Pero ficción, hombre.
Es porque Lázaro trata de satisfacer los deseos de quien le exige explicaciones que el pregonero de Toledo, que es el narrador de esta pequeña novelita, se ve obligado a redactar una carta autobiográfica. El mal asunto por el que Lázaro se ve obligado a justificarse es asunto de cuernos supuestamente consentidos, hecho legislado en la época y considerado delito. El pregonero Lázaro hace, de esta manera, un ejercicio fino de redacción capaz de librarle de las acusaciones que se vienen oyendo y por las que hay quien le pide explicaciones.
La broma que en su día debió de ser una novela (un relato, mejor) que al final resultara haber sido defensa propia de un cornudo consentido que todo el mundo reconociera como tal ya es de por sí fina, creo yo. Como cada relectura, y aún algunas primeras lecturas, debía partir de este conocimiento (del final, digo) los capítulos o tratados en los que el relato autobiográfico se divide resultaban aún más divertidos, igual que pasa cuando los lee un contemporáneo. No mío, claro, un contemporánero de usted, mortal y finito.
El realismo de LAZARILLO es un realismo que se corresponde más con la forma que con la propia materia de los hechos, aunque resulta innegable que los contextos y los personajes pudieran ser perfectamente y los hubiera que, de hecho, fueran. Pero lo principal del relato es su forma: se cuentan hechos que, tal y como se cuentan, por la forma de hacerlo, el hincapié llano en el decirlo, perfectamente pudieran haber sido. Esta es la novedad por aquel mil quinientos cincuenta y tantos español.
De hecho cuando la redacción de Lázaro da comienzo en su prólogo el pregonero va avisando que ya decía Plinio que todo libro tiene valor de por sí porque algo positivo siempre se puede sacar, incluso el suyo tan coloquial, o que quizá incluso este texto humilde que entre las manos ha de tener aquel vuestra merced al que se dirije pudiera hacerle finalmente famoso (lo que corresponde, sin duda, a un gracioso juego acertado del autor: anónimo). Porque hay que darse cuenta de que Lázaro cuenta los hechos desde el principio tal y como él mismo asegura que es necesario hacer, que estos hechos, como ya he dicho no sé cuántas veces, han de servir para dar las explicaciones que se le piden, y, por tanto, lector, credulote, bien fácil es pensar que mienta en estos pasajes igual que, descaradamente, miente al final. No es necesario pensarlo, pero es una posibilidad a tener en cuenta. Puede decir la verdad, pero perfectamente puede maquillarla o, descaradamente, mentir. Es decir, Lázaro puede ser autor dentro de nuestro autor anónimo. Así las cosas, aunque no me parece mal que todo el tiempo se esté hablando de novela realista hay que reconocer que más ficción no cabe. A ver si alguien responde a la cuestión. No importa que lleve corbata.
El relato está divido en un prólogo y siete tratados, de los que los tres primeros parecen ser el grueso de la novela por cuanto que corresponden con la mayor parte de las fortunas y adversidades que en el libro se narran, y que son, además, narradas con mayor y, sobre todo, mejor detalle. Es el espacio de aprendizaje de Lázaro y a partir del cuarto de los tratados, como apuntan los críticos, este ya ha cobrado autonomía suficiente como para elegir a sus amos y abandonarlos cuando cree necesario. Hasta el sexto de ellos Lázaro pasa por la mayor parte de sus experiencias a vuela pluma y en el séptimo se descubre al lector el asunto por el que, en realidad, se ha visto obligado a contar toda su vida: salvar la honra. Ya sigo otro día: el ciego.
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