Estuve leyendo, como dije que iba a hacer, TUYA, de Claudia Piñeiro. Lo estuve leyendo durante treintaicinco páginas. Hubo un tiempo en que era más generoso, más confiado, pero ese tiempo pasó. Treinta páginas son, a veces, suficientes para mi. Mi experiencia de lector así me lo dice.. Es el caso. Esta historia que he abandonado tiene un planteamiento original, pero está mal desarrollado desde mi punto de vista. Lleva un ritmo algo alocado, no me da tiempo a ponerme en el lugar de los personajes, a sentirlos, a entrer en la historia. Además el estilo no es muy alentador y el tono no me gusta ni me parece convincente, porque es artificial. Insuficiente, claro. No puedo leer un libro así. Aún lo miro de reojo y me siento tentado a abrirlo de nuevo pero, mira por dónde, ya empecé otro, y aún continúo con otro que tenía entre manos, y sigo picoteando de varios poemarios... no necesito hacerme tantas preguntas respecto a una lectura. Ahora toca Lorca.
CANCIONES DE CUNA.
Pues, efectivamente, cerramos esta serie del granadino, con la conferencia de las nanas, ya saben, esas canciones que las madres cantaban a sus niños para que durmieran cuando la madre necesitaba que el nene durmiera y no cuando el propio nene necesitaba dormir. Quizá no lo sospechaban al principio, pero no es un tema algodonado este, es más bien todo lo contrario: terreno áspero. Pero ha resultado ser este uno de los textos más atractivos. En él confluyen la poesía y el misterio, la tristeza, la ternura, la inocencia y la culpa... Una de las cuestiones que Federico García Lorca aclara es que las nanas son canciones para niños que no tienen sueño, para el día, se cantan en la hora en que tienen ganas de jugar.
Duérmete, mi niño,
que tengo que hacer,
lavarte la ropa,
ponerme a coser.
Entre los proyectos que el poeta Lorca llevara a cabo se encuentra este de rastrear las nanas de España. Así que en esta conferencia se accede al Lorca etnógrafo, que ha hablado con madres y abuelas de Andalucía, del centro y del norte, que ha recopilado información interesante para luego sacar sus conclusiones, tan literarias siempre:
En todos los paseos que yo he dado por España, un poco cansado de catedrales, de piedras muertas, de paisajes con alma, etc., etc., me puse a buscar los elementos vivos, perdurables, donde no se hiela el minuto, que viven un tembloroso presente. Entre los infinitos que existen, yo he seguido dos: las canciones y los dulces. Mientras una catedral permanece clavada en su época, dando una expresión continua de ayer al paisaje siempre movedizo, una canción salta de pronto, de ese ayer, a nuestro instante, viva y llena de latidos como una rana, incorporada al panorama como arbusto reciente, trayendo la luz viva de las horas viejas, gracias al soplo de la melodía.
Toda esta gente, que son casi todos los señores que viajan, está despistada de la manera más torpe. Para conocer la Alhambra de Granada, por ejemplo, antes de recorrer sus patios y sus salas, es mucho más útil, más pedagógico, comer el delicioso alfajor de Zafra o las tortas de alajú de las monjas de Santiago, que dan, con la fragancia y el sabor, la temperatura auténtica del palacio cuando estaba vivo, así como la luz antigua y los puntos cardinales del temperamento sensual de su corte. En la melodía, como en el dulce, se refugia la emoción de la historia, su luz permanente sin fechas ni hechos. El amor y la brisa de nuestro país vienen en las tonadas en el la rica pasta del turrón, trayendo vida viva de las épocas muertas, al contrario de las piedras, las campanas, las gentes con carácter y aun el lenguaje.
Me parece que es un extracto que aclara suficientemente su intención primera y la raíz de su interés por las canciones de cuna. Más adelante nos dice que la melodía "define los caracteres geográficos y la línea histórica de una región", y un poco más adelante aún empieza a dar forma a sus primeras e interesantes conclusiones: "España usa sus melodías de más acentuada tristeza y sus textos de expresión más melancólica para teñir el primer sueño de sus niños (...) Frente a la canción europea (o vasca) la española trata, además de dormir al niño, de herir su sensibilidad". O: "(En España) el que quiere saltar al sueño se hiere los pies con filo de navaja barbera". Así da gusto leer ensayo o divulgación.
Pero por qué la canción de cuna es triste. Dice Lorca que porque son canciones de madres pobres, las que se encontraban en esa ambigua posición entre el instinto maternal y la inconveniencia de una boca más que alimentar y la necesidad contraria de una persona a la que atender. Además de ellas las nodrizas que trabajaban en casas ricas también ayudaron a la divulgación de estas nanas que mantenían su aire apesadumbrado, aunque ya su función no fuera la misma.
Para provocar el sueño del niño intervienen varios factores importantes, si contamos naturalmente con el beneplácito de las hadas. Las hadas son las que traen las anémonas y la temperatura. La madre y la canción ponen lo demás.
Y así hadas, ritmo físico y ritmo intelectual son necesarios y suficientes para dormir a los más pequeños. No hace falta texto para ellos y la canción perfecta son dos notas combinadas. Sin embargo, añadirá más adelante, la verdadera nana necesita de un espectador, de manera que, a menudo, el niño al que se canta ya habla y anda, entiende las letras y, a veces, las canta. Y, ahí sí, la canción de cuna se ceba: el texto va contra el sueño, crea estados de terror y de duda:
A la nana, nana, nana,
a la nanita de aquel
que llevó el caballo al agua
y lo dejó sin beber.
Se crea una imágen misteriosa que, junto a la melodía triste, provoca el efecto deseado, poético y confuso.
De esta manera Lorca profundiza luego en algunos tipos de nana, además del de la imágen misteriosa: el del peligro acechante (Coco, peligroso a la par que misterioso, por desdibujado), el del niño actor, (en el que el niño forma parte de la canción), el de la mújer adúltera (en el que la madre avisaba al amante de que el marido estaba en casa a través de la letra)... en fin, un repertorio de lo más atractivo, y sugerente, tierno y, también, descorazonador en cuanto se cae en su función. Y en cualquier caso, una excusa (buena) para que Lorca despliegue su capacidad metafórica y su refinada sensibilidad, para que quien aún no se haya iniciado con el granadino de unos pasos previos muy interesantes en ese sentido.
Porque esta es la razón por la que me he decidido por este libro de Federico García Lorca antes que por ningún otro de los suyos. Leer a Lorca conociendo sus máximas preocupaciones literarias, su visión de la poesía y, en general, de la expresión artística hará al lector disfrutar del resto de su obra, sobre todo de su poesía, de forma más íntima y, por tanto, mejor. Me parece que es un libro muy interesante.
Título, Conferencias.
Autor, Federico García Lorca.
Editorial, Comares, 2001.
Colección, Huerta de San Vicente.
208 páginas. 11, 45 €.
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