Mario, el que no es.
Si a Mario no le hubiera ocurrido nada malo su biografía no sólo no tendría mayor interés si no que, además, no tendría interés alguno. Porque es su muerte repentina, creo recordar que un ataque al corazón, lo que propicia el relato que leemos en boca de Menchu, su viuda. He aquí la originalidad de esta novela: su protagonista está muerto desde la primera página, una simple esquela y, además, no vamos a saber de él nada que no sea lo que su mujer nos cuente.
Mario ha amanecido muerto en la cama, se trata de un accidente trágico y es difícil pensar que Menchu y el resto de familiares y amigos estén preperados para afrontarlo. Hay que hacerlo y después de las visitas obligadas la viuda queda sola con su marido. Para despedirse de él en soledad pero también para ajustar algunas cuentas pendientes.
Es a través de lo que Menchu le cuenta a su difunto marido como el lector conoce a este, protagonista de la novela. Enseguida sabemos que ella no ha sido feliz con Mario, al que iremos descubriendo como un progresista comprometido con las causas de los desprotegidos, en una España dura y rancia en la que personas como él no son comprendidas y que, cuando sí, son perseguidas política y, a veces, policialmente.
Mario es un catedrático de instituto al que gusta de escribir en publicaciones críticas, al que le gusta dar conferencias humanistas. Pero es, además, un hombre con ideales firmes que trata de hacer de su vivir a diario algo paradigmático en el sentido de moral, para lo que el valor de lo material difiere mucho del que ella le da, primordial. Mario y Menchu nunca tuvieron un coche y sí, sin embargo, dinero para ello. Mario en bicicleta fue algo que, según confiesa ella, no pudo soportar Carmen. El conflicto que entre las dos formas de ver la vida se produce se ha resuelto habitualmente como la antítesis entre la estrechez mental de ella y la altura de miras de él. Durante las cinco horas que la viuda pasa con el difunto el lector es capaz de comprender la mentalidad de Mario gracias a la incomprensión de su mujer: ¿Ha conocido alguna vez a Mario?, se nos pregunta en la presentación que de la obra hace el editor. Podemos contestar que no, pero podemos contestar que sí.
La simplificación que a menudo se ha hecho de la relación entre los dos protagonistas es injusta. Sobre todo es injusto para Delibes. La literatura, y más de manos de un buen literato, no debería nunca acomodarse a los poco exigentes análisis políticos o sociológicos de determinadas épocas, como esta de mediados del franquismo. Efectivamente los estereotipos cumplen una función importante y se hacen necesarios para un primer análisis, superficial, de las cuestiones que se traten. Pero en la novela psicológica del siglo XX, de la que CINCO HORAS CON MARIO es claro ejemplo, los personajes son individuos ricos, complejos, y también contradictorios.
Desde el primer párrafo que podemos leer ya con Menchu sola frente a su marido muerto ella le echa en cara su desdén en casa, un comportamiento típico de los hombres según asegura y que en nada se diferencia del de el resto de ellos. Mario es, como todas las personas, alguien en casa y alguien para todos los demás. Resulta justo y equilibrado fuera, en el trabajo y con los amigos, pero muchas veces nos recuerda su mujer que no ha sido un marido atento y tampoco un padre responsable. Y esto no puede responder a la incomprensión de ella, de su estrechez mental. La mujer clasista que es Carmen, educada en la moral conservadora, es también agraviada por Mario que, según se hace ver al lector, no se esfuerza demasiado por comprender a su mujer.
Respecto a esto hay que añadir que la forma de vida que Mario adopta acentúa la de Menchu, en el sentido de que la mete aún más en casa. Lo paradójico es que para que Mario pueda ser un tipo ideal (honesto y honrado) en la calle necesita de puertas hacia dentro a una mujer conservadora que le tenga la casa lista cada día, un tipo de mujer que, en teoría, ataca el compromiso social que él tiene adquirido. Esto es una contradicción y, afilando un poco más, es una actitud hipócrita que Mario toma deliberadamente.
Así pues, el lector no debe fijar su atención sólo en el Mario que, efectivamente, Menchu no conoce porque no comprende, el Mario brillante y admirado por sus colegas y sus alumnos. El lector tiene también la obligación de tomar en serio las quejas que Carmen lanza contra un muerto que nunca estuvo mucho más vivo que en la mortaja en la que ahora parece escuchar a su mujer.
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