jueves, 3 de febrero de 2011

UN HOMBRE MUERTO A PUNTAPIÉS

Título, Un hombre muerto a puntapiés.
Autor, Pablo Palacio.
Original de 1927.


Editorial, Veintisiete letras. 2010.
184 páginas.
Pvp, 12, 95 €


Mucho me viene costando últimamente sentarme a escribir al teclado, otras circunstancias me empujan en sentidos contrarios: piensen, para hacerse una idea, en la de sentidos que pueden partir de un único punto. El punto soy yo sentado a la mesa, y las cosas que me pasan son las líneas que parten de él y que no se adónde van aunque voy con ellas.

Estoy perdido, pero a cambio de tanto descontrol estoy conociendo de cerca a Rojas Zorrilla. No muy de cerca, pero de cerca. El grupo olmedano de teatro, Francachelas, está a punto de estrenar ABRE EL OJO y como estoy invitado a participar de los ensayos pues participo. El verso otra vez. Normalmente hasta junio no lo atacaba, y lo hacía sólo por un rato: eln general el teatro es más divertido de ver que de leer, al menos en lo que al siglo de oro se refiere.

El caso es que hace ya más de quince días que leí al ecuatoriano Pablo Palacio. Hay unos cuantos relatos en el libro de hoy que me han gustado mucho. Supe por primera vez de este autor un día en el que el librero me habló de él. El librero habla a menudo con un señor ferretero que es, además, buen lector y, además, amigo de unos algunos escritores. Que si Royuela dice que dice Vila-Matas y que si Mariano dice y, claro, acabó diciendo el librero que lo leyera: lee, produce y sirve, en definitiva, para algo.

A ver. UN HOMBRE MUERTO A PUNTAPIÉS consta de nueve cuentos de los cuales el mejor es, sin duda, el primero, que lleva el mismo título del libro. Además Octavio Ramírez, protagonista muerto de este primer relato, es también el del segundo de ellos: EL ANTROPÓFAGO, en el que  se nos narra una historia al menos tan impactante como la primera, la de un hombre encarcelado y temido porque un día trató de comerse a su hijo. Lo cierto es que algunos pasajes son impactantes en su contenido y, también, en su forma. Parece que el tipo de búsqueda estética que le interesaba realizar a este escritor tan poco conocido ( más bien olvidado) era  conceptual, de manera que se sirve de imágenes fantásticas para llegar, a modo de metáfora, a conclusiones reales o prácticas. Digo yo.

Un hombre muerto a puntapiés es la crónica de una muerte conocida, igual que la anunciada  por Márquez. Ambos relatos tienen en común que son bastante explícitos en la violencia y se narran, digamos, hacia atrás. Desconozco si García Márquez lo había leído pero se diferencian claramente en la propuesta: un pequeño relato uno y toda una novela el otro. Además Palacio es irónico: el dolor y la muerte son elementos en los que se recrea con sarcasmo. En este sentido García Márquez es más contundente, más realista, y provoca dolor en el lector, algo que no se puede sentir leyendo a Palacio. Pongo los dos finales.

Crónica de una muerte anunciada:
Después entró en su casa por la puerta trasera, que estaba abierta desde las seis, y se derrumbó de bruces en la cocina.

Un hombre muerto a puntapiés:
¡Chaj!
¡Chaj!  {    vertiginosamente
¡Chaj!

en tanto que mil lucesitas, como agujas, cosían las tinieblas.




Los tres relatos que conforman BRUJERÍAS me han gustado mucho. Lo cierto es que han logrado transportarme al infantil mundo de las brujas y de los miedos inexplicables. Dos cuentos que son tres hechizos de entre los cuales el primero, "para enamorar a una dama", me ha maravillado. Imágenes como un joven enamorado de una bruja de aliento hediondo, verrugas en la cara y dientes amarillos, o el del hombre convertido en árbol son conseguidas con la naturalidad propia de lo que tiene sentido aún cuando no sea necesario hacer este explícito. Otro de los relatos que me han encandilado  es LA DOBLE Y ÚNICA MUJER, en el que Palacio continúa con su recreación literaria, rompedora, y nos presenta el caso extraño de una mujer que es un par de ellas, una dominante, la otra evidentemente sumisa, ambas dándose la espalda, el pecho de la otra y, en definitiva, comportándose la mayor parte de las veces jerárquicamente aunque, según el relato evolucione, sus personalidades evolucionarán hasta la confrontación, hasta las preguntas trascendentales sobre, por ejemplo, el alma. Buen cuento es también EL CUENTO, que habla de la opinión pública, de la importancia de la visión que sobre uno tienen los demás ya desde los griegos antiguos, y cierra, para mi, lo mejor de este libro de relatos.

Lo cierto es que no siempre he logrado interiorizar el sentido con el que Pablo Palacio escribió sus relatos. El estilo es más bien austero y, también, bastante entusiasta pues, como ya he dicho, se regodea en la ironía y , más bien, en la acidez de algunas de las situaciones creadas, así como en detalles escabrosos. Pero el tipo ríe sin parar, eso seguro, y la risa acude también al lector.

Nacido en 1906 este ecuatoriano, doctor en Jurisprudencia y profesor de Filosofía y de Literatura, llegó a ocupar puestos destacados en los gobiernos ecuatoriano y mexicano. Escribió toda su vida y con veintiún años ya era autor del libro que reseño y de la novela  DÉBORA. Es también autor de numerosos ensayos y poemas, además de otros relatos, y en 1932 se publicó su novela (subjetiva) VIDA DEL AHORCADO, de la que espero dar alguna noticia otro día de este 2011. Tradujo textos filosóficos, entre ellos los de mi idolatrado Heráclito (qué tendra, madre, Heráclito, digo yo que será el fuego). En 1940 comienza a sufrir lesiones cerebrales y al poco la locura se adueña de él. Muere siete años después en un hospital de la ciudad de Guayaquil.

El libro presente reúne además doce textos (dispersos) que fueron publicados en periódicos de su país entre 1921 y 1930. De calidades desiguales son un buen complemento de la obra en la que, de momento, he centrado mi interés, el del librero. Un autor no muy conocido que fue capaz de lograr el reconocimiento de sus contemporáneos a pesar de que (o puede que porque)  se atrevió a escribir lo que quería. Lo que quería no tenía nada que ver con nada y, además, sigue siendo más moderno que la mayoría de lo que se publica hoy. Y no me vengan con que si el concepto de modernidad o que si el de modernismo. De eso ya hablaremos en otra ocasión. O no.

P.D. Acuérdense de picar la imagen. Que tiene que estar en todo uno, oiga.

3 comentarios:

  1. Me ha convencido el post y seguro que leo este "Un hombre muerto a puntapies" porque el género me encanta. Por cierto yo en lo que a teatro se refiere conincido, con excepciones como valle Inclán (vaya usted a saber porqué), pero me cuesta mucho leerlo.

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  2. Que esto sirva como agradecimiento de parte de Francachelas hacia la labor que estás realizando y más en particular a la ayuda que me estás presatado, así como de disculpa hacia todos tus lectores por el "secuestro temporal" al que te encuentras sometido. Gracias, sin ti, seguramente, el barco no hubiera tomado buen rumbo.

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  3. Jlin, el teatro cuesta leerlo porque las obras de este género son, más bien, guiones que llevar a escena. Esto es así desde siempre y, por ejemplo, el propio Lope (el de verdad, el maestro) no mostraba tanto interés en la obra impresa como en la puesta en escena, y eso que literariamente daba mucho de sí.
    Valle-Inclán, seguramente, orientaba más sus creaciones al libro impreso, como narrativa, siempre excelente.

    Alfredo. Siempre que los francachelos se acuerdan de mi acudo como un perrillo faldero. No lo puedo evitar. Me encanta. También espero que el barco flote sin mayores problemas. Por lo lectores del blog no te preocupes, así descansan un poco de mi. Y, a quien interese, le contaremos alguna teatrada.

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