lunes, 31 de agosto de 2009

LA VIDA DE LAZARILLO DE TORMES IV

Carretera y manta.

También yo soy un anacronismo, hombre, y no pasa nada. Me inventó el librero hace año y pico y cuando le da la gana me cambia de nombre y me pone por fecha de nacimiento la que le sale de los huevos y, en definitiva, estoy harto y titulo mis artículos como quiero. Lázaro se encuentra con el cura de Maqueda cuando llega a la ciudad, después de huir de la represalia que, sin duda, el ciego hubiera ejecutado sobre él de haberse quedado en Escalona, pueblo manchego ya. Y cuando el cura le eche de su lado, espantado por ver las artimañas del pícaro, este tendrá que volver a caminar hasta llegar a la ciudad de Toledo, donde dará, después de ser ya conocido por muchos que le aconsejaban amo a quien servir, con el escudero: carretera y manta, expresión anacrónica, hasta cada lugar: de Salamanca a Toledo.

La avaricia de la clerecía estaba ya presente en algunas representaciones simbólicamente teatrales del medievo que iba ya dejando de ser tal cosa, y era chascarrillo habitual. El segundo tratado de LAZARILLO nos relata el segundo capítulo principal de su periodo de aprendizaje. Un cura egoísta que lo mata de hambre y que guarda sus panes en un arca que, cerrado con llave, se convierte en el objetivo principal del vivir de cada día del niño hambriento que se dibuja el pregonero con cierto hipérbole y manteniendo el tono de realismo que caracteriza la obra. Así, logrará abrirlo en algunas ocasiones y comer algo que lo mantenga en pie. Porque uno lee el librito y piensa, debe hacerlo, que de no ser por sus argucias Lázaro tendría que haber muerto con cada amo que tuvo. O, claro, haber huído de él. Por de pronto éste le echa tras descubrir que lo estuvo engañando: no es posible si no que hayas sido mozo de ciego.

Andando llegará a Toledo, ciudad en la que completará su formación como mozo, tantas cosas ya aprendidas. Y allí, el escudero. Capítulo reconocido por el encuentro genial en el que el escudero da largas a Lázaro con preguntas que este contesta puesto el pensamiento en la hora de comer que parece no llegar nunca y que, finalmente, se pasa con tanta charla, según afirma el escudero que, evidentemente, no tiene nada que ofrecer al mozo salvo la apariencia hidalga. Es, no obstante, el amo del que mejor recuerdo tendrá el pregonero porque aún no dando era el único que no tenía que dar. La relación entre amo y mozo se invierte porque debe ser el sirviente quien mantenga el servicio. Pero el capítulo es reconocido también porque en ella luce la capacidad descriptiva del autor anónimo, que hace gala de un certero ahorro lingüístico y del manejo de la elipsis, poniéndolos en práctica al servicio de una historia que cobra cuerpo en cada tratado sin cargar de información al lector. Se lleva bien. Es ligera porque el autor utiliza la lengua con maña.

Cuando este tercer tratado haya terminado el mozo Lázaro ya no volverá a ser el niño ingenuo que caía en las trampas y abusos de sus amos. A partir de ese momento elegirá a sus dueños y se despedirá de ellos cuando crea conveniente. Se puede decir que el personaje está engendrado. Básicamente lo que hace de Lázaro el pregonero en el que se convierte al final del libro queda justificado con estos tres primeros tratados en los que palos y mamporros, engaños, pequeñas lecciones, algunos motivos folklóricos y estampas propias de la época y, sobre todo, la capacidad narrativa del pregonero han protagonizado lo que va de libro. No es de extrañar, en ese sentido que ya Lázaro se atreva a insinuar al principio de la carta que su texto bien podría merecer cierta fama. Por eso lo principal de LA VIDA DE LAZARILLO DE TORMES será siempre su capacidad de ficción, de invención en medio de los contextos reales. Pero hay que dejarse llevar: la buena novela siempre ha engañado a los buenos lectores. Y a los malos esta les ha parecido aburrida porque andaban perdiendo tiempo y concentración tras el truco.

En los capítulos posteriores Lázaro relata otros episodios que mejor pueden catalogarse como parte de un largo anecdotario en el que el pregonero no pone mayor interés pero que son divertidos, gratos en su lectura. Y de ahí, al capítulo final, donde se nos presenta con claridad el caso, el hecho que ha obligado al pregonero a escribir esta larga carta, corta novela y principio de todas las que se hayan escrito. Y, atención, una duda asalta al llegar a este punto.

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