Eugenia Rico. Suma De Letras. 480 páginas. 18 euros.
Atípico libro este con el que nos hemos topado justo antes de navidades y que lleva ya tiempo esperando a que se diga de él por aquí. Una historia de mujeres condenadas por no ser hombres. Siglo XX y siglo XVI. La autora entrelaza dos tramas de manera bastante provocativa porque enseguida se capta el mensaje que vigila desde lo alto, presente en cada una de las páginas de la obra. Este es el tema principal del libro y, por tanto, le instamos, lector, a no hacer caso de cuanto lea en su contraportada, ni en los resúmenes de las librerías on-line, que, como sabrán, se limitan a copiar las contraportadas. Ainur y Selena son brujas. Son brujas porque sólo así pueden ser condenadas, tipas peligrosas que amenazan con cambiar el sistema de poder, que ha de mantenerse en necesario desequilibrio varonil, que es como Dios manda. Hasta aquí todo claro. Y nada escandaloso ni revolucionario, es cierto. Pero ya hemos dicho que este libro es atípico. Porque hay más.
Hay más porque está estructurado en forma de relatos cortos, muy cortos. Esto ya va sonando, como si fuera la moda. Eugenia Rico se desenvuelve resuelta y su lenguaje directo nos gusta, a pesar de algún que otro topicazo que ya no nos hace tanta gracia. Su lectura es amena y muy agradable y psicológicamente efectiva, porque la historia se va montando a pequeños pasos que se entrelazan y que, a veces, parecen dar pasos en falso y otras retrocede para explicar cosas necesarias. Poético nos parece también en su forma de expresarse.
Podríamos decir que Ainur es la protagonista absoluta de la novela. Ha ganado el primer juicio por acoso de España, ha salido en todos los medios de comunicación, es famosa y ha logrado sentar precedentes. Y es el fin de sí misma porque se verá obligada a huir y, depués, a refugiarse. Perseguida. Imperdonable. Bruja.
Selene es otra. Bruja también. Pero en el siglo XVI la cuestión se ponía aún más fea. La inquisición ajusticiaba entonces y el calor extremo del fuego ejercía de verdugo y era el infierno en la misma tierra para las mujeres que sabían, que leían, que curaban enfermos, demasiado libres y demasiado poderosas. La hoguera esperaba a Selene desde que la medicina pasara a estudiarse oficialmente en las universidades, escuelas de hombres, y los remedios de las viejas, las curas tradicionales, las yerbas pasaron al catálogo de las supersticiones y de lo prohibido, del diablo que en desmadradas fiestas nocturnas se dejaba besar el ano por mujeres fuera de lo común, en los bosques, mujeres fuera de la ley cristiana, fuera de la razón, mujeres que no merecían vivir, brujas. Una historia de terror que los ciudadanos del medievo creían a pies juntillas unas veces y, otras, debían creer a pies juntillas y las creían. En los ajusticiamientos públicos se gritaba, se coreaba e insultaba a la víctima cuando se estaba convencido de su culpa y, también, cuando se quería hacer explícita la propia inocencia, público un comportamiento reglamentario.
Cuando Ainur, en su huida, va a parar al pueblo al que regresa de cuando era niña se encuentra con la historia de Selene. En un pueblo al que nunca pudo volver después de la historia que se relata lo primero que se encontró Ainur fue que todos los vecinos eran cojos. Y fue con gente rara, un farero sin faro, un señor que vive en una casa a oscuras, animales muertos cerca de su casa, la casa que heredara aún sin saber muy bien por qué. Habladurías. La gente siempre habla. Lejos de quienes la persiguen Ainur quedará atrapada en un pasado que es el de Selene y es el de ella. La lectura, el seguimiento de la historia de la bruja que Ainur realiza en su obsesión permitirá al lector disfrutar de un texto rico en matices y posibilidades estéticas al que, además, se hace necesario reconocer como ágil y efectivo. Que digo que el libro engancha, vaya.
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