miércoles, 1 de julio de 2009
El caballero de Olmedo I
Es esta una de las obras más originales del reputado dramaturgo madrileño, una de las más particulares del siglo de oro, y una de las más bellas escritas en español a día de hoy. Seguramente su lirismo resulta inalcanzable en estos días nada poéticos que corren, a lo que se debe algunas veces la incomprensión de quien, en realidad, es sólo pobre ingrato: Lope de Vega escribe con esta una obra poética hasta el punto de que la trama queda supeditada a la forma, a la estética en la que él fue el maestro absoluto, fino como nadie en el verso y en la metáfora.
He seguido, sobre todo, la edición de Francisco Rico, que es la que conozco desde hace años y la que me hizo comprender, hará alrededor de quince, que subestimaba uno de los mejores dramas escritos en español por el simple hecho de ser yo olmedano. Ya es triste este descastismo (que digo que digo lo que quiero) del castellano. El olmedano que lea esto puede decir alto y claro, sin miedo, que esta por la que se conoce su gentilicio es una de las obras de teatro y una de las creaciones literarias más importantes que escribió Lope de Vega. Y perfectamente pudiera ser aquella por la que se le deba mayor reconocimiento. Vaya por delante que no todas estas cosas las dice el Rico. Y tampoco Maria Grazia Profeti, cuyos comentarios también he tenido en cuenta.
La maravilla de EL CABALLERO DE OLMEDO es que se trata de recreación, puro regodeo. Dese cuenta, lector, de que con estos comentarios tan solo trato de introducir al potencial espectador de las obras que van a representarse a partir del próximo día diecisiete de julio. Para ello no aspiro mucho más que a comentar la trama principal que ayude luego en la butaca, pues es muchas veces reconocido que al espectador le cuesta seguir la acción cuando esta depende mucho del texto. Hete aquí que en la que hoy toca todo el mundo conoce el desenlace, ya se sabe lo que pasa y el argumento no puede ser más sencillo: el caballero don Alonso, olmedano valiente, enamorado y correspondido por la medinense Inés, es asesinado cuando vuelve a su pueblo de las fiestas. Razón: los celos, pues don Rodrigo pretendía desde hace años a la dama.
Seguramente la trama ni siquiera pueda ser tan sencilla. En manos de otro cualquiera, digo. Y es que la sencillez es tarea harto dificultosa en esto de la literatura. Bien lo saben algunos que, como Góngora, aliñaban tanto el filete que no había forma de acertar con el mordisco: tanta espesura. Aunque quizá peor haya sido la otra manera de hacer destacar la creación, contraria: un argumento complejo que trata de tener valor suficiente como para no necesitar de mucha técnica literaria. En eso estamos en nuestros días, me parece a mi, y se escriben libracos de seiscientas páginas que deben de dar un calorcito en las noches frías de nuestra estepa que ni lo cuento. Entre unos y otros hay lopes, en un medio que es más que virtud porque yo lo veo como el escalón más alto de un podio olímpico. Pero sin necesidad de competeción, claro.
Lope profundiza en la estética como nadie, y se hace entender como nadie. Es lo que le queda en este caso, claro: ¿Qué hacer cuando no hay un final hacia el que desembocar la tensión que se ha de crear en el espectador porque el final está ya al principio? Recrearse en la fatalidad, sacarle el jugo al encontronazo, explorar cuanto de sí de un contratiempo que resulta ser característica noble. Por si a alguien le queda algún tipo de duda, o se ha sentado a la butaca mareado, Lope va avisando con mucha claridad desde el verso cientocincuentaiséis (ea): "mañana mueres, pues hoy te meten a capilla", piensa de sí mismo don Alonso, según cuenta a Fabia, cuando sigue a su amada esa misma mañana hasta la iglesia. El autor recurre tanto a la metáfora, a la confusión en este tipo de comentarios, que bien se puede pensar (creo que esto lo dice Rico) que el protagonista del suceso es más que El Caballero la propia muerte. Es una solución bella, poética, no se puede negar. El resultado es que no sólo el espectador sabe que El Caballero va a morir: según avanza el texto da la impresión de que otros personajes lo saben o sospechan, incluso (y, aún, sobre todo) el propio don Alonso.
(Voy a publicar esto y mañana sigo con una segunda parte, porque alguno va a pensar que me ha tragado la tierra, y no es justo, aún soy más que estiércol. Sombra por lo menos... ) (Parte 2)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios.