lunes, 24 de agosto de 2009

LA VIDA DE LAZARILLO DE TORMES III

Duro aprendizaje.

No siento que nadie me haya estado esperando porque es esta una de las cosas que soy incapaz de sentir. Cómo sentir aquello que no pasa, que no ocurre. ¿Pueden sentirse cosas que no son ni en la imaginación? Qué pregunta tan estúpida. La experiencia parecería una cosa vacía en el presente de no ser porque se sufre. Lo que yo he sentido estos días es mono por mirar fijo a la pantalla que ametrallo con cierta violencia o desahogo. Tanto control sobre lo extraño de uno no puede ser bueno. Pero sucede y hay que aceptarlo como necesario o parte innata. Lo duro de la vida es que hay que aprenderla, y lo duro de aprender es que hay que estudiar. Y hay estudios que malditos sean.

Cuando LÁZARO es entregado por sus padres al ciego comienza su período de aprendizaje. Es duro porque parece que se juegue la vida en cada pasaje que se nos cuenta pero, a la vez, todo está envuelto por el halo de seguridad de quien escribe una vida pasada y, por tanto, nada del todo malo pueda ocurrirle. Lo cierto es que el tratado en el que Lázaro narra su vida con el ciego como amo sorprende (debe sorprender) a los lectores contemporáneos por la crueldad de los hechos, por otra parte, graciosos. Hay a quien estas cosas no le hacen ni puñetera gracia y una vez vi en la tele, que es una cosa que es, a un crítico, habitual de la tele, que despreciaba El Quijote precisamente por lo gore de tantas y tantas aventuras salvajes.

Lázaro nos presenta antes a sus padres, molinero él y más bien poco mirada ella en cuanto que da a entender el pregonero que al menos en alguna ocasión fue capaz de buscar dinero en lugares poco saludables. Perdido el padre en asuntos de justicia tuvo padrastro moro y hermanastro a propósito del cual el lector podrá reír a gusto.

Casi su vida con el inteligente ciego empieza con el encontronazo del toro de piedra y la famosa frase con la que abrimos esta semana el blog se le echa al lector encima recordándole lecturas anteriores de esta obra que pretendía pasar en su momento por carta humilde de un pregonero tan despreciable como eran los pregoneros. Las enseñanzas del ciego se sucederán dolorosas en el muchacho Lázaro, véase la jarra de vino, el racimo de uvas o la longaniza, y de todas ellas cobrará sobrada venganza al final de este primer tratado. En ningún momento dejará, sin embargo, de estimar el pregonero Lázaro al ciego ruin cuya avaricia le tenía muerto de hambre y lleno de dolores.

Cuando el pícaro caiga en manos del clérigo ya habrá aprendido más de lo que éste quisiera pensar en un principio: no es posible sino que hayas sido mozo de ciego, le dice el clérido al final del segundo tratado, resaltando las argucias con las que el chaval logró engañarle tanto tiempo. El próximo día.

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