miércoles, 3 de octubre de 2012

Nº 46
Así que se inicia por aquí la nueva temporada. En Olmedo se va con un poco de retraso respecto del resto de pueblos del mundo septentrional porque sus fiestas patronales terminan alrededor del uno de octubre, prácticamente se solapan con el final del verano y aún queda por celebrarse la fiesta chica, la que hace honor a su patrona más importante: La Virgen de La Soterraña, el 10 de octubre. Esta última, a su vez, casi se solapa con la otra, la nacional, la del Pilar. El librero está dejando de fumar ya por pura impaciencia y yo retomo las alicias, que hace fresco para seguir veraneando.

De hecho, la labor de despiste va muy avanzada ya estas alturas y todo el mundo está seguro -o ha sido convencido- de que si las cincuenta sombras de Grey son ya misión olvido y el invierno del mundo que se nos viene un año más en literatura lo invade todo es porque no existen otros libros, ni otros autores ni los libreros tienen nada que recomendar de tan recomendado que está todo, y -ocupados en catalogar los libros que son grandes éxitos antes aún de llegar a las librerías que ocupan sin dejar espacio para casi nada más- no tienen ánimo ni razón para desarrollar su labor: reseteados.

Pero hay otros libros. Doy fe. Los hay mejores y peores que los super ventas pero los hay.


Medusa es la nueva novela de Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971), autor de cierta reputación y conocido por la que dio en llamarse Trilogía del Mal, formada por las novelas -hay que decir que siempre breves- "La ofensa", "Derrumbe", y "El corrector", de las cuales por aquí tan sólo se ha leído la última de ellas, contextualizada en los atentados del 11-M. Nos dicen en la contra que esta nueva novela (Seix Barral, 2012, 160 páginas, 17.50 euros) habla del carácter ambiguo, problemático y a menudo perverso de la experiencia estética, a través de la vida del cineasta, fotógrafo y pintor Prohaska, artista singular obsesionado con la desaparición y la invisibilidad y, del que no se conserva ninguna imagen a pesar de ser testigo principal de muchas imágenes históricas. Empieza así:






Masacre en Kovno.

Existen dos arcanos: el Mito y la Historia.
La aspiración de todo Mito es pasar a formar parte de la Historia; la aspiración de toda Historia es alcanzar el grado de inteligibilidad del Mito.  Mito e Historia se necesitan en virtud de lo que respectivamente adolecen: aquél de la mayoría de edad de su hija adusta; ésta de la fascinación que provoca un padre temerario. El Mito educa sin tener que legitimar necesariamente sus presupuestos; la Hitoria, porque habla desde la legitimidad, no siempre triunfa en su propósito por educar. Pero ambos -Mito e Historia, Historia y Mito- rescatan al hombre del sinsentido. Porque Mito e Hitoria trabajan con el lenguaje, y el lenguaje del Mito que conspira para ser Historia y el lenguaje de la Historia que anhela convertirse en Mito, son el instrumento que hace tolerable el desconcierto sobre el que la humanidad discurre.
Descubrí el Mito de Prohaska mientras intentaba escribir un fragmento de la Historia que Prohaska ayudó a construir. Fue en 1994, cuando acopiando documentación para asuntos relacionados con mi tesis doctoral acerca de la iconografía de la maldad durante el siglo veinte, vi una película de tres minutos y veintisiete segundos prosaicamente titulada Einsatzgruppe en Kovno. Lo hice en Vilnam en el apartamento de una antropóloga finesa especialista en la Segunda Guerra Mundial, que recopilaba toda la información existente acerca de la presencia nazi en los territorios de la Unión Soviética entre los años 1941 y 1945.


La doctora -en Filología Hispánica- Begoña Huertas (Gijón, 1965)  firma su cuarta novela publicada: Una noche en Amalfi (El Aleph, 2012, 160 páginas, 16 euros). Además de novelista es autora del trabajo divulgativo Ensayo de un cambio: la narrativa cubana en la década de los 80 (1994) y del libro de relatos A tragos (1996). En este último, según la contraportada, Sergio y Lidia, un matrimonio joven, aterrizan en Nápoles para pasar una semana de vacaciones en la costa amalfitiana. Han dejado a su hijo con la madre de Sergio y les esperan unos días de indolencia y relax. Pero cuando tras un accidentado viaje en ferry llegan a su destino, Lidia descubre que en el diminuto hotel aislado en el que se alojan no hay cobertura, por lo que decide ir en autobús hasta Amalfi para enviar desde allí un informe de trabajo que tiene pendiente. Sergio se queda solo en la habitación, y se relaja contemplando la escarpada montaña que cae al mar y bebiendo. Van pasando las horas, y Lidia no vuelve. Poco a poco, en un paisaje italiano de cócteles y dolce vita, aparece con más fuerza que nunca la inquietante tendencia del cerebro a negociar una realidad que no siempre es amable. Lo he copiado punto por punto, pero empieza así:


I

Bajo el sol de mediodía el puesto de bebidas estaba rodeado de gente ansiosa por comprar algún refresco. Mientras intentaba hacerse un hueco, Sergio buscó a su mujer con la mirada, a lo lejos. La había dejado sentada sobre una de las maletas, bajo la mínima sombra de un poste informativo y mareada por un dolor de muelas. El bullicio en el muelle le impedía verla pero al fin, entre el paso de un grupo de turistas y otro, consiguió atisbarla unos segundos. Su blusa blanca y la sobriedad de su falda recta contrastaban con los vestidos sueltos, pareos, gorras, chanclas y bermudas estampadas de la mayoría de los otros veraneantes. Sin embargo Lidia tenía mala cara, y él deseó no tardar mucho en poder llevarle una botella de agua.

El puerto Beverello de Nápoles estaba rebosante de personas que esperaban el ferry hacia la costa amalfitana o las islas. El mar semejaba un caldo denso, una superficie casi sólida que hacía rebotar el sol como un espejo. La gente, atrapada entre los ladrillos tiznados del Castel Nuovo y el agua cegadora, parecía ansiar la llegada de cualquier barco para salir corriendo.

Sergio regresó sonriente junto a Lidia, con una botella fresca de agua y un té helado. Ella, apenas alejada unos metros del tumulto, doblada sobre sí misma y con la cabeza gacha, tecleaba algo en su móvil y no le vio llegar.

- Toma un poco de agua.




Para terminar pongo por aquí este libro (Destino, 2012, 306 páginas, 17 euros) que está siendo bien publicitado, aunque uno nunca puede estar seguro de si se trata de una campaña dirigida o, en realidad, de una obra que por su calidad merece ser divulgada más que otras. No entro en el asunto y de buenas a primeras prefiero ser crédulo. Diego Trelles Paz (Lima, 1977) es también doctor -en literatura Hispanoamericana- y lo están presentando por esta obra -Bioy- como digno heredero de Bolaño. Que va a haber herederos del chileno es algo que está claro, está claro que ya los habrá y que Bolaño es un autor influyente. Nos dicen en la contra que a través de planos y voces distintos que confluyen brillantemente (esto se da por supuesto en todas las contraportadas) en una obra salvaje (esto otro recuerda a una obra de Bolaño) y radical, Bioy -Premio Novela Francisco Casavella, 2012- construye un complejo mosaico sobre la violencia y la degeneración humana, en la que sin embargo consigue abrirse paso una frágil historia de amor. A lo que vamos de momento:


1986

Enferma, hambrienta, delirante. Asqueada hasta la náusea por el olor de su propia mierda. Los pantalones hediondos pegados a la piel.  Las piernas laxas contraídas contra el abdomen en posición fetal. El torso desnudo y tembloroso bajo una toalla sucia y, entre sus antebrazos,  coloreados por hematomas, los pechos robustos cuelgan de lado, aún melosos por el rastro del esperma.

Ya ha sido violada. Una vez.

El mayor es siempre el primero y eso lo enorgullece. Le molesta, sin embargo, sentirse observado y por eso las venda. Así fue con ella. En tinieblas, cuando tenía la voz del verdugo, recibió el primer golpe. Puño cerrado contra pómulo y pómulo que explota. Pómulo que explota y sangre que baña. Sangre que baña y palabras que oscurecen. Inútil advertencia: No grites, mierda, habla. Pero ella no sabe. Miente: sí sabe pero soporta. ¿Quién dice la verdad? Eso no interesa. Usted -ama de casa, sñor honorable, digno empresario- no debe seguir leyendo. Cambie de libro. Cambie de autor. ¿Cómo se narra el horror si es más poderoso que cualquiera de mis palabras? ¿Cómo se nombra lo que duele imaginar? Mejor detenerse, soltar el lápiz, negar.

Eso no ocurrió. Ni hay tal cosa.

[La cámara vuelve]

¿Está muerta? No se sabe. La nariz y la boca pastosa sobre la tierra ya no le importan. Duele moverse. Duele pensar que se mueve. No siente los pies. Perdió los zapatos durante el secuestro, aunque el frío es lo de menos sobre la planta abierta de hoyos infectos: primero los azotes, luego las colillas ardiendo sobre la piel, y es que el mayor fuma mucho, compadre, ya se lo han ducho pero primero es el vicio y esa rara manía de apagarlos donde nadie lo espera, ¿quién se la quita?


2 comentarios:

  1. El nueve de octubre es fiesta en la Comunidad Valenciana. Por si queréis celebrarla también.

    Me alegro de la existencia de los best-sellers por los amigos libreros que pudiese tener y lo que ello pueda suponer de bueno para su negocio. Por lo demás, no sólo es que hay vida fuera de los best-sellers. Donde no sé si la habrá es en los best-sellers.

    Por lo demás, espero hayas sobrevivido al inicio de curso escolar y que hayas sobrevivido con una sonrisa en la boca.

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  2. Hola, Impenitente.

    Aún no se ha terminado del todo con la vuelta al cole -andamos un tanto enredados con los módulos- pero, efectivamente, todo está yendo bastante bien: ventas ligeramente más bajas que las del año pasado, pero aguantando el tipo. Y, mayormente, haciendo amigos con los papás: es que sois tan majos...

    Yo creo que las fiestas valencianas, de momento, no se van a celebrar por aquí, más que nada por ya no va a haber toros para tanto torero, que por esta zona y a estas alturas de la temporada se dan más que las setas.

    Yo me alegro como tú de la existencia de best-sellers, pero puestos a vender uno prefiere hacerlo con libros que merezcan un poco más la pena. Bueno, creo que estamos bastante de acuerdo.

    Salud y buenos alimentos. Y buenas carreras. Y buen día el nueve de octubre, hombre.

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