miércoles, 30 de marzo de 2011

LA NOVELA LUMINOSA

Título, La novela luminosa.
Autor, Mario Levrero, 2005.
Editorial, Debolsillo, 2009.


568 páginas.
Pvp, 9, 95 €.

No es que me haya iluminado este libro del uruguayo Levrero que, desde luego, no es una novela. Compuesto por dos partes supuestamente bien diferenciadas se diferencian estas más bien poco . La primera, la más larga, no es otra cosa que el diario personal del escritor, a lo largo de un año, en el que cuenta sus miserias y preocupaciones, y que utiliza como ensayo primigenio o caldo de cultivo de la segunda parte, que tampoco es una novela. Lo sabe el lector y lo sabe también el escritor. Lo sabe el librero, el crítico y el editor. No pasa nada, todos lo sabemos. La Novela Luminosa es el título del libro.

Abordarlo no es una aventura ni algo parecido. Es un hecho curioso. Para el lector ávido algo distinto sin más. Para el lector aleccionado en los géneros esto debe de ser lo más parecido a un disparate. Ambos tipos son respetables y, en lo que a mi respecta, respetados, pero el libro de hoy se lo recomiendo a los primeros y con cuidado. También se lo recomiendo a los que son aficionados a escribir sus propias creaciones. El método que utiliza Levrero lo conocía de cerca, lo que pasa es que yo nunca hubiera ido tan lejos. No sé si es conocida la manera de buscar la inspiración cuando uno se atasca y que consiste en seguir escribiendo cualquier cosa al hilo de lo que se viene contando, haciéndose preguntas sobre tal personaje y diciendo cosas sin importancia sobre, por ejemplo, la calidad del trazo o lo cansado que se está... todo se puede escribir con tal de no despegarse del papel, de no abandonar el bolígrafo ni la dinámica hasta que, de repente, se recupera una idea, se encuentra uno con material nuevo que desarrollar, se desatasca la historia. Yo lo hago. Yo también escribo. Luego se lo paso al librero: tiene una carpeta repleta.

El paso que da Mario Levrero consiste en que, al menos en una medida importante, no elimina aquellos pasajes que, desde una perspectiva más tradicional del artificio literario, deberían quedar fuera de la obra  y son en el mejor de los casos metaliteratura y en otros muchos ni siquiera eso. El lector puede leer esas transiciones psicológicas que apuntaba más arriba y que Levrero sufre, son incorporadas como parte del discurso. ¿Que por qué lo hace? Lo hace, lo puede hacer, porque está buscando su iluminación, no la del lector. El lector de este libro le importa a Levrero entre poco y nada. No puede ser un libro fallido, porque si a alguien le parece o no un libro fallido al escritor le da igual, no es su objetivo.

Sus objetivos son dos: uno es justificar la beca que ha recibido de la fundación Guggenheim, y el otro  es explorar en las experiencias luminosas que ha vivido y que según sus conclusiones sólo podrían producirse gracias a la existencia de una cuarta dimensión, bien el tiempo o bien otra u otras que no explica.

Ambos quedan desde mi punto de vista cumplidos. El diario de la beca muestra buena parte de la vida de Mario Levrero entre agosto de 2000 y agosto de 2001. Nos narra este que está siendo su proyecto literario, nos cuenta su adicción a los programas de ordenador, su desajuste horario (hay días que se acuesta por la mañanas y mañanas que comienzan entrada la tarde), sus relaciones personales, entre las que destaca la que mantiene con Chl (y que es referencia principal de todo el diario, casi diría que motivo de existencia del escritor), sus obsesiones: la novela policiaca y, sobre todo, el autoanálisis.

En general su capacidad analítica es extraordinaria. Como buen escritor es un observador atento de cuanto le rodea y, sin ir más lejos, la vida de unas palomas vecinas tiene cabida en su diario. Pero lo que más me ha llamado la atención es el análisis que hace de su propio comportamiento, su psicoanálisis. A priori me pareció que Mario Levrero trataba, con bastante descaro, de justificar acciones condenables (adicción, pereza, etc...) pero fui descubriendo enseguida que su deseo era la solución del problema y que para  llegar a ello, como es lógico, se hacía preciso un diagnóstico serio de cada caso, de cada problema.  De hecho es bastante curiosa la sucesión de hechos de este tipo, variaciones que en su vida diaria logra hacer con tal de superar sus adicciones. Cuestiones más cotidianas como las del  insoportable calor que sufre en los meses de verano o los talleres literarios que imparte a varios alumnos también son tratadas en su diario y, finalmente, este desemboca en vivencias que él ni considera inexplicables ni logra, por otra parte, explicar aunque trata de hacerlo: son las que tienen que ver con fantasmas, con telepatías, con el tema principal de su novela, la que cerrará el libro, una quinta parte de ello: cien páginas.

Ha sido leyendo la novela que no es novela cuando me he sentido decepcionado, he estado a punto de abandonarla y no lo he hecho porque me parecía ridículo dejar sin leer setenta u ochenta páginas después de leer más de cuatrocientas. Pero esperaba una novela al final de libro. No la ha habido. En ella trata de cumplir el segundo de los objetivos que apuntaba arriba: explorar en sus experiencias luminosas y tratar de comprenderlas. Sus experiencias luminosas son normalmente telepáticas y presentan la necesidad de una cuarta dimensión (Levrero debió de pensar que no sólo los científicos tienen capacidad inventiva y que, puestos a decir cosas incomprobables, todos podemos hacerlo). Así que narra algunas de ellas, divaga, habla de su literatura, corrige lo había dejado escrito el día anterior, se atasca y nos cuenta cómo se atasca, habla de hormigas y, por fin, narra sucesos muy interesantes, como los respectivos a su catolicismo (aquí experiencia luminosa equivale a mística) y otros. La mayoría muy llamativos y, he de reconocer, interesantes.

Entiendo, además, que el sueño es elemento fundamental. De hecho, una de las cosas que más me han sorprendido (y que igualmente tiene que ver que el autoanálisis que apuntaba más arriba) es la descripción tan detallada que hace de sus sueños. Los recuerda muy bien y, a menudo, son enlace, testigo o prueba de la experiencias luminosas que se narran. Además, sospecho que Mario Levrero, puede que por sus desajustes horarios, debía de sufrir trastornos del sueño. No digo que por sí explique cuestiones pero, sin duda, debe ser un factor a tener en cuenta: Levrero relata sus ensoñaciones (no sé si el término es correcto) con tanto detalle que quedan a años luz de los recuerdos que yo tengo de los míos, de los que apenas lograría describir algunos trazos difusos. Por si a alguien interesa esta cuestión dejo el nombre de un libro y un autor que trata el tema, y que me interesó mucho en su momento: TRAVESÍA NOCTURNA, Clément Rosset.

He leído a un autor que estaba de vuelta ya de las preocupaciones literarias. Otras preocupaciones eran más importantes y escribir tan sólo un medio de atajarlas. Ahí radica su seguridad. No necesita la aprobación de nadie. Escribe lo que quiere, lo que necesita. Su narrativa es honesta al cien por cien. En este sentido resulta conmovedor que no deje de hablar de la obra como quizá la última suya, por algún motivo sospecha que no va a superar una operación de vesícula que tiene programada y lo cierto es  que La Novela Luminosa  acabó  siendo la obra póstuma del autor (aunque no sé si por culpa de dicha operación, no lo he investigado). Quizá se tratase de su última experiencia luminosa. Un libro extraño. E interesante.

4 comentarios:

  1. Hola Peri:

    Al final te lanzaste con Levrero.

    Entiendo tu desconcierto al buscar una novela en este libro, que es otra cosa...

    A mí me llamó la atención entrar así, de sopetón, enla conciencia del escritor. Me gustó ver su absoluto desinterés por el mundillo literario y la fama y esas cosas...


    Quizás deberías leer algún otro libro de él para darte cuenta de cuáles son los registros de este escritor. En este caso no leas "El discurso vacío", que es lo que más se parece a La novela luminosa.

    Saludos

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  2. Me lancé y casi me mato. El diario de la beca me gustó y según fui terminándolo creció en mi la ansiedad por leer una historia de cien páginas, de esas de leer casi de un tirón y, mira por donde, fui a encontrarme con los mismos temas del diario y desde la misma perspectiva, además de con el mismo estilo.

    Pero bueno, el sabor que me ha quedado no es malo y, en cualquier caso, aunque en algún momento he dudado, me ha parecido un libro honesto, lo que para mi quiere decir que uno puede dejarse llevar sin más. Por norma general creo en el autor cuando el autor está convencido.

    De momento buscaré más sus ficciones. A ver.

    Saludos, David.
    Parlamos de Saer en la ciudad, que aquí molestan las cigüeñas.

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  3. Peri, con tu sinceridad en la reseña de este libro y su autor has conseguido todo lo contrario de lo que seguramente pretendes (o quizás, más bien creo, no pretendas nada...) : ponerme en contra. Y eso por dos motivos : uno, si yo no le importo como lector por qué debería importarme él como escritor (si lo que hace es un autosicoanálisis, que se lo guarde para el !); y dos, no me gusta la gente que se mira el ombligo, sobre todo si ese ombligo me importa un comino. He dicho :-)
    Un saludo. Blanca G.L.
    PS. Ya he salido de la Geografía Mágica y he puesto en su sitio mi comentario.

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  4. Hola, Blanca.

    En realidad Levrero no afirma que no le importe el lector, de hecho no es raro leer sus disculpas al respecto, pero bueno, la impresión es que se trata de un libro de autoayuda en el sentido más estricto de la palabra (para el escritor). El psicoanálisis que se va haciendo es interesante y en cuanto a la función del lector puede entenderse como de referencia más bien lejana. Uno siente que le está echando una mano cuando lee, que para él es vital. En este sentido es un libro honesto.

    Mal me parece que un libro que nada tiene de novelesco venga a llamarse La Novela Luminosa. Es algo peor que un error.

    Un saludo.

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Comentarios.