martes, 6 de julio de 2010

LA CELOSA DE SÍ MISMA.

- OBRAS DE OLMEDO CLÁSICO 2010 - 2 -.




La verdad es que ya no recordaba cuan largo puede llegar a hacerse un libro en verso cuando este es una comedia de aquellas que se escribían sólo para ser representadas: 3600 líneas que riman y cuentan la historia sabida de una joven, Magdalena, que se recrea en el engaño a su pretendiente por medio del disfraz que ya desde Lope de Vega y hasta Calderón sirve de elemento fundamental en las comedias de enredo, conocidas también como de capa y espada.

Como hay que pasar por Tirso, universalmente conocido por su BURLADOR DE SEVILLA, pues esto: LA CELOSA DE SÍ MISMA. El bien catalogado pero pobre Melchor llega desde León a Madrid, acompañado por su sirviente, Ventura, para casarse con Magdalena y con una dote de no me acuerdo cuantísimo que es mucho: sesenta mil ducados o más o menos.

Llega el joven a Madrid con el firme propósito de casarse, y con la conformidad del hermano de ella, don Jerónimo, y del padre, don Alonso (Pregunta: ¿dónde puñetas va a parar la mayor parte de las madres, que es ausencia que duele, en las comedias del siglo más dorado?). Casi antes de nada entran en la iglesia de La Vitoria. ¿Que si para oír misa? No me sean ingenuos, sofisticados seres humanos del siglo XXI: entran para salir, porque la puerta de la iglesia era una suerte de mentidero en el que los hombres echaban el ojo a las mujeres que acudían a echarse el ojo de los hombres como si de fragancia se tratara (puede que no procedieran tan poéticos pero es que tengo los dedos vivos): y allí conoce Melchor a la condesa, aún en el interior, de la que tan sólo puede describir su mano, enamoradora, única cosa de ella que ve pues lleva el rostro tapado por un velo, así que del resto de su cuerpo mejor ni hablar. Pero, vaya, la mano es tan bonita que a partir de ella el noble pobretón (hice una azarosa apuesta conmigo y en todas las caras del dado puse que Melchor era idiota, y gané) sólo puede concluir que la belleza de la mujer ha de ser alta como Pau Gasol, por lo menos (Esto lo pongo porque lean algo de rimas los aficionados a la cesta deportiva que no leen rimas).

La mujer de la iglesia no es condesa y es Magdalena, la prometida, o pretendida oficial, o dotadora conforme... lo pueden llamar como quieran, a la que dio por jugar a ser otra aquella mañana. El caso es que Melchor se enamora perdidamente de una mano y Ventura no sabe ni reírse de tal circunstancia, seguramente porque hay un grado de estupidez a partir del cual sólo puede sentirse pena. Así que entre discusiones y circunstancias extrañas, tras una o dos patadas del autor a Góngora, que cometió la falta grave de escribir versos entre mil y mil y una veces mejor que Tirso, llegan Ventura y Melchor, el desgraciado de buena cuna, a casa de don Alonso, padre de Magdalena: ofendida manipuladora desde el momento en el que descubre que el tipo que la pretendió a la puerta de la iglesia es el mismo que la pretende oficialmente, el leonés: ¡ajá!: conque esas tenemos...

Y tenemos más: la comedia se enreda desde el principio porque tan enamorado está Melchor de aquella condesa que no es tal (dijo Magdalena que lo era cuando se presentaron y, de paso, le dejó él una dote de pobre e hizo otras irregularidades de enamorado, idiota antes de estar enamorado, que pusieron a Ventura, ser racional, de lo más histérico...) que cuando llega a casa de don Alonso, a dar el paso que sigue al acuerdo mutuo de casamiento, dice el tipo que no, que él a quien quiere es a otra. Hay otros pretendientes de Magdalena y otros pretendientes de Melchor, se pretenden Ventura y la sirvienta de Magdalena, Quiñones, hay disfraces y juegos de luz, crepúsculos, gracias... Por cierto, le dice Ventura, sirviente de Melchor, a Quiñones, de Magdalena sirvienta:

"¿Tiene vuesa dueñería
la mano, cual su señora,
culta, animada, esplendora,
gaticinante y harpía?
¿Brillárale la uñería
cuando el caldo escudillice
o la loza estropajice,
exhalando cada vez
las aromas que a las diez
vierta, cuando bacinice?
Desescarpine ese pie...,
iba a decir esa mano."; una forma esta de dar contrapunto al ridículo proceder de Melchor con la misteriosa mujer que dice ser condesa.

Bien, así es como se plantea el juego que da título a la obra. Magdalena está celosa de sí misma porque su prometido se ha enamorado del personaje que ella creó, esa misteriosa condesa de la que tan sólo su mano (¿derecha?) se ha dado a conocer. Habrá que ver sobre el tablado como la compañía TEATRO DEL TEMPLE pone en marcha los personajes que, se entiende, han de desenvolverse en dos escenarios principales: la puerta de la iglesia de La Vitoria y la casa de don Alonso (y Magdalena).

Desde la perspectiva de lector inexperto no creo que la obra aporte nada especial a la literatura del siglo de oro, aunque el introductor que he seguido da pistas interesantes: Gregorio Torres Nebrera. No quiero decir, por supuesto, que la obra no aporte nada para mi, pero no me parecen significativas las diferencias entre esta y la lopiana LA VIUDA VALENCIANA, que tanto me gustó el año pasado, y LA DAMA DUENDE, de Calderón, que me gustó menos aunque también me divirtió. Por poner dos ejemplos recientes. La mujer, protagonista, manipula a la mayor parte de los personajes, sobre todo masculinos, y el juego de la figuración y del engaño justifican y provocan la mayor parte de los divertidos enredos que hicieran pasar un buen rato al público de entonces y también al de ahora. El editor que he seguido apunta en este sentido a la complejidad psicológica de los personajes, nueva según nos explica, así como la laberíntica creación de espacios por los que desenvolver la acción .

Me gustaría hacer un apunte particular: frente a lo dicho habitualmente no me parece que sea Magdalena quien inicia la acción, o no del todo. La idiotez de Melchor debería considerarse impulso necesario de una comedia bastante alocada, en vez de un punto flojo de la obra debido a la falta de verosimilitud que supone un tipo enamorándose de una mujer sólo por la impresión que le causa su mano. Magdalena se ve obligada a realizar algunas argucias (no sé si feministas) que caracterizan la trama. Es verdad que ella inventa un personaje y que casi todo el mundo baila al son de su música, pero el repentino enamoramiento de Melchor nada más llegar a Madrid y su negativa posterior, ya enamorado, a prometerse oficialmente con Magdalena son razones necesarias para que la comedia eche a andar. Así que no estoy tan seguro de que los personajes de esta comedia sean muy ricos psicológicamente, y más bien me parecen caricaturizaciones del prometido que aún no es capaz de dar al paso definitivo hacia el altar, y de la prometida que necesita pruebas de que su amor es verdadero, respectivamente: todo ello bien aderezado con buenas dosis de ironía. Creo que en el trato que Marta Torres, directora, de a estas cuestiones va estar parte del éxito o fracaso de su puesta en escena. Por mi parte me parece suficiente con lo dicho, y recomiendo la edición de CÁTEDRA que este estudioso introduce y analiza para quien desee saber más y mejor:



Título
La celosa de sí misma
.

Autor
Tirso de Molina.


Original de
1623


Edición a cargo de
Gregorio Torres Nebrera.


Editorial
Cátedra, 2005.


277 páginas; 9, 50 €



1 comentario:

  1. Una chulada me pareció la versión que TEATRO DEL TEMPLE hizo de esta obra de capa y espada que, igual que pasara el año pasado con LA VIUDA VALENCIANA, es una de las que más me ha gustado. Esta claro para mi que una cosa son los textos encuadernados y comentados y otra bien distinta la puesta en marcha de la escena, objetivo máximo de dichos textos.
    La vuelta de tuerca que dio Marta Torres a la historia ambientada en el Madrid del diecisiete me gustó mucho. Aquel Madrid sucio y descuidado es el Madrid en obras de Gallardón en el veintiuno, el de los ruidos ensordecedores que los obreros evitan sus cascos protectores.
    La orquesta de cuerda que reproduce algunos temas emblemáticos del pop madrileño ambienta la obra desde el principio, resulta a veces emocionante, y se encarga también de los efectos sonoros que sincronizan perfectamente con la acción de los personajes.
    Un escenario plagado de puntales de los que los actores se sirven en sus gracietas, una iglesia, la de La Victoria, que igual sirve de pub con sus luminosos, y, en general, unos actores que se desenvuelven bien, que son graciosos, tontos y algo frívolos la mayor parte del tiempo. Un Tirso muy moderno que me encandiló, que marca, como ya van haciendo otros, el camino necesario del clásico, que tanto tiene que aportar al espectador de hoy.

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