martes, 3 de noviembre de 2009

NOCILLA LAB.

Agustín Fernández Mallo. Alfaguara, 2009. 180 páginas. 16 euros.

Fin de semana tan corto este último en el que el lunes fue fiesta que casi no me da tiempo a leer el libro que cierra la trilogía del Mallo: Nocilla. Es que me lío entre las horas que estoy y que estoy por estar, las horas en que estuve haciendo a toda prisa para poder hacer esto que trato de hacer cuanto antes. A veces me noto apretado y es una sensación muy extraña, que sólo recuerdo de cuando me quedé una vez atrapado bajo la puerta de la tienda. Claro que en aquella ocasión estuve varios días sin a penas poder moverme, con lo volátil que soy. Le he preguntado al librero y me ha mandado a tomar por culo, dice que le vuelvo loco con mis preguntas. He pensado en la posibilidad de otro interlocutor, un intermediario entre el librero, que me inventó, y yo: y no sé por dónde empezar, a quien recurrir si mostrarme es imposible.

Hay una pregunta interesante en este sentido que no le voy hacer al librero: ¿Puede ser posible lo imposible? Es decir, ¿lo imposible es susceptible de un cambio en su naturaleza tal que pueda llegar a ser y deje, por tanto, de ser imposible? Pues claro que no. Lo que no puede ser ni es ni tiene, por tanto, naturaleza alguna susceptible de cambio alguno. Y, sin embargo, sí. Porque puede ser en la misma medida en que, un día cualquiera, empieza a ser (todo) lo que no era (nada): un artificio. Una obra de arte, por ejemplo.


Con NOCILLA LAB Agustín Fernández Mallo culmina su trilogía sobre sobre el arte y otros inventos con esta especie de genealogía de la propia obra, que la justifica y le da sentido. Y que la completa también estéticamente. Si en la anterior entrega, cuando, despistado, lo empecé a conocer como poeta del espacio y del tiempo, en aquel libro llamado NOCILLA EXPERIENCE que no fue una novela si no multitud de relatos que formaban imágenes poéticas en la cabeza del lector ilusionado, si aquel libro me pareció un descubrimiento estupendo, más que sugerente, este tercero mete al lector en el taller, en el mismísimo laboratorio cientifico poético del Mallo: nos pone de frente a la nada que pretende ser el todo, la obra, el artificio.

Y todo ello con una envidiable capacidad de ficción que culmina en una última parte en el que la paradoja, miedo y voluntad pelean en un contexto imaginable y, por tanto, posible. De nuevo narrativa fresca, nada sofisticada, algunas (menos) metáforas todo sofisticadas y la sensación de honestidad de un autor al que esperamos volver en próximas ocasiones. De momento yo aún no conozco el primero de los libros de esta serie: tarea pendiente.


Como conclusión principal que el lector se encuentra ante un artista. Alguien que cree en las posibilidades estéticas de las cosas corrientes y de las ocurrencias propias. En algún pasaje afirma que no entiende a la gente que abandona sus proyectos, sus buenas ideas. Aunque a propósito de ello se produce cierta paradoja se trata de una afirmación que podría resumir todo lo que he leído de él hasta ahora. Al final del libro se nos presenta como crédito una grabación a la que llama poética filmada del Proyecto Nocilla y que puede descargarse en su blog: El Hombre Que Salió de la Tarta (puede pinchar en la portada del libro para llegar hasta allí). Las coincidencias, casualidades y encuentros nos serán explicados como motivos principales del proyecto. Presentes de manera explícita en esta novela el lector podrá reconocer, sin problema, lo que se le cuenta a través de imágenes y, todo hay que decirlo, ni la mitad de bien que en negro sobre blanco.

En fin, que soy, al cabo, como artificio, posible según parece y carezco, sin embargo, de personalidad, porque, según, parece, el, li, bre, ro, es artis, ta. Como Mallo pero peor. Yo posible es otra de las conclusiones que saco de la lectura de este libro. Hay que joderse. Si, al menos, fuera capaz de hacerme ver, quizás entonces encontrara ese intermediario que voy necesitando porque ya no puedo comunicarme con el librero. Cómo podría verme nadie, sin embargo. Estoy pensando en la posibilidad de inventar ese intermediario. Y a ver qué pasa. A ver qué nombre le pongo: será mi particular obra de arte: tal vez así empiece a existir de verdad.


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