domingo, 14 de marzo de 2010

Apuntes. AUTOBIOGRAFÍA XI

Sin título, de Gabriela Mateo.


La vida, al fin y al cabo, se siente en la carne. Ni siquiera las batallas sentimentales tienen sentido sin el trasfondo de la carne. Y qué decir de los amores y otras maravillosas alegrías. Qué serían sin la recompensa de la carne. ¿Que si la amistad? Será de broma que pregunta eso. La amistad es placentera. Todo el mundo lo sabe. Un leve y reconfortante cosquilleo o un subidón de adrenalina son los grandes momentos de la amistad.

La vida es una masa informe que va siendo moldeada por el paso de nuestro cuerpo. Es por eso que tiene formas tan raras. Porque el cuerpo es una cosa rara, me parece. Pero, bueno, yo digo que es la cosa que somos. Es sustancia, sólida y húmeda y también chorreante. Pero es sensible. Es la humanidad. Un humanista lo sabe. Y hay dos científicos que también.

El tacto. Si yo tuviera que explicar el tacto lo haría desde una experiencia mínima. Porque, echando la cuenta, me di cuenta un día de que sentir, lo que se dice sentir, poco camino de nada. Creo recordar que el suelo terroso, quizá el agua de un charco, y recuerdo perfectamente un golpe en una pierna contra una parada de un mercado, el empujón de la vieja Celestina y la sesada de Calisto (0 Calixto) pegada a mi mano derecha. Así que creo que podría explicar el tacto. Y podría explicar el viento en la cara.

La vista. Voy por donde veo. Eso lo tengo claro. Estoy adonde miro. A veces camino pero, generalmente, estoy donde estoy.

El alma.

La forma. Hasta donde sé la forma es materia ordenada. No sé cuál es mi forma. Me he golpeado una pierna y me han dado un empujón, he sentido cómo otra persona pasaba a través de mí, he sentido una mano viscosa y si me miro no me encuentro. Y si no me miro tampoco. Y no sé quién soy.

La memoria. Me esfuerzo en mi búsqueda para entenderme. Entenderme consiste en ordenar mis recuerdos de la manera más lógica posible. No lo logro. Quien dijo que somos lo que recordamos se olvidó de decir que si lográramos recordarnos seríamos, por lo menos, personas muy inteligentes. O de vidas aburridas. No recuerdo una pierna ni una mano: recuerdo el dolor y la pegajosidad. Puedo decir que en esos momentos estuve vivo y que era alguien, pero mi memoria apenas tiene elementos con los que explicar quién soy.

La imagen. Celestina está muerta. También Sempronio. Tuvieron mi imagen. Veo el desierto. No veo nada más. Ni siquiera siento el aire.

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