domingo, 8 de agosto de 2010

JUAN RULFO

Juan Rulfo


No resulta fácil ponerse en la piel del niño que fue Juan Rulfo. Nació en Sayula, población perteneciente a la conocida región de Jalisco, en 1917, su dieciséis de mayo. Familia acomodada que se viera destruida una vez, envuelta en la violencia que la revolución cristera trajo. Una revolución pro eclesiástica y en contra de las medidas laicas que el gobierno mejicano de entonces promulgaba. Su propio padre murió, como revolucionario, de un tiro en la nuca. Murieron otros parientes suyos envueltos en la misma violencia. Murió su madre cuando aún era un niño. Su carácter triste y solitario hubo de venirle de entonces, a pesar de su abuela, que lo crió en San Gabriel, aunque tras pasar por un orfanato. Su interés por el Méjico que mejor conoció es la espina dorsal de una de las obras más importantes de la literatura hispánica, así como más cortas: unas trescientas páginas. Para qué más. Caben en ella la soledad y la muerte, que ya se sabe que son grandes, que no son entidades fáciles de atrapar. Caben unas cuantas verdades fundamentales que vemos en los telediarios muchos días: fatalismo y degradación. Y mucha sangre.

Por eso los personajes de sus ficciones prolongan sus vidas en la muerte. Se dice mucho y siento ser reiterativo. Pero está muy bien dicho, según creo. Es fundamental la recreación que Rulfo realiza de la muerte: ahonda en la tristeza y en la soledad de sus personajes y, además, explota con libertad desconocida el género que, a pesar del realismo inicial que lo sustenta, trabaja: el fantástico. Hasta iniciar una corriente de la que otros se han alimentado con buen provecho: el realismo mágico. El propio García Márquez expresó su desconcierto al leer PEDRO PÁRAMO, que tuvo que releer, alucinado, en la madrugada que siguió al día del descubrimiento, y que hubo de completar con la lectura posterior de EL LLANO EN LLAMAS, el libro de relatos que es necesario leer para para conocer del todo la gran obra del mejicano. Ya digo que no creo que entre ambos sumen trescientas páginas. Aunque Márquez ya había escrito, aún no había empezado con su CIEN AÑOS DE SOLEDAD, ni con EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL CÓLERA, ni con CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA. Son grandes libros. Desde luego.

En 1934 o 35 trabaja como agente de inmigración en Ciudad de Méjico, pero la ciudad no es para él. Tras no lograr, en las mismas fechas, ingresar en la Universidad para estudiar Leyes, comienza a trabajar en comisiones de servicios, recorriendo las zonas rurales del país. Es una época en la que conoce pueblos indígenas y se interesa por sus culturas y lenguas, un interés y conocimiento que coincide con sus primeros escritos, sus primeros cuentos y, por fin, sus primeras publicaciones. En 1945 NOS HAN DADO LA TIERRA, en la revista Pan. En la misma ciudad, Guadalajara, ve publicado otros cuentos, su amigo, también escritor, Juan José Arreola, le está ayudando, hasta que en 1954 ve la luz en la colección Letras Mexicanas EL LLANO EN LLAMAS, que ya provocara cierto revuelo por el tema que se trataba, el de los campesinos mejicanos sufriendo hasta el extremo su propio medio, su condición fatal, de total resignación, del campo yermo y polvoriento, de la vida terminada en su mismo transcurso. Un estilo crudo y directo como no se conocían para resaltar un realidad suficientemente poética. Podría decirse que la mayor carga literaria de los cuentos de Rulfo está en los hechos narrados y sólo en su estilo por cuanto que desvela estos hechos con todo su significado, por cuanto que los deja fluir despiadados.

Y en 1955 su obra maestra, PEDRO PÁRAMO. Menos de doscientas páginas de una novela en la que todos sus personajes están muertos. Un pueblo, Comala, que es el mismo infierno, un pasado que se niega a haber sido e insiste en prolongarse en su muerte, que ya no es tanto un final como un nuevo espacio y un nuevo tiempo que ni siquiera cabe pensarlos como conceptos físicos, sino como puertas abiertas a un género, el fantástico, capaz de explotar contenidos, narraciones extraordinarias que alternan un radical apego al suelo, al terreno real, con la magia de lo increíble. Una historia aparentemente deshilachada que, sin embargo, guarda una estructura sofisticada. De Rulfo es conocido, en este sentido, su exigencia con los textos, que corregía incansablemente. Se comprende también por ello la corta extensión d su bibliografía.

Se ha hablado a menudo de su eterna obra LA CORDILLERA, que un día debió de abandonar, así como de otros relatos que nunca vieron la luz. Juan Rulfo murió en 1986 en Ciudad de Méjico. Más de treinta años, por tanto, de silencio literario. Estuvo, mientras, ocupado, desde 1961, como asesor literario del Centro Mejicano de Escritores, fue protector de las lenguas indígenas. Escribió y colaboró en guiones cinematográficos, pero no volvió a publicar ninguna obra. Gran fotógrafo, faceta sobre la que cabría hacer otra amplia reseña y que aquí no cabe, otra de sus ocupaciones fue el alpinismo, actividad que concuerda con su carácter reservado.

En 1970 fue reconocido con el Premio Nacional de Literatura en Méjico. En 1983 con el Príncipe de Asturias de las letras. Pero, sobre todo, desde que sus dos obras comenzaran a ser conocidas, en medio de las dudas de muchos críticos, fue reconocido por autores como Augusto Monterroso, García Márquez, Octavio Paz o Jorge Luis Borges. Juan Rulfo como autor de una obra que trascenderá todos los tiempos de la literatura, de una obra que trata una época y un lugar muy concretos.

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