miércoles, 4 de febrero de 2009

LA CELESTINA XI


RESUMEN. LOS APARTES.

Pues nada, llegados a este punto hemos decido terminar con nuestro comentario de La Celestina. Lo vamos a hacer con este último artículo que aspira a ser una original introducción al texto y una retorcida sinopsis, construída con los apartes que carecterizan la obra, y por la cual se ha querido ver en elgunas ocasiones una obra de teatro donde, según la mayor parte de las opiniones, las mejor justificadas desde nuestro punto de vista, lo que hay es un texto para leer en público. Quizá sea este, de paso lo decimos, un ejercicio interesante, susceptible de realizar en algún taller para raritos. No vamos a comentar cada aparte ni a dar pistas innecesarias. Nos limitaremos a especificar cada auto en el que entramos y a ver qué sale. Son menos de diez minutos que esperamos sirvan para iniciarnos en esta gran obra.

Los apartes se han utilizado tradicionalmente en teatro, como segmentos de la obra en los que un personajes hablaba con la particularidad de que por lo menos alguno de los otros con los que compartía escena no oía y, a partir de los cuales se creaban complicidades y enredos, más o menos puntuales, en las tramas. En ocasiones, incluso, el único receptor del aparte de un personaje era el público. En este caso ese personaje podía equipararse con el de un narrador. Por supuesto, este recurso aún es importante en el teatro contemporáneo, aunque menos utilizado. En cualquier caso simpre que hay un aparte existe la posibilidad de que se nos esté explicando algún segmento de la trama que, de otra forma, quedaría escondido. Y es por ello que nos animamos a hacer este experimento, con la confianza de poder trazar la columna vertebral de la historia. Ahí van unos cuantos apartes de La Celestina, para que nadie pueda decir que no se nos ocurren cosas. Más raro sería que a las cosas se les ocurrieran tipos, ¿no?



Nota.- Pondremos en negrita el texto que es aparte, y en grueso normal el que lo acompaña y, en ocasiones, lo explica.


(AUTO I)

SEMP.- No me engaño yo, que loco está este mi amo.

CAL.- ¿Qué estás murmurando, Sempronio?
SEMP.- No digo nada.
CAL.- Di lo que dices, no temas.
SEMP.- Digo que ¿Cómo puede ser mayor el fuego que atormenta un vivo que el que quemó tal ciudad y tanta multitud de gente?
CAL.- ¿Cómo? Yo te lo diré. Mayor es la llama que dura ochenta años que la que en un día pasa, y mayor la que mata un ánima que la que quemó cien mil cuerpos. Como de la apariencia a la existencia, como de la sombra a lo real, tanta diferencia hay del fuego que dices al que me quema. Por cierto, si el de purgatorio es tal, más querría que mi espíritu fuese con los de los brutos animales, que por medio de aquél ir a la gloria de los santos.
SEMP.- Algo es lo que digo, a más ha de ir este hecho. No basta loco, sino hereje.
CAL.- ¿No te digo que hables alto cuando hablares? ¿Qué dices?
SEMP.- Digo que nunca Dios quisiera tal, que es especie de herejía lo que agora dijiste.
CAL.- ¿Por qué?
SEMP.- Porque lo que dices contradice la cristiana religión.
CAL.- ¿Qué a mí?
SEMP.- ¿Tú no eres cristiano?
CAL.- ¿Yo? Melibeo soy y a Melibea adoro y en Melibea creo y a Melibea amo.
SEMP.- Tú te lo dirás. Como Melibea es grande, no cabe en el corazón de mi amo, que por la boca la sale a borbollones. No es más menester; bien sé de qué pie coxqueas; yo te sanaré.
CAL.- Increíble cosa prometes.
SEMP.- Antes fácil. Que el comienzo de la salud es conocer la dolencia del enfermo.
CAL.- ¿Cuál consejo puede regir lo que en sí no tiene orden ni consejo?
SEMP.- ¡Ha, ha, ha! ¿Este es el fuego de Calisto, éstas son sus congojas? ¡Como si solamente el amor contra él asestara sus tiros! ¡O soberano, Dios, cuán altos son tus misterios, cuánta premia pusiste en el amor, que es necesaria turbación en el amante! Su límite pusiste por maravilla. Parece al amante que atrás queda. Todos pasan, todos rompen, pungidos y esgarrochados como ligeros toros, sin freno saltan por las barreras. Mandaste al hombre por la mujer dejar el padre y la madre. Agora no sólo aquello, mas a ti y a tu ley desamparan, como agora Calisto. Del cual no me maravillo, pues los sabios, los santos, los profetas por él te olvidaron.
CAL.- ¡Sempronio!
SEMP.- ¿Señor?
CAL.- No me dejes.
SEMP.- De otro temple está esta gaita.
CAL.- ¿Qué te parece de mi mal?
SEMP.- Que amas a Melibea.
CAL.- ¿Y no otra cosa?
SEMP.- Harto mal es tener la voluntad en un solo lugar cautiva.
CAL.- Poco sabes de firmeza.
SEMP.- La perseverancia en el mal no es constancia, más dureza o pertinacia la llaman en mi tierra. Vosotros los filósofos de Cupido llamalda como quisiérades.
CAL.- Torpe cosa es mentir el que enseña a otro, pues que tú te precias de loar a tu amiga Elicia.
SEMP.- Haz tú lo que bien digo y no lo que mal hago.
CAL.- ¿Qué me repruebas?
SEMP.-Que sometes la dignidad del hombre a la imperfección de la flaca mujer.
CAL.- ¿Mujer? ¡O grosero! ¡Dios, Dios!
SEMP.- ¿Y así lo crees? ¿O burlas?
CAL.- ¿Que burlo? Por Dios la creo, por Dios la confieso y no creo que hay otro soberano en el cielo, aunque entre nosotros mora.
SEMP.- ¡Ha, ha, ha! ¿Oístes que blasfemia? ¿Vistes qué ceguedad?
CAL.- ¿De qué te ríes?
SEMP.- Ríome, que no pensaba que había peor invención de pecado que en Sodoma.
CAL.- ¿Cómo?
SEMP.- Porque aquéllos procuraron abominable uso con los ángeles no conocidos y tú con el que confiesas ser dios.
CAL.- ¡Maldito seas! Que hecho me has reír, lo que no pensé ogaño.
SEMP.- Pues ¿qué? ¿Toda tu vida habías de llorar?
CAL.- Sí.
SEMP.- ¿Por qué?
CAL.- Porque amo a aquella ante quien tan indigno me hallo, que no la espero alcanzar.
SEMP.- ¡O pusilánimo, o hideputa! ¡Qué Nembrot, qué magno Alejandre; los cuales no sólo del señorío del mundo, mas del cielo se juzgaron ser dignos!



* * *


SEMP.-¡Qué mentiras y qué locuras dirá agora este cativo de mi amo!
CAL.- ¿Cómo es eso?
SEMP.- Dije que digas, que muy gran placer habré de lo oír. ¡Así te medre Dios, como me será agradable ese sermón!
CAL.- ¿Qué?
SEMP.- Que así medre Dios, como me será gracioso de oír.
CAL.- Pues porque hayas placer, yo lo figuraré por partes mucho más extenso.
SEMP.- ¡Duelos tenemos! Esto es tras lo que yo andaba. De pasarse habrá ya esta oportunidad.
CAL.- Comienzo por los cabellos. ¿Ves tú las madejas del oro delgado que hilan en Arabia? Más lindos son y no resplandecen menos; su longura hasta el postrero asiento de sus pies; después crinados y atados con la delgada cuerda, como ella se los pone, no ha más menester para convertir los hombres en piedras.
SEMP.- ¡Más en asnos!
CAL.- ¿Qué dices?
SEMP.- Dije que esos tales no serían cerdas de asno.
CAL.- ¡Ved qué torpe y qué comparación!
SEMP.- ¿Tú cuerdo?
CAL.- Los ojos verdes, rasgados; las pestañas luengas; las cejas delgadas y alzadas; la nariz mediana; la boca pequeña; los dientes menudos y blancos; los labios colorados y grosezuelos; el torno del rostro poco más luengo que redondo; el pecho alto; la redondez y forma de las pequeñas tetas, ¿quién te la podría figurar? Que se despereza el hombre cuando las mira. La tez lisa, lustrosa; el cuero suyo escurece la nieve; la color mezclada, cual ella la escogió para sí.
SEMP.- ¡En sus trece está este necio!


* * *



(Celestina y Sempronio. Y Calisto y Pármeno que llegan)

SEMP.- Celestina, ruinmente suena lo que Pármeno dice.
CEL.- Calla, que para la mi santiguada, do vino el asno verná el albarda. Déjame tú a Pármeno, que yo te le haré uno de nos, y de lo que hubiéremos, démosle parte: que los bienes, si no son comunicados, no son bienes. Ganemos todos. Partamos todos, holguemos todos. Yo te le traeré manos y benigno a picar el pan en el puño y seremos dos a dos y, como dicen, tres al mohino.

CAL.- ¡Sempronio!
SEMP.- ¿Señor?
CAL.- ¿Qué haces, llave de mi vida? Abre. ¡O Pármeno, ya la veo, sano soy, vivo soy! ¡Miras qué reverenda persona, qué acatamiento! Por la mayor parte, por la filosomía es conocida la virtud interior. ¡O vejez virtuosa! ¡O virtud envejecida! ¡O gloriosa esperanza de mi deseado fin! ¡O fin de mi deleitosa esperanza! ¡O salud de mi pasión, reparo de mi tormento, regeneración mía, vivificación de mi vida, resurrección de mi nuerte! Deseo llegar a ti, codicio besar esas manos llenas de remedio. Dende aquí adoro la tierra que huellas y en reverencia tuya la beso.
CEL.- Sempronio, ¡de aquéllas vivo yo! ¡Los huesos que yo roí, piensa este necio de tu amo de darme a comer! Pues ál le sueño. Al freír lo verá. Dile que cierre la boca y comience a abrir la bolsa: que de las obras dudo, cuánto más de las palabras. Jo que te estriego, asna coja. Más habías de madrugar.
PÁRM.- ¡Guay de orejas
, que tal oyen! Perdido es quien tras perdido anda. ¡O Calisto desaventurado, abatido, ciego! ¡Y en tierra está adorando a la más antigua puta tierra que fregaron sus espaldas en todos los burdeles! Deshecho es, vencido es, caído es. No es capaz de ninguna redención ni consejo ni esfuerzo.


* * *


(AUTO IV)

ALISA.- Hija Melibea, quédese esta mujer honrada contigo, que ya me parece que es tarde para ir a visitar a mi hermana, su mujer de Cremes, que desde ayer no la he visto, y también que viene su paje a llamarme, que se le arreció desde un rato acá el mal.
CELESTINA.- Por aquí anda el diablo aparejando oportunidad, arreciando el mal a la otra. ¡Ea, buen amigo, tener recio! Agora es mi tiempo o nunca. No la dejes, llévamelade aquí a quien digo!
ALI.- ¿Qué dices, amiga?
CEL.- Señora, que maldito sea el diablo y mi pecado, porque en tal tiempo hobo de crecer el mal de tu hermana, que no habrá para nuestro negocio oportunidad.



* * *


CELESTINA.- ¡En hora mala acá vine, si me falta mi conjuro! ¡Ea pues! Bien sé a quién digo. ¡Ce, hermano, que se va todo a perder!
MELIBEA.- ¿Aún hablas entre dientes delante de mí, para acrecentar mi enojo y doblar tu pena? ¿Querrías condenar mi honestidad por dar vida a un loco? (...) Pues yo te certifico que las albricias que de aquí saques no sean sino estorbarte de más ofender a Dios, dando fin a tus días. Respóndeme, traidora, ¿cómo osaste tanto hacer?
CEL.- Tu temor, señora, tiene ocupada mi desculpa. Mi inocencia me da osadía (...) Si pensara, señora, que tan de ligero habías de conjeturar de lo pasado nocibles sospechas, no bastara tu licencia para me dar osadía a hablar en cosa que a Calisto ni a otro hombre tocase.
MELIB.- ¡Jesú! No oiga yo mentar más ese loco, saltaparedes, fantasma de noche, luengo como cigüeña, figura de paramento malpintado; si no, aquí me caeré muerta. ¡Éste es el que el otro día me vido y comenzó a desvariar conmigo en razones, haciendo mucho del galán! (...) De los locos es estimar a todos los otros de su calidad. Y tú tórnate con su misma razón (...)
CEL.- ¡Más fuerte estaba Troya y aun otras más bravas he yo amansado! Ninguna tempestad mucho dura.
MELIB.- ¿Qué dices, enemiga? Habla, que te pueda oír. ¿Tienes desculpa alguna para satsiafcer mi enojo y excusar tu yerro y osadía?


* * *


LUCRECIA.- ¡Ya, ya, perdida es mi ama! ¡Secretamente quiere que venga Celestina! Fraude hay; ¡más le querrá dar que lo dicho!
MELIBEA.- ¿Qué dices, Lucrecia?
LUCR.- Señora, que baste lo dicho; que es tarde.
MELIB.- Pues, madre, no le des parte de lo que pasó a ese caballero, porque no me tenga por cruel o arrebatada o deshonesta.
LUCR.- No miento yo, que mal va este hecho.
CEL.- Mucho me maravillo, señora Melibea, de la duda que tienes de mi secreto. No temas que todo lo sé sufrir y encubrir. (...) Yo voy con tu cordón tan alegre, que se me figura que está diciéndole allá su corazón la merced que nos hiciste y que le tengo de hallar aliviado.
MELIB.- ¿Qué dices, madre, de agredecer?
CEL.- Más será menester y más harás y aunque no se te agradezca.


* * *


(AUTO VI)

SEMPRONIO.- ¡O lisonjera vieja! ¡O vieja llena de mal! ¡O codiciosa y avarienta garganta! También quiere a mí engañar como a mi amo por ser rica. ¡Pues mala medra tiene; no le arriendo la ganancia! Que quien con modo torpe sube en alto, más presto cae que sube. ¡O, qué mala cosa es de conocer el hombre! ¡Bien dicen que ninguna mercaduría ni animal es tan difícil! ¡Mala vieja, falsa es ésta! ¡El diablo me metió con ella! Más seguro me fuera huir de esta venenosa víbora que tomalla. Mía fue la culpa. Pero gané harto, que
por bien o mal no negará la promesa.
CELESTINA.- ¿Qué dices, Sempronio? ¿Con quién hablas? ¿Viénesme royendo las haldas? ¿Por qué no aguijas?
SEMP.- Lo que vengo diciendo, madre Celestina, es que no me maravillo que seas mudable, que sigas el camino de las mudas. Dicho me habías que diferías este negocio. Agora vas sin seso por decir a Calisto cuanto pasa.
CEL.- El propósito muda el cambio.


* * *


(AUTO VIII)

CALISTO.- En gran peligro me veo;
en mi muerte no hay tardanza,
Pues que me pide el deseo
Lo que me niega esperanza.
PÁRMENO.- Escucha, escucha, Sempronio. Trovando está nuestro amo.
SEMPRONIO.- ¡O hideputa, el trovador! El gran Antipater Sidoonio, el gran poeta Ovidio, los cuales de improviso se les veían las razones metrificadas a la boca. ¡Sí, sí, de esos es! ¡Trovará el diablo! Está devaneándo entre sueños.

CAL.- Corazón, bien se te emplea
Que penes y vivas triste,
Pues tan presto te venciste
Del amor de Melibea.
PÁRM.- ¿No digo yo que trova?
CAL.- ¿Quién habla en la sala? ¡Mozos!
PÁRM.- ¿Señor?
CAL.- ¿Es muy noche? ¿Es hora de acostar?
PÁRM.- ¡Mas ya es, señor, tarde para levantar!
CAL.- ¿Qué dices, loco? ¿Toda la noche es pasada?
PÁRM.- Y aun harta parte del día.
CAL.- Di, Sempronio, ¿miente este desvariado, que me hace creer que es de día?
SEMP.- Olvida, señor, un poco a Melibea y verás la claridad. Que con la mucha que en su gesto contemplas, no puede ver de encandelado, como perdiz con la calderuela.


* * *


(AUTO X)

MELIBEA.- ¡O, cómo me muero con tu dilatar! Di, por Dios, lo que quisieres, haz lo que supieres, que no podrá ser tu remedio tan áspero que iguale con mi pena y mi tormento (...)
LUCRECIA.- El seso tiene perdido mi señora. Gran mal es éste. Cautivádola ha esta hechicera.
CELESTINA.- Nunca me ha de faltar un diablo acá y acullá; escapóme Dios de Pármeno, topóme con Lucrecia.

MELI.- ¿Qué dices, amada maestra? ¿Qué te hablaba esa moza?
CEL.- No le oí nada. Pero diga lo que dijere, sabe que no hay cosa más contraria en las grandes curas delante de los animosos cirujanos que los flacos corazones (...) [presentes] (...) por donde se puede conocer claro que es muy necesario paea tu salud que no esté persona delante y así qye la debes mendar salir. Y tú, hija Lucrecia, perdona.
MELIB.- Salte fuera presto.
LUCR.- ¡Ya, ya; todo es perdido! Ya me salgo, señora.


* * *


(AUTO XI)

CALISTO.- (...) Madre mía, yo sé cierto que jamás igualará tu trabajo y mi liviano galardón. En lugar de manto y saya, porque no se dé parte a oficiales, toma esta cadenilla, ponla al cuello y procede en tu razón y mi alegría.
PÁRMENO.- ¿Cadenilla la llama? ¿No lo oyes, Sempronio? No estima el gasto. Pues yo te certifico no diese mi parte por medio marco de oro, por mal que la vieja lo reparta.
SEMPRONIO.- Oírte ha nuestro amo, ternemos en él que amansar y en ti sanar, según está hinchado de tu mucho murmurar. Por mi amor, hermano, que oigas y calles, que por eso te dio Dios dos oídos y una lengua sol
a.
PÁRM.- ¡Oirá el diablo! Está colgado de la boca de la vieja, sordo y mudo y ciego, hecho personaje sin son, que, auqnue le diésemos higas, diría que alzábamos las manos a Dios rogando por buen fin de sus amores.
SEMP.- Calla, oye, escucha bien a Celestina. En mi alma, todo lo merece y más que le diese. Mucho dice.

CELESTINA.- Señor Calisto, para tan flaca vieja como yo, de mucha franqueza usaste. Pero, como todo don o dádiva se juzgue grande o chica respecto del que lo da, no quiero traer a consecuencia mi poca merecer, ante quien sobra en cualidad y en cuantidad.


* * *


(AUTO XIX)

MELIBEA.- (...) Y pues tú, señor, eres el dechado de cortesía y buena crianza, ¿cómo mandas a mi lengua hablar y no a tus manos que estén quedas? ¿Por qué no olvidas estas mañas? (...)
CALISTO.- Señora, el que quiere comer el ave, quita primero las plumas.
LUCRECIA.- Mala landre me mate si más los escucho. ¿Vida es ésta? ¡Que me esté yo deshaciendo de dentera y ella esquivándose porque la rueguen! Ya, ya apaciguadop es el ruido, no hobieron menester despartidores. Pero también me lo haría yo, si estos necios de sus criados me hablasen entre día; pero esperan quelos tengo de ir a buscar.
MELIB.- ¿Señor mío, quieres que mande a Lucrecia traer alguna colación?
CAL.- No hay otra colación para mí sino tener tu cuerpo y tu belleza en mi poder.


* * *
* * *































No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios.