Antonio Di Benedetto, 1956.
El Aleph editores, 2011.
133 páginas (de 500).
Pvp (de la trilogía), 25 €.
Es verdad que Di Benedetto (Mendoza 1922 - Buenos Aires 1986) posee en estas dos novelas que llevo leídas un atractivo particular que es el de su narrador. Creo que es este un rasgo común a ellas y que, sinceramente, estoy ya encontrando en la tercera que compone esta Trilogía del Silencio. Si aquí Di Benedetto buscaba esa unidad narrativa a la que hago referencia o, más bien, este rasgo se debe simplemente a su estilo personal es algo que no puedo juzgar hasta leer alguna otra de sus obras. Ya veré. Creo que lo más cautivador es que su narración es muy inteligente, posee una de las plumas más afiladas de cuantas conozco. Entiendo que ahí es donde radica la mayor parte de su atractivo.
El Aleph editores, 2011.
133 páginas (de 500).
Pvp (de la trilogía), 25 €.
Es verdad que Di Benedetto (Mendoza 1922 - Buenos Aires 1986) posee en estas dos novelas que llevo leídas un atractivo particular que es el de su narrador. Creo que es este un rasgo común a ellas y que, sinceramente, estoy ya encontrando en la tercera que compone esta Trilogía del Silencio. Si aquí Di Benedetto buscaba esa unidad narrativa a la que hago referencia o, más bien, este rasgo se debe simplemente a su estilo personal es algo que no puedo juzgar hasta leer alguna otra de sus obras. Ya veré. Creo que lo más cautivador es que su narración es muy inteligente, posee una de las plumas más afiladas de cuantas conozco. Entiendo que ahí es donde radica la mayor parte de su atractivo.
Es Silenciero es obra original de 1964 y en ella se cuenta la historia de un hombre atormentado por el ruido, alguien quizá obsesionado con el silencio. Como primer detalle diré que he encontrado una primera conexión con Zama en una de sus primeras frases, cuando se está refiriendo al primero de los causantes de su malestar, un ómnibus que "viene y se va" y que me ha llevado directamente al mono que está por irse y no, en el primer párrafo de Zama. Es algo que me ha asaltado mientras leía, dejo constancia de ello.
Esta historia sin localizaciones concretas en algún punto de America Latina, de fecha indeterminable a partir del año 1950, contiene un grito ahogado y eso también conecta con Zama. Pero si aquel esperaba este otro toma cartas en el asunto, su acción se encamina a solucionar su problema. Por eso hace denuncias y a menudo toma represalias por cuenta propia un tanto desesperadas, a veces patéticas o bochornosas, que dan idea de la obsesión del protagonista por los ruidos.
En ese sentido una pregunta que me he hecho durante buena parte de la lectura es si realmente se trata de un personaje obsesionado o, más bien, de alguien con muy mala suerte: quiere decirse alguien a quien los ruidos le persiguen con la malicia que haría desquiciar a cualquiera de nosotros. Hagan, si leen el libro, el ejercicio de preguntáselo, de preguntarse qué sentirían ustedes si tuvieran que convivir con una estación de autobuses o un taller de coches de los que trabajan las veinticuatro horas del día.
Conecta con Zama la impotencia del protagonista. Aunque aquí toma decisiones encaminadas a atacar el problema y en la otra el protagonista mataba el tiempo mientras esperaba lo cierto es que en ambas historias su protagonista se ve sobrepasado por los hechos, por su mal, incapaz de atajarlo. Nina, la mujer que se covertirá en su pareja y que le servía de intermediaria , toca el piano. El piano es fuente de ruido, por ejemplo. Escribirá -aún no ha empezado- un libro sobre el desamparo llamado El Techo, pero para eso necesita silencio.
El ruido también puede entenderse como justificación de sus defectos. En los pocos pasajes en los que logra desambarazarse de él no es capaz de solucionar, por ejemplo, su problema con la concentración anhelada para escribir por las noches. Cuando puede enfrentarse directamente y sin estorbos a la obra pierde claramente, la abandona, empieza un proyecto diferente. Sin ruido ha de reconocer que es un escritor frustrado, así que su relación con el problema obsesivo que lo atormenta la mayor parte del tiempo es complejo.
Desde el principio mis pasajes favoritos han correspondido a sus diálogos con Besarión, personaje tan extravagante como su nombre. Esto me ha hecho pensar que en realidad Besarión se trataba de una suerte de Pepito Grillo que le decía las cosas claras, que le explicaba lo que le ocurría. Hasta tal punto he pensado en esta cuestión que he dado en ver a Besarión sólo como la conciencia de nuestro protagonista, y no como una personaje real. Es una visión demasiado radical, pero esta condición no se la puedo negar totalmente. Besarión cuenta cosas raras, parece que está un poco desequilibrado, se explica formando parte de La Organización, algo que tiene que ver con el circo, hace continuos viajes que no parecen tener sentido y, sin embargo, cuando analiza al silenciero lo hace con lógica aplastante (1).
Lo onírico (2) es otra de las peculiaridades que conecta con Zama y con la tercera de esta seria de novelas. Además el suicidio aparece como posibilidad de solución también, de manera que la relación con Los Suicidas se hace así explícita. E igualmente el recurso a otros autores, aquí Schopenhauer y, en general, otros textos, que intercala, eso sí, no sustancialmente.
Bueno, a mi ritmo, todos los años doy con autores muy interesantes, sorprendentes como este Di Benedetto, que tanto me está gustando. En breve, espero que la semana que viene publicaré mi reseña sobre Los Suicidas y ya paso a escribir algo sobre Bolaño, al que también estoy leyendo. De nuevo.
En el original____________________________________________
(1) "Su aventura es metafísica, aunque resulte ajena a todo lo que sea filosófico, porque usted la teje, y especialmente en la cabeza, con sutiles elementos, a partir de nada."
Eso ya se parecía a desdén o incomprensión. Sin embargo, toleré que siguiera:
"Pero está equivocado o agarnda. Su trastorno es fisiológico o psíquico o nervioso. Fisiología, no metafísica."
Me defendí:
"No he pretendido darle títulos de nobleza a mi problema. Usted habló de metafísica, no yo".
"No se ofenda -dijo, conciliador-. Tampoco suponga que yo pienso que usted es un enfermo."
Comprendí. Lo justifiqué: "no puedo dar motivo a que se piense... Incluso puede suceder, que pierda la salud, el equilibrio. Lo reconozco, todo; todo eso. Pero por suerte voy atravesando este martirio sin enfermarme. Soy un hombre sano, de mente y de cuerpo.
Me humillaría, sí, tener conciencia de ser un enfermo y nada más; es decir, si yo no pretendiera nada superior, y no es el caso.
Lo malo -comencé realmente a atormentarme, sin vergüenza de hacerlo ante mi amigo- es que el ruido no me deja hacer lo que yo quiero. El ruido no me permite... -iba a decir no me permite ser, pero dije:- no me permite existir."
Me pareció sin embargo una frase demasiado intelectual y pretenciosa y corregí un poco: "No me permite existir, apenas vivir", de modo que me salió peor.
Rápido, vivaz, acaso fastidiado de mi confidencia, Besarión me replicó:
"Le permite vivir, aguántese. Confórmese con eso."
"Altero a los demás", deduje, y me abstuve de enojos con Besarión y de seguir el tema.
Creo que incluso sentí como si mis confesiones me hubieran hecho caer en falta de pudor. Decidií olvidar el diálogo.
No he conseguido borrarlo y menos aquel sarcasmo: "Su aventura es metafísica... Usted la teje, sobre todo en la cabeza, con elementos sutiles, a partir de nada".
(2) Esta noche he tenido el matagatos de mis doce años.
Desde mi torre lo encañonaba contra alguien, no puedo saber quién, que debía pasar allá abajo, por la calle. La calle continuaba inerte y hueca, y yo desesperaba, presintiendo que tenía que matar, ya mismo y a quien fuese, aunque tuviese que echar el arma contra mí.
Miré la calle quieta y vacía hasta el infinito, me aseguré de no oír pasos, ni caballos de jinete o de carruaje, y como entonces ya más no se podía, disperé en mi oreja, apuntando a mi cerebro. Escuché el estampido, cayó mi mano saliendo de la pólvora quemada, y mi cuerpo permanecía en pie y con vida. De la ventana se levantó un ave negra y picuda que yo no había visto hasta el momento. Abrió el pico y graznó, seguramente, pero yo no oí el graznido.
La bala me destrozó el oído (una bala destrozó los dos oídos), sin seguir adelante hacia el cerebro, sin matarme. Yo era sordo.
No recuerdo si también era dichoso.
Hola Peri:
ResponderEliminarMe alegro de que esté gustando Di Benedetto. La trilogía de la que hablamos está muy bien.
Me ha dado, sin embargo, que hace unas semanas he leído otro libro suyo "Sombras, nada más" su última novela y no ha acabado de convencer.
En unas semanas cuelgo la entrada en el blog y explico mis motivos.
saludos
Pues nada, David. A ver qué nos cuentas.
ResponderEliminarDe momento no tengo en mente leer más de este autor. De hecho estoy pensando en la relectura de la trilogía antes de abordar alguna otra de sus obras. Su estilo es tan interesante como espeso, en el sentido de sustancioso.
Salud y buenos alimentos.