N º 40

PRÓLOGO
Los semáforos se suceden. Uno, dos, tres, cuatro, hasta cinco seguidos. Están apagados o parpadean en ámbar. Demasiadas facilidades para el autobús diésel modelo Paz de fabricaci´ón rusa en que va Dragan Dabic, un hombre de barba gris y pelo atado en una larga coleta canosa recogida en un moño. Después de contarlos se pregunta por un instante si no estarán dejando a propósito vía libre al autobús. Pero, ¿con qué fin? ¿No hay siempre un horario que cumplir, un orden que mantener? ¿Será aviso de prevención porque hay obras en la carretera? Sus cavilaciones sin respuesta lo sumergen en la agradable temperatura del aire acondicionado que huele ligeramente a ambientador dulzón y a gasoil, y cierra los ojos. El calor asfixiante de julio queda fuera. El viaje no es largo, pero seguro que puede dormitas unos minutos, incluso un cuarto de hora, como siempre.
Lleva unas grandes gafas de aumento tintadas de un color caramelo oscuro. Ve el mundo de ese color. Ese color lo protege.
Es un hombre alto, grande, no demasiado grueso, pero ocupa casi la mitad del asiento contiguo, que está vacío. Encima de él ha puesto su llamativo sombrero panamá y (...)

Uno.
-¿Querés saber con qué te vas a encontrar? -dijo Ezequiel Paz y desplegó una servilleta de papel sobre la mesa, entre las tazas que nos había dejado un mozo malhumorado. Me había citado en un bar de Colegiales, en uno de esos regresos de golondrina a la Argentina. Estaba igual que siempre: animoso, inquieto, alegre, dispuesto a barrer con todas las dificultades. Su nueva vida de profesor itinerante, en vez de apaciguarlo, sólo había multiplicado sus fuerzas. Hizo aparecer una lapicera y marcó unos trazos rápidos y enérgicos, como si fuera un general a punto de enviarme a una misión peligrosa-. El sur de los Estados Unidos -y giró la servilleta para mostrarme una sucesión de rectángulos-: Mississippi, Alabama, Georgia. La universidad está por acá, en Georgia, en la frontera con Alabama. El sur profundo. Mucha población negra, la zona de las antiguas plantaciones. El pueblito se llama Redground y está cerca del fuerte militar más grande de los Estados Unidos. Ya verás a los marines con sus uniformes en las clases de historia. Un estado muy conservador, todos van a la iglesia los domingos. Pero vos, qué te (...)
El último libro de Marta Sanz (Madrid, 1967), continúa la serie iniciada en BLACK, BLACK, BLACK, historia protagonizada por el nada ortodoxo detective Zarco. Diecinueve con noventa euritos para más de trescientas páginas de literatura de género negro. No hay muchos comentarios por ahí, pero he encontrado esta reseña. Bueno, publica Anagrama, como podrán comprobar por la imagen, y empieza así:
Tengo el corazón roto y no sé conducir. He comprado un billete de autobús. He desconectado el móvil y me he hecho la promesa de no encenderlo más que por las noches para comprobar las llamadas perdidas y los mensajes. Todo el día será como un dolor extendido hacia ese momento negro como el agujero del culo. Retención que acaba en espasmo de placer. O quizá el corazón se me pulverice cuando, tras escuchar la señal de encendido del teléfono, compruebe que nadie me ha buscado. Que a nadie puedo castigar con mi desaparición.
- Tómate esta botella conmigo; en el último trago me besas...
Con el volumen excesivamente alto, mi compañera de asiento escucha una canción, como pensada para mí, a través de unos auriculares. Ahora y durante los próximos meses, casi todas las canciones estarán como pensadas para mí. Mi compañera de viaje le pega un traguito a su cola light.
- Tómate esta botella conmigo...
Yo no bebo mucho ni sé conducir y vuelvo la cara hacia el cristal de la ventanilla para que mi compañera de viaje no me descubra los pucheros. Imagino a la Vargas, amojamada, con los labios húmedos de tequila. Con cada lingotazo, la voz se rompe un poco más y el blanco de los ojos se va enrojeciendo mientras las falanges se crispan al agarrar los vasitos y apretar el pucho (...)
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