cruelmente tus continuas mentiras; apremiaré con mis ásperas palabras tu horrible nombre. Y otra vez y otra vez te conjuro; así confiando en mi mucho poder, me aparto para allá con mi hilado, donde creo te llevo ya envuelto. [La Celestina; final del tercer acto.]
Con este conjuro, serie de palabras mágicas, Celestina hará del hilado que moja en la poción medio necesario para el hechizo de Melibea. Partirá en el acto consecutivo a casa de Alisa, madre de la joven, a la que conocía por haber sido la vieja antigua vecina. Logrará entrar en la casa gracias a la irresponsable madre y, finalmente, convencer a Melibea para que compre su hilado mágico. Y todo sucederá exactamente como la alcahueta pronosticara a Sempronio muchas páginas antes: primero sería rechazada en su intento de persuasión y luego la joven cedería e, incluso, solicitaría sus servicios. Claro es que esto pretende ocurrir, sin embargo, por medio del engaño. El mal de Calixto es dolor de muelas, le dice. Quizá con una oración a Santa Apolonia de ella y su cordón pueda curar el enfermo. Pero fíjese el lector en que el dolor de muelas era eufemismo de enamoramiento desmedido, y el cordón prenda típica de doncellas, de vírgenes. Cuando Celestina pide el cordón a Melibea le está pidiendo su virginidad [Véase Eugenia Lacarra].
Una pregunta que nos interesa responder es qué influencia real tiene sobre los acontecimientos el conjuro. El conjuro vale la pena por sí mismo y su valor máximo está, desde nuestro punto de vista, en lo verdadero de su magia. Lo verdadero de su magia es el misterio que contiene, y es su forma también. Las ediciones de Francisco Rico insisten en la riqueza de lenguaje y nosotros creemos que el conjuro es un ejemplo claro. Léanlo y comprenderan su sentido absoluto independientemente de lo real que pueda considerarse. Es un texto oscuro y también intrigante que sirve, sobre todo, para caracterizar mejor a la vieja.
Pero Melibea no puede ser tan idiota como para no entender el doble sentido de las palabras de La Celestina. Y no parece posible que se deje engañar por la vieja. La vieja tiene labia y hace ver las cosas de otra manera, y conoce a las mozas y doncellas de la ciudad. Pero estamos convencidos de que no es preciso el hechizo para que Melibea acepte una propuesta que, aunque la vieja mantiene oculta con metáforas, le interesa más que a nadie: ser dueña de Calixto.
Y aún habrá pronosticado otras cosas. Sabe Celestina más por Celestina que por bruja: Coxquillosicas son todas, mas después que una vez consienten la silla en el envés del lomo, nunca querrían holgar. Que no se equivoca en nada lo dejara bien claro Melibea en próximos acontecimientos. Si cedió su cordón es porque ya pensaba que perderse en aquel amor carnal le podía traer alegrías.
¿El conjuro? El conjuro es para leerlo.
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