Nº 27
No hay por qué rebajarse hasta el escaparate más comercial. Entiendo que basta con ser sincero, con hablar con sinceridad sobre los libros que van llegando a la tienda para ganarse la confianza de los lectores, para conseguir compradores. Es casi seguro que en 2011 se abra la librería güé (cómo mola) y el tendero tiene miedo de muchas cosas. Yo lo tengo de algunas: lo que más miedo me da es perder lectores. El librero teme, sobre todo, que no me acople yo a las necesidades que él entiende como nuevas: se trata de un miedo justificado porque la línea editorial, literaria, se va a mantener fielmente o yo no soy Peri Lope. Si escribo aquí es porque se me obligó, que haya pasado de ser un castigo a una necesidad que he de cubrir no es culpa mía. Ah: hoy cuatro libros.
Unas semanas lleva por aquí el último de Juan José Millás, LO QUE SÉ DE LOS HOMBRECILLOS, un escritor al que he admirado y que me ha defraudado a partes iguales. Me parece un maestro absoluto en sus microrrelatos: hubo un tiempo en el que no me perdía su columna semanal de EL PAÍS y en ella he leído algunos de los mejores que recuerdo. Cuando he atacado la novela, sin embargo, no me he sentido satisfecho, tengo un recuerdo extraño de un libro de cuentos que hablaba de los adulterios y del que, paradójicamente, o como en los tochos de filosofía, lo mejor era la introducción, pero con diferencia. He oído hablar bien de MI MUNDO pero casi ni lo tomé de las manos. Tampoco me convencieron los relatos de ESOS OBJETOS QUE NOS LLAMAN. En fin, me queda el buen recuerdo de aquellas columnas finas y desternillantes. En esta última novela un catedrático se relaciona íntimamente con un pequeño mundo maravilloso, de esos que en principio están reservado a las vidas ficticias, gracias al cual ve todos sus deseos cumplidos, un extremo que a la que se filosofa o se vive en primera persona resulta no sólo ingrato sino perjudicial. La verdad es que tiene buena pinta y al Millás lo veo capaz de resolver un argumento así... Seix Barral. 185 páginas. 17, 50 €. Primera página:
1.
Estaba escribiendo un artículo sobre las últimas fusiones empresariales, cuando noté un temblor en el bolsillo derecho de la bata, de donde saqué, mezclados con varios mendrugos de pan, cuatro o cinco hombrecillos que arrojé sobre la mesa, por cuya superficie corrieron en busca de huecos en los que refugiarse. En esto, entró mi mujer, que ese día no había ido a trabajar, para preguntarme si me apetecía un café. Cuando llegó a mi lado ya no quedaba ningún hombrecillo a la vista, sólo los pedazos de pan y algunas minas.
- ¡Qué manía! -dijo refiriéndose a mi hábito de guardar en los bolsillos mendrugos de pan cuya corteza roía con los mismos efectos relajantes con los que otros fuman o toman una copa.
Le disgustaba esta costumbre, aunque mis mendrugos no hacían daño a nadie y a mí me proporcionaban placer. Por lo general, tras escribir un párrafo del que me sentía satisfecho, sacaba uno del bolsillo y le daba (...)
De Juan Eslava Galán leyó el librero, hace años, EN BUSCA DEL UNICORNIO. Dice que le pareció muy gracioso y que es el recuerdo que le queda, el de una lectura amable que hizo un día griposo en el que no pudo ir a trabajar. Años antes ese libro había ganado el Planeta, el de 1987. Yo no sé mucho de él: que últimamente viene hablando de borregos y pastores, catolicismos... Su última novela fue REY LOBO, del año pasado, y en el que hoy presento vuelve a la ficción, pero divulgativa: DE LA ALPARGATA AL SEISCIENTOS, Planeta, 420 páginas, 21, 50 €, un recorrido por los años cincuenta. Empieza así:
CAPÍTULO 1.
AMERICANOS, OS RECIBIMOS CON ALEGRÍA.
Madrid, febrero de 1953.
- Bebe y dime qué te parece.
El acaudalado constructor Chato Puertas, traje a rayas cruzado, bigotito lineal, sortija con brillante en el meñique, le alarga a su amigo y colega Nemesio Lañador un vaso que contiene un mejunje oscuro con media rodajita de limón.
Están sentados en los taburetes acolchados de la barra del bar Chicote, Gran Vía, 15. Varios clientes habituales y dos señoritas de quinientas pesetas la prestación guardan, sonrientes, la reacción del catador.
Desconfiado, Nemesio Lañador olisquea el líquido. Huele a nada con burbujas. Se lleva el vaso a la boca y le da un sorbito. Lo paladea con los ojos entrecerrados.
- No sé... ¿Es un jarabe? -aventura-. ¿Zarzaparrilla mezclada con café?
El Chato Puertas se vuelve con una sonrisa de suficiencia hacia los dos o tres compadres que asisten a la prueba. Mira nuevamente a Nemesio.
- ¿Pero te gusta o no te gusta? -insiste.
Especialmente bien estoy oyendo hablar de la argentina Claudia Piñeiro. La novela TUYA es original de 2005 pero el grupo Santillana la reedita ahora que la escritora goza de bastante reputación, premios importantes y exitosas adaptaciones de cine, véase LAS VIUDAS DE LOS JUEVES. El caso es que quizá lea esta historia el fin de semana y, entonces, ya cuento. Alfaguara, 170 páginas, 16, 50 euros y la cosa dice así:
1.
Para aquel entonces hacía más de un mes que Ernesto no me hacía el amor. O quizá dos meses. No sé. Yo llego a la noche muy cansada. Parece que no, pero las tareas de la casa, cuando una quiere tener todo perfecto, te agotan. Si por mí fuera, apoyo la cabeza en la almohada y me quedo dormida ahí mismo. Pero una sabe que si el marido no la busca en tanto tiempo, no sé, se dicen tantas cosas. Yo pensé, lo tendría que hablar con Ernesto, preguntarle si le pasaba algo. Y casi lo hago. Pero después me dije, ¿y si me pasa como a mi mamá que por preguntar le salió el tiro por la culata? Porque ella lo veía medio raro a papá y un día fue y le preguntó: "¿Te pasa algo, Roberto?". Y él le dijo: "¡Sí, me pasa que no te soporto más!". Ahí mismo se fue dando un portazo y no lo volvimos a ver. Pobre mi mamá. Además, yo más o menos me imaginaba lo que le estaba pasando a Ernesto. Si trabajaba como un perro todo el día, y cuando le sobraba un minuto se metía a hacer algún curso, a estudiar algo, ¿cómo no iba a llegar agotado a la noche? Y entonces me dije: "Yo no voy a andar preguntando, si tengo dos ojos para ver, y una cabeza para pensar". Y lo que veía era que teníamos una familia bárbara, una hija a punto de terminar la secundaria, una casa que más de (...)
Muy buena pinta tiene este LENGUAJE DE LAS CÉLULAS Y OTROS VIAJES, del autor ya fallecido Nacho Gallego. Una colección internacional de relatos, textos narrativos que el escritor dejó preparados para su publicación cuando ya sabía de su enfermedad. En fin, no es que el autor haya muerto lo que me atrae y, puestos a elegir, prefiero que la gente no se muera. Lo cuento porque, efectivamente, su enfermedad fue necesaria para que él empezara escribir: "Sonó el silbato, un tren imaginario se puso en marcha y antes de que pudiera darme cuenta yo iba dentro con los ojos muy abiertos, las narices pegadas a la ventanilla. Algo contrariado al inicio, es cierto -a nadie le gusta que le alteren los planes-; muy pronto, sin embargo, contemplaba absorto el paisaje y en el transcurso de uno a otro andén crecía mi curiosidad por saber hacia dónde se dirigía el convoy". No me digan que quien esto escribe no merece una oportunidad. Edita Caballo de Troya. 317 páginas. 23 €. Espero leerlo, dice así:
Inicio.
Durante uno de mis tratamientos de quimioterpia, un amigo me dijo que eso de la quimio debía de ser muy jodido. En sus palabras había un reconociemintopatente de su ignorancia hacia algo desconocido por él. Pero también había una provocació, un deseo de comunicar. Mi amigo abría una puerta por la que yo podía o no entrar, toda una invitación al desahogo. Del otro lado de esa puerta, estaban los demás. Y, con ellos, la posibilidad de salirse por un rato de mi cuerpo averiado para tratar de comunicar is sentimientos, frustraciones; en definitiva, cómo estaba viendo yo todo eso. Desde el inicio de mi enfermedad se han abierto muchas puertas como esa y, tan sólo después de muchos años, me he atrevido o, mejor dicho, me he permitido cruzarlas. Pero para ello, como no podía ser de otra manera, ha sido necesario emprender un largo proceso de búsqueda. Gran parte de esa búsqueda la he hecho en solitario, obedeciendo a una pulsión bastante frecuente por la que uno trata de resolver en casa sus propios problemas.
Durante toda mi vida, yo siempre había gozado de una salud envidiable. Y un día como otro cualquier supe por los médicos que mi cuerpo estaba incubando un cáncer. Es como si, de repente, me hubiera tocadoel premio gordo... en un concurso para desahuciados. Le ha tocado un cáncer. La repeteción de es-(...)
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